lunes, 31 de marzo de 2008

Bienvenidos al final del s.XXI

¿Qué cojones ha escrito el Comandante Vilas? Llevo sólo veinte páginas y ya tengo visiones, convulsiones, espasmos y marasmos (de placer, se entiende: caosmótico y (pen)total, ¡madre mía!)
Y mañana debo explicar la poesía mística del XVI...

domingo, 23 de marzo de 2008

Apagó el cigarrillo: miró hacia el océano


El coche se detuvo con un suave ronroneo del motor y una alarma luminosa que anunciaba el fin de la tormenta parpadeó tres veces: podía ver el agua salir de las esclusas a borbotones, los pasos de los hombres en desorden recorriendo la cubierta, desfilando invisibles por las sombras de las escotillas anegadas por la marejada y la lluvia; pasaban las nueve y debía trabajar rápido, antes de que la barcaza arribara al pantalán. Salió y se deslizó bajo el aguacero. Traspasó la verja de un salto, antes de que el ruido del portazo llegase arriba y las agujas de los sensores se volviesen locas mientras Erika, creyendo que las labores de su turno estaban terminadas, se aprestaba a que sólo le restase dormitar junto al brasero y una novela abierta.

Los delfines nadaban con rapidez detrás de las enormes paredes transparentes. Abrió una escotilla mientras le explicaba que los adiestraban para la guerra.

-Van en grupos reducidos –explicó el monitor-, y nunca han sido protegidos porque las clasificaciones hechas hasta ahora no cubren su enorme variedad.

-Francamente, esta mañana no estoy para necroscopias –susurró Manuel a su compañera; ésta se inquietó por si los oían, y sólo le respondió cuando se quedaron algo rezagados de los demás:

-Te jodes. Alguien debe realizar nuestro trabajo.

Un tipo vestido de tortuga ninja se acercó a nuestro grupo. “El reconocimiento microscópico deben realizarlo los equipos veterinarios”, dijo. Arrastraba un aparato con ruedas del que emergían cables como tentáculos, que se movían siguiendo el espasmódico ritmo de una música ambiente.

Sí: podía verlo y oírlo todo desde allí arriba. Apagó el cigarrillo. Miró hacia el océano.

viernes, 21 de marzo de 2008

A X: una cola



Me puse en la cola para comprar un billete, cuando llegó mi turno alguien me rodeó con una descarada maniobra, adelantándose y pidiendo el suyo. “Pero me toca a mí”, me quejé. Quien se había colado, mirando al expendedor, insistió nervioso: “Para X” y el expendedor se giró hacia mí para preguntarme: “¿Pero va usted a X?”. “Sí”, pensé, "sí", respondí, y el otro llamó una vez más la atención del encargado; “Vamos”, le conminó nervioso pero también ya en parte, creo, avergonzado. El expendedor aún me miraba. “Es lo mismo, atiéndelo a él”, cedí. “Pues entonces”, concluyó el dependiente molesto, mirando a su mostrador y encogiéndose de hombros, tendiéndole al momento su billete. Después pedí el mío y salí de allí, creo que sonrojado, recorriendo en paralelo y a la inversa la larga de hilera de gente que aún esperaba, gente que iba a X, de espaldas a mí por momentos, hasta la puerta corrediza que deslizó sus hojas automáticas para permitirme salir; sonó una melodía a través de megafonía: el tren salía pronto.

jueves, 20 de marzo de 2008

Imágenes de ti: ella


That I almost believe that they´re real
The Cure


A veces repaso las fotografías que conservo de ella. Me siento tentando a mandarle alguna, también conservo su correo electrónico, aunque sé que no lo mira nunca o que no me respondería en todo caso; acompañarla de algunas palabras que no me comprometan, pero que digan algo; no lo haría para que me respondiese, preferiría no hablar con ella, no entendería mi gesto y de hecho no voy a mandarle nada: me limito a mirarlas en silencio, a veces lo hago para pensar en los días que pasamos juntos, esos días que acabaron, hace un año, mejor así.

Cuando llego a las últimas su rostro apenas se ve, invadido por las sombras de un pequeño club de jazz vacío la noche de un día laboral: las últimas fotos que tengo de ella, nuestros últimos días juntos, el último viaje, un escenario desierto, por descanso del personal: razones sobradas para separarnos, imágenes suficientes para repasar, a veces, una y otra vez; despacio. La quiero todavía, y la quisiera cerca a veces; desde lejos, a través de imágenes, pero aún la quiero. Creía en Dios: Dios la bendiga.

domingo, 16 de marzo de 2008

Ella y yo, ida y vuelta: una noche


Salí pero no para emborracharme, aunque lo hice; para que me diese el aire, aunque acabé confinado en sucesivos tugurios de viciado ídem: luces estroboscópicas, ruidos atronadores, cuando se me acercó Patricia pensaba en todo eso, en cómo me aburría después de una juventud desperdiciada entre sus espejismos y también en que, al fin y al cabo, no se estaba mal envuelto en ellos. Siempre tuve un sentido protocolario, en última instancia rutinario, con carácter de obligación social, de la salida y del alcohol; no hay muchas más opciones, acaso, para una juventud sin imaginación en una ciudad pequeña. De cualquier forma se acercaba el final de mi juventud, pensé exageradamente. Allí estaba ella: me puse firme, o fingía no estarlo para estarlo más que nunca. Pensaba en la juventud al mirarla y era como si todos mis boletos perdedores hubiesen revalidado de un golpe de mano su curso legal, tras sus derrotas del pasado, para volver a probar suerte. La miré y ella me sonrió, o quizás fue al revés. Después nos fuimos juntos.

Si le preguntáis negará que nos conociésemos de esa forma. Vivimos en una casa enorme, una casa enorme en una ciudad pequeña. Aún no esperamos hijos, todavía creo ser joven. Ella aún espera su golpe de suerte y yo, a ratos, siempre a sus espaldas, echo algún que otro trago.

sábado, 15 de marzo de 2008

Un maestro: Monterroso (sampleado)


EL DINOSAURIO (EXTENDED REMIX)


Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Escuchó su rugido y recordó que seguía dentro.

Llenó de flechas su aljaba y se encaminó hacia el andén; conviene ir armado si corres peligro de volver a quedarte dormido.

(Imagen vía Gravestmor)

viernes, 14 de marzo de 2008

Un maestro: Ferrer Lerín

SE DESCRIBE UNA VIDA EXTRAÑA


Crucé la habitación y hallé desvanecida a la mujer de mi amigo. Tuve el valor suficiente y registré sus prendas más íntimas: no llevaba nada que me interesara. Luego, en la cama matrimo­nial, la poseí: no volvió en sí hasta el final. Me miró y dijo: “Soñaba precisamente en ti”. Me separé y, tranquilamente, busqué, entre mi ropa desparramada, el tacto suave del arma. Sólo un disparo, y el vientre adquirió la rigidez precisa: descargué sobre la muerta, una lluvia de golpes, y no concluí hasta que su piel tomó un color harto desagradable. Odio el amarillo. Los periódicos dieron detalles vergonzosos so­bre el crimen. Algunos resultaban hirientes para la sensibilidad del lector medio. Decidí, por lo tan­to, hablar con el director y amenazarle. Debían retractarse y pedir perdón por su falta de delicadeza. Todo ello me distrajo unos días, pero cuando las cosas empezaron a olvidarse, el abu­rrimiento se apoderó otra vez de mí y planeé otra fechoría.




(La hora oval. Ocnos. 1971. Ciudad propia. Poesía autorizada. Artemisa Ediciones. Tenerife. 2006)

jueves, 13 de marzo de 2008

Cuatro:


La que vivió siempre en las nubes, metafórica mental y espiritualmente, literal físicamente, quien me enseñó a volar cuando aún me arrastraba, quien me sacó de las cuevas tras enseñarme el fuego para convertirse en mi cueva y arder así conmigo, porque el aire caliente es más ligero flotábamos, porque me precedía y andaba siempre por delante ella reía cuando yo corría para tratar de alcanzarla: después de algunos años volver así al pasado, riendo, riendo, con todo ese futuro en forma de días como piezas por ensamblar, catenarias hacia arriba, también escaleras, mecánicas, fáciles; porque subir es bajar y bajar es subir, algo que saben todos quienes vieron de forma responsable el Barrio Sésamo; porque una mala temporada, tormentas y calmas chichas, después siga buscando pero siempre es una mierda; porque sí pero no, en mi recuerdo, y aún la deseo, pero sigo viéndola una y otra vez desde la enorme ventana abierta de su casa en un piso veintitrés, aquella noche, tendida hacia un vacío que no era tal vacío, sino una céntrica plaza en la ciudad que se erigió hace quince siglos, dicen, yo sé que para que nos conociésemos, viéndola arrojándose por sorpresa pero por qué, y yo al otro extremo de la plaza, mirando justamente entonces para ver cómo tras una fulgurante carrera aérea pulverizaba su cuerpo contra el desnudo pavimento de una helada noche de finales de febrero, fue cuestión de segundos, miraba segundos antes a su ventana por imaginarla, por saberme ya con ella, arriba, y yo debajo; con un montón de flores.

Tres: investigaciones filológicas


Cuatro: mientras corrijo ortografía me percato, ¿alguien se ha dado cuenta de que vio, de ver, es monosílaba y rió, de reír, bisílaba?

PS: Introduzco esta reflexión, cuyo nivel científico, y no es broma, puede constatar cualquier lector internauta repitiéndose a sí mismo ambas palabras, para dejar bien clara la seriedad de esta bitácora. Sirva la reflexión "dos" y esta "tres" para acabar de constituir la Plataforma Para el Fin de la Posmodernidad (y el caso es que ya hace ocho años que yo escribía que...). Ea, os subo otro cuento.

Dos: el barrock-o:

Tres: ¿Lagartija Nick, Bartolomé Leonardo de Argensola?


[Cuatro:] Porque ese cielo açul que todos vemos

ni es çielo ni es açul. ¡Lástima grande

que no fuera verdad tanta belleça!

BLA

PS: Dedicado a Sin Cara, Ojo Sin Párpado.

Uno: la deca-dance

Dos: desde hace dos semanas, que nos la puso Jacinto por sorpresa en el programa para que opináramos, lo tengo claro: o Mahler o esto. Que para medias tintas y demás triunfitos nos quedamos en casa.
Tres: me ha costado caras de perplejidad y aprensión por doquier, por ejemplo cuando proclamé ante mis compañeros de departamento, en la reunión de ídem el lunes a primera hora, que el sábado la escuché cinco veces seguidas en el youtube. Como si hubiese alternativa posible en la programación de la tele, se me ocurre ahora. Como si hubiese alternativa dados los competidores en el festival, se me ocurre también.
Cuatro: no es una maldita broma post-moderna, que Sin Cara está muy alerta para estas cosas. Repito: no es una ironía. Me gusta esta canción y se baila así. ¿Es el final de Eurovisión tal y como lo hemos conocido? Pues and I feel fine...
PS: Dedicada a don Diego, que la maldice pero no se la puede sacar de la cabeza, y odia por dicha razón, porque le vuelve y ya no hay forma de que salga, que se la recordemos. Ejem.

miércoles, 12 de marzo de 2008

La cita: una noche


Concertamos una cita tras conocernos a través de un portal de encuentros, en Internet.
Después de dos horas y media que incluyeron una cena ligera a base de tapas, cuatro cervezas, la primera copa y un sentido del humor que yo percibí no sólo parejo al mío sino también al alza, me confesó de repente, a propósito de alguna película que comentábamos y porque me sorprendí de sus conocimientos enciclopédicos acerca de un asesino real que había servido de inspiración para varios clásicos del género, confesó, decía, que era aficionada a los asesinos en serie.
No bromeaba, pero quizás lo hizo cuando añadió acto seguido que esperaba que no me asustase ni la considerara una enferma. ¿Me habría acostado con ella? Sí, aunque yo mismo le dije que, si la cosa llegara a mayores esa noche, tenía miedo de acabar descuartizado en su congelador. Rió y su risa fue una ducha en el infierno, que dijo el poeta.

“Quizás te mereciese la pena”, añadió cuando dejó de reír: así el infierno quedó congelado. Nunca lo sabré, la cosa no fue a mayores porque a ella no le interesó; intenté besarla pero se apartó: no se le abrían los chakras, me dijo, y la verdad es que lo agradezco porque habíamos bebido bastante y aún íbamos a hacerlo más; dos horas más tarde estaba tan bebido que habría hecho, supongo, un papel más bien pobre.

Solo si no fantaseo con la mañana siguiente, con el despertar en su casa de la montaña, ya perfectamente recuperado y dispuesto para hacerme con su cuerpo. De cualquier forma nos reímos mucho aquella noche, estuvo muy bien. Pienso en ella y pienso en las risas, pero también en los asesinos en serie y en un congelador abierto, en una pequeña luz al fondo de una casa en la montaña, con mis restos dentro. A veces la recuerdo, sí: es como patinar sobre un estanque helado.


Actualización: relato incluido en la antología Semana de pruebas (Lagartos Ediciones, Almería, 2009).

martes, 11 de marzo de 2008

Un estilista: aterrizaje y despegue (también viceversa)

Cuando lo conocí y lo escuché expresarse, no podía creerlo. La persona que había escrito, acaso, la mejor prosa del siglo pasado, quien, aún joven, había sido considerado el más absoluto dueño de los arcanos de nuestra lengua si con ella se busca fascinar quien leyere, era incapaz ahí delante, tembloroso junto a la barra, de enhebrar las cuatro palabras necesarias para pedir un café con leche.
Sólo antes de despedirnos, después de dos horas en las que apenas pude entender nada para mi desesperación, para ruina de mi investigación, y durante las que, huelga decirlo, no saqué en ningún momento a colación su extraña afasia, recuperó cierta inteligibilidad en su dicción para excusarse él mismo de esta forma:
-Es como tratar de despegar un Boeing, cada cinco minutos, para viajar hasta la vuelta de la esquina.

lunes, 10 de marzo de 2008

Oh, menaje: un frigo, sus imanes


Homenaje a Poeta Aprendiz/Sin Cara (véase comentario en entrada ante-anterior)








PS: Es lo que hace el aburrimiento en esos huecos muertos: las fotos y las fotos; ¡gracias, neng!

domingo, 9 de marzo de 2008

Más paseos: un cortometraje

El cine que me gustaría hacer a mí, qué suerte, ya lo hace otro.

Bienvenidos a la dimensión César Velasco Broca:

sábado, 8 de marzo de 2008

Vuelta del paseo: una fotografía

(Contrahomenaje al conde de Lautréamont)


Escribí toda la mañana aventuras sin cuento, hipérboles provocadoras por decir algo nuevo, también sobre mí mismo: mintiendo por parecer interesante, también me divertía, pasaba mucho tiempo solo.
Estuvo lloviendo toda la tarde mientras seguía escribiendo. De vez en cuando, para descansar, sacaba fotografías de mí mismo y para mí mismo, con el móvil. Ensayaba posturas, expresiones, rostros: jugaba a no ser yo.
Al día siguiente madrugué, había que trabajar, pero la noche antes, durante un buen rato, aún estallaron fuegos artificiales en el cielo de la ciudad. Asomados a la ventana, intuyendo a lo lejos la invisible masa humana, mis gatos y yo asistíamos al espectáculo.

viernes, 7 de marzo de 2008

Más paseos

"Mira", dice Antonio, al ver a un conocido político joven de la ciudad, "viste como un adolescente".
Lo miro sorprendido. "¿Y nosotros cómo demonios vestimos, neng?".
"Pues es verdad", concluye. "Tarde o temprano alguien tendrá que ponernos en nuestro sitio", añade al rato, apesadumbrado. Y seguimos nuestro paseo.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Una pausa: el paseo

Un rato de descanso a media tarde. Un paseo a través de los estantes del pasillo: mi biblioteca. Hojeo los volúmenes dilectos. Apenas tengo tiempo de leer unos trozos: suficiente. Un ejemplo; energizado, cierro el libro. ¿El libro o yo? Lo mismo da. Chisporrotean mis manos y de ahí directo a mi cabeza. Vuelvo al trabajo.
El ejemplo:
"Voy a contar otra aventura, aún más extraña...
Sudor. Fuks avanza. Yo tras él. Pantalones. Zapatos. Polvo. Nos arrastramos. Arrastramos. Tierra, huellas de ruedas en el camino, un terrón, reflejos de piedrecillas brillantes. Resplandor. Calor infernal, hirviente. Un sol cegador. Casas, cercas de madera, campos, bosques. Este camino, esta marcha, de dónde, cómo, para qué hablar más.
"
(Comienzo de Cosmos, Witold Gombrowicz)

domingo, 2 de marzo de 2008

La novia: un vals


(Contrahomenaje a Charles Bukowski)


Dicen que la rutina mata el amor, no sé si fue nuestro caso. No en un principio, desde luego. Todas las tardes de los sábados dedicábamos entre una y dos horas a hacer el amor. Despacio. Después, indefectiblemente, salíamos a escuchar conciertos sinfónicos.
No se puede decir que nos separase la música atonal, porque también la escuchamos al principio de nuestra relación. Schönberg, Berg, Schnittke, y en medio Stravinsky, Bach, Mahler: los saltos que se quiera, sólo con que fluya en la mitad aproximada. Al final, como al principio, sentados el uno junto al otro mientras el ruido previo a la melodía -atonal ésta, después, o no- navega antes de acompasarse, después del prolongado silencio.



Así la luz persiste en mis ojos, no sé si en los de ella; hace unos minutos se hizo la oscuridad, se apagaban los focos del auditorio sólo para que nos susurráramos el uno al otro, antes de que se apagasen: “¿Se han apagado?”. No, aún hacíamos el amor durante hora y media; despacio.


Rin-ran-ña-ña-run-ri-ñiiiiiii-ran.


Arranca al fin la orquesta, antes de empezar: me relajan sus maniobras para afinar. No es para afinar, responde ella, sino para limpiar el oído de los ruidos previos que traemos, como una infección, de la calle; como el sorbete de limón para matar el sabor del plato anterior.


Hum, respondo. Pero, ¿quién tiene razón?
Hace un tiempo, también fue un vals.

sábado, 1 de marzo de 2008

El escritor raro: un relato


(Contrahomenaje al Vizconde de Lascano Tegui)
El rastro a seguir no era fácil: el original de su primera novela, no édita, se perdió al arder el camarote que ocupaba, camino de Vancouver; la segunda, mecanoscrito igualmente único y no publicado, fue arrastrada y presumiblemente deshecha más o menos despacio hasta la nada, entre el lodazal y el agua –¿hasta la nada o hasta el barro?-, en la riada que asoló el casco nuevo de Perugia, en el setenta y tres. De la tercera conservaron durante un tiempo las tres únicas copias, al parecer, tres respectivos amigos: el primero murió, con la suya en el equipaje y dicen que a medio leer, en un accidente del helicóptero que lo transportaba a través de la jungla amazónica para hacer un documental cinematográfico; el segundo olvidó la resma de folios en un lupanar de Santa Fé; el tercero, sencillamente, desapareció sin dejar rastro como si nunca hubiera existido, se supone que también con la novela de nuestro autor.

Quien escribió, además, dos libros de poemas: el destino quiso para ellos un final predeterminado, al menos, por él. Uno lo arrojó al Sena y otro al Támesis en dos sendas noches bajo la influencia del hada verde o absenta. Con estos antecedentes debía haber capturado mi absoluta atención, pues ahí, imaginaba aconsejándome a mi amigos y mis editores, había un buen libro; pero yo cada vez estaba menos por la labor debido a tres circunstancias en un grado diverso de justificación posible, a saber: la más sensata, que todo podía acabar resultando una patraña evidente en cuanto despejase un par de incógnitas y así el caso perdiese todo su misterio; la más paranoica, que la patraña, la broma, me podía estar dedicada porque alguien sospechaba un mínimo interés inicial por mi parte y cuanto más me involucrase en el caso, más haría el ridículo; la más irreal y fantasmagórica, la que hizo que entendiese que ya no podía, a pesar de todo, dar marcha atrás, que el destino de cualquier trabajo escrito en torno a su figura podía resultar equivalente al de sus obras.
Lo imaginaba en cualquier parte del globo y lo encontré a la vuelta de la esquina, como quien dice. No detallaré el laberinto de pesquisas en el que me perdí, si no intrincado en el espacio tampoco en el tiempo, la investigación ni la deducción. Vivía en una vieja casa a las afueras de su pueblo, apenas a media hora en coche de mi actual lugar de trabajo. Al acercarme a ella eran las nueve de una sofocante noche de junio y él mecía su silleta de playa afuera, delante de un pequeño televisor con el volumen suave y en cuya pantalla un coche se estrellaba contra otro con estridencia. Bajó del todo el sonido del aparato, al verme.
-No lo entiendo –dijo al rato, una vez hechas las presentaciones y aclaraciones pertinentes, cuando le conté los detalles de su leyenda y mi propósito de relatarlas de forma fehaciente, tras levantarse e invitarme a mí también a hacerlo para acompañarle hasta su biblioteca y regalarme, dedicado, uno de sus numerosos libros envueltos en amables portadas: ocupaban en exclusiva tres estantes del salón-. No lo entiendo, de veras, porque llevo viviendo en Abanilla toda mi vida.