miércoles, 21 de marzo de 2007

El mejor secreto guardado (hasta ahora) de la literatura murciana

He aquí un ejemplo de la antología apócrifa de la literatura murciana que Antonio Lorente, Antonio Aguilar y un servidor (en el caso del poeta antologado que sigue, responsabilidad -penal, si la hubiere- de un servidor) estamos realizando en el programa La radio se mueve de Onda Regional, de seis a siete de la tarde miércoles sí miércoles no, bajo los auspicios, cada vez más curados de espanto aunque igual de perplejos, de maese Jacinto Nicolás. Entren por su propia voluntad.
LUCAS BARTA nace en la década de los 50, no se sabe con seguridad en qué año pues en la reseña biográfica de la solapa de cada uno de sus diez libros se afirma un año distinto de dicha década ni en qué lugar exacto pues otro tanto sucede con los nombres de pueblos citados -diez distintos de la región de Murcia. Tras unos estudios inconclusos de oceanografía en Londres regresa a su pueblo, que es decir uno de los diez, aunque en este punto hay que decir que Amancio Vespertino, nuestro ínclito y subterráneo antólogo, se inclina por Totana; allí fomenta y lidera una tertulia en la que pronto es apodado “El indeciso”. La mayor parte de la tertulia la conforman poetas, florales a mayor exactitud. Revelador resulta el dato, exacto también esta vez, y revelador dada la propensión de los poetas en general al narcisismo y a hablar de sus propios libros, de que es expulsado de ella por narcisista y hablar insistentemente de sus propios libros.

De cada uno de estos diez libros existen diez versiones distintas, todas ellas sufragadas por un cada vez más mermado capital familiar. Extraemos algunos ejemplos de variaciones líricas, debidamente catalogadas, de los recogidos por Tobías Martín en su artículo Con Barta nos basta publicado en la revista lorquina Tontolín en mayo de 1989:
Dejé la vida en versos (romanticismo y metaliteratura)
Dejé la vida en veros (amor)
Dejé la vida en veras (política)
Dejé la fusta en veras (palinodia)
Dejé la fusta en peras (erótica)
En un bar de carretera, entre Totana y la Hoya, inicia un pulso con un camionero lector de Juan José López Ibor que a la sazón fundó en Caravaca la Sociedad de Camioneros Lacanianos, según algunos malintencionados intérpretes para dar réplica a la Comunidad de Modistas Junguianas de Calasparra. Al parecer, dicho señor intenta desacreditarlo con tal procedimiento, el oficial según las actas de la Sociedad, al sentirse retratado en el protagonista tatuado, monologante y buscalíos de una pequeña novela filosófico-pornográfica firmada por nuestro autor y ofrecida como obsequio en los paquetes de magdalenas de la empresa de un primo suyo. Los ex-compañeros de tertulia de Barta deciden apoyarlo y le dan refriegas con zumo de limón por la frente y su escuálido torso durante los veinte segundos que dura el enfrentamiento. El fracaso es sonado.
Otros dicen que es un tísico quien lo vence, enviado en secreto por la Comunidad Yeclense Luterana para desacreditar al autor de tantos versos obscenos y enemigos tanto del trabajo como de la predestinación. Lo cierto es que el fracaso en el pulso consigue lo que no su fracaso como poeta: hacerle perder la cabeza. Proyecta un viaje a Kansas para reescribir la Odisea invocando a la Bruja del Oeste como análoga de Calíope, musa de Homero, pero su herencia familiar queda extinta con los últimos ejemplares de su novela, secuestrada por la Sociedad de Camioneros Lacanianos, así que reúne los volúmenes que le quedan de los restos saldados de las diez versiones de sus diez libros y con el monto reunido llega hasta Librilla, donde conoce a un tipo que afirma ser el crítico oficial del pueblo y promete antologarlo a cuenta del municipio. ¿Amancio Vespertino? No, un impostor que se hace pasar por su hijo para que lo contraten en las fiestas del pueblo como DJ y rapero y que decide continuar la impostura al conocer a nuestro autor. Le da un arma de fuego para que lo acompañe como teatral comparsa en un concierto sorpresa en el Festival de Hip Hop de Cartagena y nuestro autor, que es emborrachado por la chiquillería asistente, mata por error al impostor sobre el escenario. En la cárcel su demencia se agrava, según Jennifer González, quien cita las siguientes variaciones líricas de nuestro autor en su conocido libro About deconstruction over amarillensis media tractorisque:
El palio baja y paja me hace pollo,
Humo, coñac y sombra de putas mañaneras.
El pollo baja y raja me hace al bollo,
Humo, rociar y sombras de tantas aceiteras.
El tallo paja encaja el zampabollos,
Humo, callar y sombra de nuestras cigarreras.
También en presidio concibe la idea de un gigantesco acuario en el que arrojar los cadáveres de todos aquellos críticos que no reseñaron ninguno de sus 101 libros. En este punto, por fortuna, aparece el auténtico hijo de Amancio Vespertino, quien conoce a nuestro autor al actuar en Sangonera con su grupo Recitadores y Recapacitadores y queda impresionado (¿trastocado?) cuando Lucas salta al escenario alzado por el resto de los reclusos para declamar su penúltimo trabajo, “Oda sin poda pero sí con coda”. Le hace llegar a su padre algunos de sus libros, y éste decide antologarlo. Lucas Barta no puede esperar a ver al fin recompensado su trabajo y sufre un colapso nervioso.
La localización de su tumba, hoy día, resulta problemática, pues nueve pueblos distintos de la región de Murcia reclaman la autenticidad de los restos que dicen ostentar en sus respectivos cementerios de nuestro poeta. Otros dicen que su cadáver flota en el edificio cegado, tapiado e inundado de algún bar de carretera entre Gerona y Almería, junto a otros cadáveres de poetas anónimos, hipotética obra conceptual que nadie ha visto y algunos atribuyen al artista británico Damián Hirst los días pares y a la artista interdisciplinar la Chunga los impares.