martes, 14 de abril de 2009

Aventuras asombrosas (3): entre secuoyas almerienses



Acomodo mis ciento treinta kilos de peso en la carlinga. Y al dar la orden de apertura de las válvulas, regreso a este flotar. Vuelvo a la amniosis.
El robot yace acostado entre las secuoyas mientras mi cuerpo, merced a los giróscopos, se desplaza en vertical; bamboleándose. Preparando este nuevo erguirme. Mis brazos, capturados en la red neuronal del ingenio, empiezan a dar órdenes a la inmensa columna vertebral. Flexiono ligeramente las piernas y las piernas del robot lo hacen también.
El robot se levanta conmigo.
Adoro esta sensación.
Mis ciento treinta kilos de peso se convierten en cientos de miles de toneladas, que ascienden como plumas; con la ligereza de un mero pensamiento, reacciona mi nuevo cuerpo; mi cuerpo que resulta, a estas alturas, cordillera. Ligera, fácil, puede así moverse. Ya estamos ambos de pie. Bandadas de pájaros se levantan de las ramas de los árboles cercanos. Cruzan mis nuevos ojos. Se elevan y se pierden más allá de mis nuevos doscientos metros de altura.
Arqueo mis dedos solo para sentir cómo se mueven mis nuevos dedos. Después los tenso y extiendo las palmas. Acaricio las hojas últimas de las secuoyas, la pequeña y constante, dilatada nube que conforman a mis ojos. A mis nuevos ojos. Y ahora también entre mis dedos. Más pájaros penetran en la oscuridad de la madrugada, enroscándose en la vertical ascendente que la clausura. Pareciera a que ayudasen, inconscientes, a que las sombras se disipen. Las luces de arranque se mitigan cuando los motores del plexo solar han alcanzado el calor suficiente.
Arrancamos, despacio, a caminar. El robot y yo. Veo la luz de la mañana, camino hacia ella. Las paredes de la carlinga pierden su opacidad y distingo cualquier punto del paisaje hacia el que mire por el rabillo del ojo, desde esta atalaya. Montañas, cordilleras. Los cedros, las secuoyas. Incluso el lago. Observo de reojo todo esto, si aprovecho el visor en su oblicuidad, entre las comisuras: si giro la cabeza, haré que gire con ella la cabeza del robot. Contemplo las pantallas tridimensionales que se extienden bajo mi barbilla, dibujando un arco. Pido reducción de zoom en el mapa y el lago empequeñece sus proporciones; con él, con ellas, se reducen las decenas de robots que dormitan en los silos del lago. Es casi como ver un espacio natural, su plano de campo.
Y así hago mío el espacio, de esta forma vicaria que podría prescindir de mí. Después me resta el tiempo. Reintentar el tiempo perdido. A lomos del titán: es un yo que es otro, más grande; me comprende. Una otredad benigna, porque puedo olvidar al robot. Mi otro yo, más grande, me comprende, trato de generarlo alrededor. Delegar en él mi exagerada gravedad. Desplazarme, flotante, a sus hombros; en su cerebro, en realidad. Alojado a mitad de camino de sus oídos y su boca. Si pudiese respirar flotaría también a merced, y sería parte, de su aliento.
Y en realidad quien lo genera alrededor. Lo hago a cada instante. Pero yo soy el embrión. Aún. Y sueño. Con tocar las estrellas. A bordo de esta máquina.
Como ellos: ayer llegaron los nuevos. Una pareja encantadora, dicen; pero exhausta, comprobé. Supongo que duermen, todavía. Que descansen. Pues les esperan los prodigios. Las asombrosas aventuras que, en secreto, se larvan desde aquí.

lunes, 6 de abril de 2009

El mismo cuaderno, abajo:


ESTAMOS CONSTRUYENDO ROBOTS QUE SE CONSTRUYEN A SI MISMOS.
PERDONEN NUESTRA AUSENCIA.

Diario de trabajo (el mismo cuaderno, arriba)


La novela seguía, en secreto, su curso; y sin mi ayuda. Quedaba exonerado de seguir orbitándola a lo largo del día y también de la noche. Más allá de la mesa del portátil, aún con el portátil abierto –ronronea casi siempre-, puedo abrir nuevas vías ficticias: son mentira, porque no llego lejos. Sigo atado si es ella quien me orbita, y en el sueño no curo mis días, son los suyos que arrojan sus sombras y que forjan sus luces para el día. Curados, renovados.
Todos los personajes, sus trayectos, conducen hasta allí: es siempre más allá, donde no puedo verlos. Y no importa. Si afirmo ahora los pies. En este suelo. Sé que pronto. Volaré.

domingo, 5 de abril de 2009

Aventuras asombrosas (7): una carta


Despierto en medio de una tarde inmensa, con este sol que baña ahora mi cuarto y continúa la irrealidad del sueño más allá del sueño, en la misma realidad.

He terminado al fin con las tareas que me roban el tiempo, agotadoras sobre todo en su recta final hasta este mínimo oasis. Y me quedan, al fin, algunos días por delante; para volver al sueño y ver pasar el tiempo en la vigilia; para espiar los días desde mi casa protegida por venecianas entornadas, por el canto de unos pájaros que delatan el día más allá de esta casa y acaso con paseos allá afuera, sin rumbo por las calles que invento desde cuándo y que transcurren sin que sospechen la secreta suplantación que ejerzo en ellas los habitantes de esta ciudad aún real, aquella que se superpone a la mía, aquella a quien la mía va minando y que lo hace sin apenas perturbarlos, para que ellos a su vez no perturben la mía, que va también minándose, a pesar de todos mis esfuerzos. Ya noto cómo pasa, siempre lo hice. Y no me importa.

Ya puedo al fin continuar con su invención, con este esfuerzo placentero; esta continuación.

Al fin todo este tiempo. No es mucho. Es suficiente. Para leer en condiciones, novelas extensísimas, unos pocos poemarios; un puñado de ensayos que devienen el mismo ensayo diferido: eternamente, sin final posible. Mejor me pongo ya, el tiempo vuela.

Así que tengo que dejarte. Perdona, no te escribo tan a menudo como antes. También te prometí seguir mandándote mi historia, quizás no la recuerdes dado que la he omitido en estos últimos envíos. Esa novela te la debo, nuestra historia: Aventuras asombrosas. Si pienso en ti lo hago en esos días en los que me trajiste aquel vestido sorprendente y que esta adormilada remitente aún se pone para venir aquí y recordar los días que pasamos hace tiempo, como hermanas, en la aventura juntas; contra el monstruo.

Me pongo mi vestido holgado tras prender mis cabellos para que no se los lleve esta radiante y nueva brisa que ha traído esta nueva primavera. Me pongo aquel vestido que tú me regalaste; me siento vieja en él, por ello nueva: renuevo esta alianza contra el tiempo. Y así sentada una vez más frente a la máquina, doy vida a los robots que avanzarán impasibles y altivos por las páginas de mi pequeña historia.

Te debo esa novela y no confieso que la sigo hace tiempo, que tiro de sus hilos cuando nadie me ve. Que será mi sorpresa: emergerá como un robot gigante de las aguas, como las aguas de este sueño, de mi siesta cansada; renovando su vuelo.

Y volará hasta ti, para llevarte lejos.