martes, 13 de diciembre de 2011

Big bang



¿Fue con un estallido, que comenzó el universo, o terminó con él y nosotros tan solo somos su demorado eco?

viernes, 2 de diciembre de 2011

Un poema


OMAR KHAYYAM IRRUMPE EN LA CERVECERÍA DE UNA GRAN SUPERFICIE COMERCIAL



Despejadme el camino hasta la barra

porque he agotado todos mis senderos

y este es el único que quiero repetir.

Alcemos nuestra copa, amigos míos.

Porque he venido a emborracharme.


Dadme amigos, mujeres y rostros para amar,

corifeos que rían mis historias

hasta el amanecer

-y haré el amor entonces tan sólo con el sueño.


Porque hoy tan solo quiero emborracharme,

he venido a beberme los depósitos

del mundo, todos los océanos

si es necesario.


Puedes tratar de entretenerme,

no prometo premiarte si lo logras.

Porque no puedo darte nada, más allá

de arrastrarte conmigo debajo de esta lluvia

que desde hace milenios da el olvido a los hombres.

Ahora voy a ungirte con mis besos,

mis besos de ginebra.

Oh, sí, confía en mí.

Alcemos nuestra copa.

Porque la realidad es árida

y no hay quien se la trague, ¿qué esperamos

para beber, amigos míos?


Se pudren los océanos como se pudren nuestros cuerpos.

El hielo de los polos se funde lentamente,

el agua anega la materia, nuestra amada materia.

Porque somos materia, materia susceptible

de quedar inundada para siempre.

Dadme alcohol y probad también vosotros,

acompañadme en la inmersión

del alcohol que yo soy

ardiendo en los depósitos del mundo,

en las heridas y en los muertos

en los cadáveres del pleistoceno,

borrachos todavía,

borrachos de putrefacción.


Acompáñame, amigo, ven aquí

y ponme ya otra copa.


La vida no es cosa de risa y yo me río,

me río y no me río.

Me río de mis ganas de reír,

me río de lo poco que me invita a reír,

me río porque todo, en realidad,

aquí, en la realidad, me invita a hacerlo.


He venido a beber la copa de la Tierra,

a emborracharme con desiertos

de los que nadie sabe el nombre todavía,

desiertos de extensiones concebibles

tan sólo en los reinos del sueño

y de la borrachera.


Nosotros somos el desierto,

nos morimos de sed.

La copa de la Tierra

siempre se alzó para nosotros.


Mi sangre es ya extensión del sueño.

Vino, vino con él, vino que fluye en todas partes

cuando nuestros sentidos al fin están abiertos

a lo abierto,

donde el sueño llega fluyendo con su doble faz

de sueño y de olvido, de borrachera,

el sueño del que bebe de su propia borrachera.


No beberé los sueños,

lo hice en el pasado, en tal medida

que ya no me emborrachan.

No son extraordinarios para mí.

Vivo instalado en ellos

porque los sueños son mi casa,

y ahora busco algo diferente,

tan solo emborracharme

hasta perder esta conciencia con que sueño a diario,

de que todo lo que sucede en mí es ilusión.

Quiero perder este sentido que me asiste y que me da

toda medida y toda precaución, toda cordura.

Quiero beber, beber. Beber tan solo.

Quiero beber hasta caer al suelo.

Quiero caer redondo y descansar.


He venido a beberme la tierra y los océanos.

Quiero beberme todo el tiempo que me queda,

Todo lo que me quede por vivir

yo sólo pido que me quepa en una copa.


Ponme una copa ahora y luego otra.

Cualquier borracho sabe que la mejor copa del día

es la que espera tras la copa por venir,

que el tiempo es algo líquido

que adquiere forma justo cuando pasa por la boca,

en la garganta

justo cuando desaparece y deja hueco

a esta sagrada sucesión.

Pues venga siempre más, que no se pare,

que venga hasta nosotros.

el río que nos lleva, el río que ya somos.


Chico, ¿es que no me escuchas?

He venido a beberme

el mar y todos los océanos.


Ponme una copa.

Ahora.


[Poema leído anoche en Cartagena, en el recital colectivo

"Con-clave de rock". Como este otro poema, pertenece

a una ampliación en proceso de mi plaquette

Nuevos dioses, publicada en 2001].


miércoles, 30 de noviembre de 2011

Adiós, pequeña amiga. Isolda, 2006-2011




Elimino del verso
el brillo de la luna
para que sobreviva entre las sombras
mi pequeña falena.

Ya no busco la luz, resulta inútil.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Aventuras fantásticas en la platea de un teatro


Anochece sobre el escenario y me entra sueño. Focos tenues se corresponden con las candelas que ahora portan los personajes. La escena cómica nocturna se precipita: desencuentros, portazos, gente que entra y sale, un vodevil entre las sombras. Todo el público rompe en carcajadas. Todos excepto yo, porque me estoy durmiendo.

Me arrastra la noche de la ficción. Son mis ritmos, unas costumbres férreas. Pasa un buen rato hasta que la acción va remansándose, los actores hablan más bajo, más despacio, y el público se calma con ellos. Vuelve la luz, está amaneciendo. Los focos se proyectan de forma progresiva sobre una escena que va vaciándose. Me avisan, simplemente, que es de día. Comienzo a despertar.

El telón cae, marcando el entreacto, y yo me quedo ahí, en un lugar que no es la realidad ni la ficción. Con mi despertar jubiloso y una atención para qué o para quién, para nadie, para nada.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Reparación (versión extendida)


Hace tiempo cometí un error, pero no puedo recordarlo. Solo sé que el mundo tal y como alguna vez lo conocí ha desaparecido: la civilización y los núcleos urbanos, el orden de los días y las noches en su estricta sucesión... También -lo más extraordinario- la compañía de los otros: hace tiempo que estoy solo. Solo yo he sobrevivido a una catástrofe de la que solo puedo ver sus resultados, el páramo que me rodea: no sé qué clase de hecatombe fue, pero sospecho que todo se desató por culpa de mi error.

Hay la luz persistente de un sol que no me deja ver. No puedo predecir su posición, cuándo viene o se oculta, ni hay materia fija que me sirva de parapeto. Donde todo queda a la vista, todo fluye: no hay aquí asideros ni descanso. Donde no hay sombra, hay una sombra que no cesa: no hay nada ya que distinguir.

Entre las formas que se mueven, uno sospecha un movimiento, una fluencia: impone una única forma que cambia sin cesar. Imagino a alguien muy grande, gigantesco y extraño que observa desde lejos: es cosa de mi soledad, supongo. Pero de esta fantasía me sorprende que esa entidad descomunal nos vea a mí y al mundo como algo que está quieto y en paz, tranquilo.

En realidad, yo soy el mundo y ese alguien que me observa, pienso. Pero temo perderme por esos caminos de la mente: no sé si todo allí va a acelerarse o si, por fin, regresaría a la quietud; una quietud real, si es que existe algo así. El mundo y yo, ambos supervivientes, aún nos aferramos a alguna clase de ensimismamiento que busque la reparación: igual que el mundo trata de restituir su equilibrio perdido -las rotaciones de los astros, las mareas de sus océanos-, yo intento recordar la forma en que no debo abandonarme para no cometer aquel error, fuera cual fuese.


martes, 15 de noviembre de 2011

Reparación


Hace tiempo cometí un error, pero no puedo recordarlo. Solo sé que el mundo tal y como alguna vez lo conocí ha desaparecido: la civilización y los núcleos urbanos, el orden de los días y las noches en su estricta sucesión... También -lo más extraordinario- la compañía de los otros: hace tiempo que estoy solo.

Solo yo he sobrevivido a una catástrofe de la que solo puedo ver sus resultados, el páramo que me rodea: no sé qué clase de hecatombe fue, pero sospecho que todo se desató por culpa de mi error.

El mundo y yo, ambos supervivientes, aún nos aferramos a alguna clase de ensimismamiento que busque la reparación: igual que el mundo trata de restituir su equilibrio perdido -las rotaciones de los astros, las mareas de sus océanos-, yo intento recordar la forma en que no debo abandonarme para no cometer aquel error, fuera cual fuese.


sábado, 5 de noviembre de 2011

Un poema


MOZART CONCLUYE SU MISA EN DO MENOR MIENTRAS COLABORA EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA GRAN MURALLA CHINA


Trabajé duro toda la semana, y seguí trabajando también el viernes y el sábado, el sábado y el domingo,


trabajé en McDonald´s y Carrefour, limpié suelos y escaleras, barrí toda la suciedad que se acumulaba desde, al menos, la historia de Caín y Abel,


me incliné una y otra vez sobre campos de hortalizas que se extendían hasta donde muere y renace el horizonte, renace y muere en la piel oscura de hombres y mujeres como yo.


Creced y multiplicaos, se nos dijo, y nosotros nos multiplicamos sin cesar, nos inclinamos sin cesar,


buscamos en la tierra la forma de no inclinarnos nunca más.


Cavar allí era cavar en el alma del mundo, abrirle heridas de continuo, aunque sabíamos que, tarde o temprano, el mundo iría a vengarse.

El sol oscurecía nuestra piel y éramos hombre oscuros como una mala broma, como un lapsus momentáneo en los planes de Dios.


También salí a buscarte para robar la libertad a dentelladas, la libertad que nos debían desde hace tiempo, y malgastarla en bares de la periferia, en autovías sin fin camino de la borrachera que no nos abandona.


Debemos intentarlo, me decías, mientras pactábamos con rendiciones y demonios que compartían nuestros rostros y reían, y preparaban más rayas de cocaína, y reían.


Lloraban cuando les contábamos todos nuestros pecados,

lloraban de la risa,

lloraban lágrimas densas como la carne, lágrimas de mercurio y eran los termómetros alucinados que medían el bochorno infernal de nuestras noches,

amasaban con el calor huido de los días,

en las noches de nieve y orfidal,

anestesia limpia para nuestros rostros hundidos,

hundidos como surcos, surcos como vías

para nuestra escapada, trabajamos duro

y descansamos alguna vez.


Te defendí delante de los jueces, pero también te condené, te condené conmigo

y ahora juego a vida o muerte y por placer, un placer masoquista,

apostando las llaves de nuestra libertad.


Por ti desentrañé los secretos de los libros sagrados,

perdí mi tiempo en explicarte cómo el tiempo moldea paciente, furioso, estrellas y galaxias.

Pero te rajaste cuando llegó el momento de viajar hasta ellas.

Ve tú solo, me decías, ansiosa de otro día para el descanso,

otro planeta más tranquilo en el reino del tiempo y no en el del espacio,


ese reino que siempre gira

y no aquel ante el que siempre nos debimos inclinar.


Es nuestro al fin todo el uranio, y nuestros sueños brillan enfermos en todas las mañanas del mundo,

tuyas, tuyas son las llaves del reino de la muerte.

Kirie eleison, kirie, kirie eleison,

sólo espero

que vengas a buscarme para salvarme de mí mismo,

que puedas devolverme mi rostro, que me ayudes a recordar mi verdadero nombre.

Mi alma solo puede residir, a estas alturas, en tu voz

y yo, bueno, solo quiero que cantes

mientras los violinistas agitan sus brazos

con espasmos que sacuden a ángeles impasibles

-tocan para que el mundo llore

con esta música que nos ciega

y nos devuelve la vista:

Kirie eleison, kirie, kirie eleison.

Tiembla la creación mientras cantamos.


Ah, es muy fácil dar por terminada algo que llamas creación

para luego esconderte y observarla desde lejos,

cuando todo ha quedado en ella por hacer.

Nosotros acudimos a diario a sostenerla,

ararla y roturarla, y esperar a que crezcan sus frutos en centros comerciales donde lo que se vende es infinito,

como el esfuerzo con que lo hemos producido.


El tiempo de una vida ya no basta para pagar todo lo que necesitamos. ¡Ah, salve, dios del ruido y la velocidad!

Escucha nuestra oda marítima cuando los campos son un mar

en el que viene a perecer todo el esfuerzo.

Seguimos esforzándonos, ¿o es que no nos ves?

Kirie, kirie eleison.


Nuestras manos son alas, no cesan de agitarse

en pos de todo aquello que deben agarrar.

Nuestro sudor es un volcán y lo llevamos tatuado

y gime y ruge con nuestra canción.

Seguimos esforzándonos cuando el esfuerzo ya no basta

y escondemos en nuestros cuerpos

toda la furia de la tierra, su perentoriedad y su miseria,

su carácter caduco, pero también su eternidad, una fecundidad sin fin.


Seguimos madrugando

cuando el amanecer no se distingue de la noche.

Sabemos que amanece porque estamos cantando.

Tiembla, tiembla la creación mientras cantamos.


El escenario es nuestro al fin, nos pertenece,

siempre fue nuestro. Ángeles en tonos de sepia, autómatas furiosos que tocan sus violines para nadie.

¿O es que al fin, estás oyéndonos?

Abre los ojos, míranos, estamos ahí arriba,

sé que nos ves ahora, ves cómo nos movemos

aunque nosotros no lo decidimos, nos estamos moviendo

y vamos a seguir haciéndolo por mucho tiempo

para satisfacer los hilos que nos mueven.


El escenario es nuestro, nuestro al fin,

somos robots para este número final,

esta revelación o apocalipsis, este juicio

al que asistimos a diario, a cada instante.


Ocupamos el escenario, una vez más,

como siempre lo hicimos:

nunca tuvimos otro lugar al que volver.


Somos nosotros, los autómatas,

y, por si no te has dado cuenta, estamos cantando.




[Poema leído anoche en Cartagena, en el I Encuentro de Poesía Combativa "Con-Clave de Voz". Pertenece a una ampliación, actualmente en proceso, de mi primer libro de poemas, publicado en 2001: la plaquette Nuevos Dioses]


sábado, 29 de octubre de 2011

Recital




Estáis todos invitados al recital de poesía que daré el próximo lunes 31 de octubre a las 21:30 en la cafetería Zalacaín de Murcia, dentro del ciclo "Los lunes literarios" que organiza el Colectivo Iletrados.

Voy a leer, casi en exclusiva, material inédito: después de mis dos primeros libros, Los nuevos dioses (2001) y Agujeros (2002), he escrito otros tres extensos poemarios, bastante distintos de los anteriores; uno de ellos, espero, será editado pronto. Estoy deseando "estrenarlos" para todos vosotros.

(Página de "Los lunes literarios" aquí).

jueves, 20 de octubre de 2011

Ella en lo alto de la torre


Desde hace un tiempo, sé que me espía. En las reuniones de los amigos que nos unen y con aire ausente, apartada, como si buscase cierta soledad. Pero me espía, y creo que con intenciones lúbricas: intuyo que quiere follar conmigo.

Yo, simplemente, quiero respetarla. No solo a ella, sino también a su pareja y a la mía.

Una tarde tomábamos unas copas en la piscina de un amigo, con muchos otros conocidos, al pie de una torre. Decidí subir a lo alto de la torre, hastiado del alcohol. A mitad de mi ascensión, me oculté en un recodo de la escalera para mirar abajo y espiarla. Ella, efectivamente, me seguía. Aproveché para bajar a toda prisa por el otro lado de la construcción. Una vez reintegrado entre nuestros amigos, miré hacia arriba: en el punto más alto del edificio, y recortada entre las sombras, ella era una sombra más, inmóvil, que buscaba la sombra que fui yo allá arriba -una sombra que nunca, en realidad, estuvo ahí arriba.

Me alejé en dirección contraria, hacia el mar. Observé la torre y a nuestros amigos, toda la escena de lejos, jadeante aún por el esfuerzo. Todos daban vueltas y vueltas, despacio, muy despacio, ebrios e inconscientes, en torno, sin saberlo, de la torre. Y ella en lo alto de la torre, ebria tan solo de deseo, de deseo hacia mí, de ganas de follar, aullaba a su manera a la luna -sin emitir sonido alguno-; dispuesta a servirse mi cabeza, si mi cabeza hubiese estado allí.

Aullaba para alguien que no era yo ni era nadie de los que se arremolinaban en torno de la torre; pero ella no podía saberlo, presa de su juventud y su deseo urgente. Mientras todos nos alejábamos, nos acercábamos al mismo tiempo hasta ese centro, el centro de nuestro alejamiento; incluso ella, sin saberlo, se alejaba inmóvil en su torre. Una vez hube regresado con todos los demás, cogí la mano de mi compañera, de aquella a quien amo de verdad; y tuve miedo. La supe ahí a ella, a la otra: justo en el centro de ella misma. Un centro poderoso en cuanto más sola y equivocada que todos los demás. Sola y poderosa como un faro, se erigía en un aviso a tener en cuenta cuando volviera el deseo a crecer como una torre en cada uno de nosotros.

En esa noche de fiesta todos éramos, de repente, precarios. Y nos aferrábamos a esa libertad que siempre nos otorgó el hecho de ignorarnos; solos sobre una tierra que no nos pertenece, una tierra junto a un mar que sí empieza a pertenecernos cuando miramos a lo oscuro e intuimos su inmenso movimiento, su conquista de una lejanía.


Quizás en alta mar haya más torres. Y acaso, invisibles, aún intenten conquistar el cielo por nosotros. Es nuestro, ese mar, porque nunca será nuestro.

viernes, 14 de octubre de 2011

El equinoccio absoluto


El equinoccio absoluto
André Breton y Philippe Soupault



Lo diré con Machado y con Hugo Mujica:

La desnudez no es desnudez porque la mires,
sino porque, al mirarla, te desnuda.






__________

[Piezas originales: ANTONIO MACHADO: "El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve", en Poesías completas, Austral/Espasa Calpe, Madrid, 1991, p. 289; HUGO MUJICA: "como una desnudez / que se revelara en sí misma, / no en los ojos de quien la mira", en Y siempre después el viento, Visor, Madrid, 2011, p. 62].

lunes, 10 de octubre de 2011

Astronomía


Porque siempre me interesó la astronomía, ese mundo de gigantismos y escalas cósmicas, fantaseé inevitablemente con la caída de algunos de esos prodigiosos cuerpos celestes sobre la Tierra, con desenlace cataclísmico. He imaginado incluso, muchas veces, que algunos de esos meteoros vienen desde distancias inimaginables para impactar exactamente sobre mi cabeza: largas noches de agosto en mi terraza, absorto en los cielos, dan entre muchas fantasías para esta.

¿Cómo iba a imaginar que esa fantasía iba a hacerse realidad? Y justo mientras yo, en mi terraza, miraba soñador en dirección al cielo. Vi esa roca, toda esa masa gigantesca, abalanzarse sobre mí. Apenas tuve tiempo a reaccionar pero, claro, poco podía hacer: supongo que esta parte del planeta, tras mi muerte, quedará devastada. No lo sé. Ya no puedo saberlo. Tan solo he sabido, y sé, que en el momento en que esa roca se precipitaba sobre mí, mi asombro no fue dirigido, de forma fatalista, hacia mi muerte o a la enorme destrucción que iba a consumarse en cuestión de segundos, sino al prodigio de ese objeto extraño, casi un mundo, procedente de un ignoto rincón del universo. Y aquel gigante meteoro, como reconociendo agradecido ese asombro no egoísta por mi parte, mi interés puro en su movimiento y su existencia, detuvo unos instantes, a escasos metros de mi rostro, su caída.

Fue como si todo el tiempo, segundos antes de mi muerte, se hubiese detenido. Pude admirarlo, sí, y sentir esa ebriedad que perseguí en los cielos, con mi imaginación, en tantas ocasiones de mi vida; esa vida que ya tocaba a su fin. Luego incliné despacio mi cabeza, vencido: el tiempo se reanudó a mi alrededor con una velocidad inaudita. Y antes de que todo terminara para mí -y por desgracia, como debo de inferir, para buena parte del mundo- aquel gigante meteoro se hundió lento, casi diría delicado, en mi cabeza.

martes, 4 de octubre de 2011

Dos poemas


Todo contiene cosas, algo,
ideas, por ejemplo.
Por eso cada vez me bastan menos cosas,
lo que cabe en un cuenco imaginario.

Un cuenco con ideas
muy poco apetecibles:
dejo que se derramen, las esquivo,
camino de puntillas por el cuarto
del que hace ya algún tiempo que no salgo
aunque lo hago a cada instante, con ideas,
las ideas correctas.

* * * * *


Nuevos amigos, al salón.
Crece la propension a las patadas,
epifanía del kung-fú.

¿Quién te invitó a este baile, que no supo
de tus ganas inéditas de figurar
antes de que la timidez
arruine, en su regreso, el nuevo giro
de lo que no acontece?
Te responden las piedras
mientras todos los peces
vuelven a su pequeña
pecera, su tatami.

Más que del kárate, de reflexión
te voy a hablar, pared de agua,
golpe de la respiración.

sábado, 1 de octubre de 2011

Maquinaria


Fue mi hijo quien me avisó entre lágrimas:

-La tostadora, papá -dijo-. La tostadora.

Subí las escaleras, con sueño todavía, en dirección a la cocina. Allí, sobre la mesa, dos trozos de pan yacían amarillentos y temblorosos. No era el amarillo de la mantequilla, mi hijo no había logrado embadurnarlas. ¿Quién iba a atreverse a hacer tal cosa sobre ellas, temblando como lo hacían? Era el amarillo de la enfermedad.

Miré el viejo aparato con desolación. Durante años, nos había acompañado y servido de manera diligente. Mi mujer lo había comprado en Melilla, cuando en Melilla confluía todo tipo de sorpresas tecnológicas, a precios bastante bajos y venidas de cualquier parte del mundo. Solo por los detalles y las formas, cambios insignificantes en los electrodomésticos y el menaje más ordinario que otorgaban a todos ellos un plus de extrañeza, leve pero definitivo, ya era una aventura acudir a sus bazares.

-Tendremos que llevarla al médico -dije sombrío y confundido como un currelo que no ha desayunado todavía.

Al salir de la fábrica, mi hijo me recogió en su coche y fuimos a la clínica. Mi mujer había pasado allí toda la mañana; se le notaban las ojeras y los surcos de las lágrimas cuando nos recibió. Las autorizaciones para la operación estaban todas firmadas, nos dijo.

-¿Tienes hambre, papá? -me preguntó mi hijo. No me atreví a responderle, a decirle que sí. Pero me acerqué hasta la máquina de café de la entrada a la planta, junto a los ascensores. La máquina llenó mi taza de café con fría diligencia.

Estúpida lobotomización de la maquinaria industrial, pensé con injusticia. La máquina, profesional, terminó de servirme el café sin inmutarse, no respodió a mi provocación; pero oí gemir, a mis espaldas, a otras máquinas expendedoras: máquinas de bebidas, de chucherías. Les rogué me disculpasen. El médico salía del quirófano en ese momento. Nos dijo que los cirujanos harían todo lo posible a lo largo de la tarde.

Disculpad, volví a decirles mentalmente. A todas ellas. Disculpad.

Ellas también saben qué es el amor. Puedo oír cómo lloran.

martes, 27 de septiembre de 2011

Negativo de una novela negra


["Novela blanca", un reverso de la novela negra que a nadie interesaría, apunta Javier Moreno en su blog, porque "el bien y la felicidad no requieren justificación [...] Es el mal el que pone en marcha el mecanismo de lo narrativo, con su cadena de preguntas a las que se busca dar respuesta. Al mal se le buscan las causas, nunca al bien". Lean entero el texto aquí. A mí se me ocurrió, como comentario, el siguiente argumento para una "novela blanca"; argumento que quiere ser también, en sí, un pequeño relato.]

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La historia arranca con un acto de bondad anónimo y desinteresado, sin móvil aparente.

Se busca al responsable, se barajan sospechosos que acaban revelando en su caracteres pequeñas manchas, maldades que los desacreditan como responsables. ¿Qué móviles ha podido tener alguien para actuar de esa forma?

Los investigadores se devanan los sesos, los investigadores se sienten impotentes y, finalmente, los investigadores lloran reconociendo que, al menos, toda esa bondad se esconde en alguna parte, también en un lugar profundo de ellos mismos, acaso inaccesible. Lloran de tristeza porque no pueden llegar hasta allí, lloran de felicidad porque esa bondad, al menos, existe, está ahí: lejos, muy lejos y a la vez desesperantemente cerca, a su alcance. Se emborrachan. Amanece. Despiertan en una cuneta. El sol les deslumbra pero ellos insisten en mirarlo. Mirar toda esa luz blanca.

sábado, 24 de septiembre de 2011

El club de la siesta


Empezó como una suerte de costumbre compartida por azar y ha acabado asemejándose a una reivindicación. Después de comer, todos venimos provistos de una almohada de viaje y con un gato entre los brazos. El gato es nuestro animal fetiche, por su naturaleza sesteante. Vamos distribuyéndonos por los rincones del cuarto de estar que, en el reparto de las tardes, corresponda cada vez. También nos repartimos sofás y cojines grandes por turnos: camas y cuartos separados se prohiben para evitar la tentación de escarceos carnales que desvirtuarían nuestro club. También todo tipo de sustancia que induzca al sueño. Definitivamente, están prohibidos los narcóticos y el sexo, así como las timbas o la conversación; también faltar a las obligaciones que cada uno tenga por la tarde.

Sabemos que los otros echan en soledad sus siestas. Bueno, en realidad, la mayoría. Pronto comprenderán que, aunque seamos minoría, la unión hace la fuerza y, desvelados por tal inquietud, ya no podrán dormir. Con los ojos abiertos y desde sus camas o sus sofás, mirando al techo o, peor, a sus televisores, intentarán imaginar qué planeamos justo entonces; qué operación a gran escala, mortal, definitiva. En todo ello pensarán mientras nosotros, dulcemente abrazados a nuestros gatos y nuestras almohadas, en silenciosa paz, echamos nuestra siesta.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Domingo por la tarde


Un gato recostado igual que un signo de interrogación.

Un superhombre


Cayó desde el espacio, siendo un niño. Venía de un planeta moribundo. Fue acogido por una amable pareja de granjeros. En la pubertad, y como efecto de las radiaciones de nuestro sol sobre su cuerpo alienígena, manifestó unos poderes extraordinarios. De forma que, cuando llegó a la vida adulta, se transformó en el formidable guardián de nuestro mundo.

Todos lo amaban, hasta que fue descubierto su terrible secreto: no fue el único superviviente del colapso de su planeta, sino que otros muchos niños fueron cayendo detrás de él, a lo largo de los años, en la Tierra; para continuar erigiéndose en nuestro único guardián fue buscando uno tras otro a todos esos otros seres formidables y, en sus pequeños cráteres, los fue estrangulando.

jueves, 8 de septiembre de 2011

martes, 23 de agosto de 2011

Muñecos


Con la muerte de los ángeles empieza

la mutilada arqueología de los museos clásicos

Rafael Pérez Estrada


Durante un tiempo, me hice con una pequeña colección de muñecos articulados, todos ellos reproducciones de superhéroes de cómic. Ya no los compro por economía pero me siguen fascinando, se reparten por los estantes de las librerías de mi casa, custodiando mi biblioteca: superhéroes de tebeos, esos descendientes de las estampitas religiosas de antaño. Una vez devienen en muñecos, son como estatuas de santos y vírgenes, que a su vez son herederos de la anciana costumbre humana de dar forma tridimensional a sus dioses o a sus héroes –es decir, semidioses-, a esos seres sobrenaturales que, en el peor de los casos, devenían en becerros de oro que el pueblo judío, en la Biblia, debía recordar periódicamente no adorar.

Pero qué atrayentes me han resultado siempre los superhéroes, esos muñequitos multicolores. Está ligada a mi memoria lectora y visual su proliferación, en universos autónomos de ficción, en distintos supergrupos o, por ejemplo, en las dos primeras macrosagas respectivas de Marvel y DC Cómics, Secret Wars y Crisis en las Tierras infinitas, que salieron al mercado en los años 80, justo cuando más impresión podían hacerme -aún estaba en el colegio-: decenas y decenas de superhéroes y superheroínas viajando por los confines cósmicos o por cincuenta y dos diferentes Tierras paralelas. Leo ahora en Friedrich Schlegel sobre un "caos originario de la naturaleza humana, para el cual no conozco un símbolo mejor que el policromo hormigueo de los antiguos dioses".

Me gusta esa herencia, pienso ahora, y me gusta que esa cadena haya acabado en estos caballeros andantes urbanos, en estas Juanas de Arco nucleares, tipos con poderes ridículamente exagerados que se mecen, vuelan o corren a hipervelocidad entre los rascacielos con sus ajustados y ridículos trajes. Semidiós y/o dios multiplicado –vieja prerrogativa religiosa, esa multiplicación, que fue la primera que el monoteísmo, por razones evidentes, quiso erradicar- convertido en una figura ridícula, acrobática, salvífica pero absurda, un payaso con los calzoncillos por fuera, sobre los pantalones, y con capa y máscara, multicolor.

Lo he pensado muchas veces, y lo recuerdo ahora leyendo uno de los relatos del libro Criaturas abisales, de Marina Perezagua, el titulado “Caza de muñecas”: los muñecos manipulan a los niños que juegan con ellos, pervirtiendo sus conductas de tal forma que los adultos se ven obligados a destruirlos. Horcas, lapidaciones y guillotinas, piras de muñecos y muñecas arden día y noche, cuando su amenaza se torna insoportable. Solo que, una vez destruidos -atención, no siga leyendo este párrafo si no quiere conocer el final del relato, y si quiere otra conclusión para este otro pequeño texto salte a la cita que lo cierra en el párrafo siguiente, extraída de la mitad aproximada del relato de Perezagua- [SPOILER a continuación:], cuando todos los muñecos han sido erradicados de la ciudad, la perversión de los niños se consuma y estos terminan imitando, silenciosos y rígidos, aunque movibles por acción ajena –articulados-, a sus antiguos muñecos [FIN DE SPOILER].

“En las iglesias se sustituyeron los cirios por los cuerpos de las muñecas más blancas, que ardían día y noche, ante abuelas que arrodilladas rezaban sus plegarias con una única voluntad, que sus nietas recuperaran la inocencia” (Marina Perezagua, “Caza de muñecas”, en Criaturas abisales, Los libros del lince, Barcelona, 2011, pág. 106).


sábado, 20 de agosto de 2011

El silencio de las bestias



Quizás alguna vez los animales tuvieron la facultad de hablar, pero al cabo de los milenios, aburridos, incluso decepcionados de lo poco para lo que aquello parecía servirles, sencillamente volvieron a olvidarse de cómo hacerlo.



jueves, 4 de agosto de 2011

La venganza de los poetas


Sabido es que Platón imaginó una república ideal y que expulsó de ella a los poetas, esos forjadores de mitos que, además, atribuían el mal de los hombres a la acción de los dioses.

También es sabido que a Platón se debe el mito de la Atlántida. Pero Platón no lo formuló como mito, sino como ejemplo de sociedad ideal que cae en desgracia a causa de la abyección moral en la que terminan viviendo sus habitantes.

Es la posteridad quien transforma ese ejemplo moral en un mito y en una historia, también en una realidad; en una raza pretérita y avanzada, casi de semidioses; en un continente que aún trata de ser imaginado, rastreado, encontrado.

Platón se sentiría contrariado. ¿Una venganza de los poetas?


martes, 19 de julio de 2011

Los que nos suicidamos

Los tejados ignoran que existen las ciudades

Micharmut


Te vas de la ciudad, me dejas solo

tripulando la sed de los tejados

Lorenzo Plana


Paseo caviloso por estas azoteas: son mi hogar. Me asalta, a veces, el deseo de mirar ahí debajo y ver lo que sucede en esas calles. Vigilar a toda esa gente y ver qué hace, cómo son, adónde van.

Si es que queda alguien, todavía, ahí abajo.

Los que nos suicidamos arrojándonos desde los edificios, al vacío, estamos condenados a residir aquí, post-mortem: en un mundo de tejados continuos.

Paseo todo el día y, por la noche, sueño con traspasar esta cárcel de tejas, pizarras y uralitas.

E ir abajo.

Abajo otra vez. Por fin. Abajo.



[El dibujo es una versión de un personaje que apareció en la revista Cairo, si no recuerdo mal en una portada, y dibujado por Micharmut]

[Actualización, 9 de agosto: añado la segunda cita, acabo de encontrarme con esos maravillosos versos de Lorenzo Plana]


lunes, 11 de julio de 2011

Sunset Boulevard. Otro descenso al infierno



“Los problemas de la locura rondan la materialidad del alma”, escribió Foucault en Historia de la locura en la época clásica (trad. de Juan José Utrilla, Fondo de Cultura Económica, México DF, 2010, tomo I, p. 35). Se dice que los salvajes creían que las cámaras fotográficas robaban el alma y al cine, poco después de ser inventado como espectáculo, se le llegó a denominar la pantalla del diablo. Pero la gran fábrica de imágenes del siglo XX, el motor del imaginario del siglo XX, también podía crear delirios que confundiesen a sus mismos soportes materiales, los actores que encarnaban a los protagonistas de ese imaginario: se dice que, en los últimos años de su vida, Bela Lugosi se creía Drácula. La ficción contamina la realidad, no solo la del espectador, paciente de la ficción, sino también la del actor o agente de esa ficción.

Así el personaje que interpreta Gloria Swanson en Sunset Boulevard de Billy Wilder -película titulada en español El crepúsculo de los dioses- enloquece de idealidad y de ficción, creyéndose ya no un personaje –aunque devenga finalmente la Salomé con la que, en efecto, quiere volver a las pantallas- sino ella misma como estrella, como actriz eterna. “La locura está, pues, más allá de la imagen, y sin embargo está profundamente hundida en ella; pues consiste solamente en hacerla valer espontáneamente como verdad total y absoluta” (Foucault, ibid., p. 362).

Después de volver a ver la película, me fascina sobre todo la última escena. Se nos narra, al fin, la muerte del narrador que desde el principio se nos anticipó; se nos muestra la misma imagen con la que se abría la película, el narrador -¡así que era el narrador!- flotando muerto en la piscina –y rodado desde abajo-; y Norma Desmond desciende las escaleras ante la luz de los focos, mientras los policías quedan congelados en su ascenso por esas mismas escaleras.


“La locura designa el equinoccio entre la vanidad de los fantasmas de la noche y el no ser de los juicios de la claridad” (Foucault, ibid, p. 384). Norma Desmond fabrica, una vez más, la imagen de sí misma ante los flashes y las intensas luces de los focos. “Es la noche vacía del error; pero ante el fondo de esta primera oscuridad, un relámpago, un falso relámpago, va a estallar: el de las imágenes. Se levanta la pesadilla, no en la clara luz de la mañana, sino en un cintilamiento sombrío: luz de la tormenta y el crimen. […] En esta noche, los fantasmas encuentran su libertad […]. Pero todas esas imágenes convergen hacia la noche, hacia una segunda noche que es la del castigo, de la venganza eterna” (Foucault, ibid, p. 386).

Norma Desmond desciende las escaleras, haciendo caso omiso de los periodistas y los policías reales que suben, o mejor que subían, porque quedan congelados en el acto de subir, fascinados por la actitud de la actriz, su elegancia de estrella pretérita, que no es de este mundo, atendiendo a las cámaras que la aguardan abajo, que ya la ruedan desde abajo, preparando para las pantallas no la idealidad demente de la actriz sino la pura materialidad de lo real, la terrible noticia acaecida esa noche: ella cree que ruedan para su próxima película, para su vuelta al estrellato, su regreso al firmamento, pero en realidad ruedan a la criminal y a la demente, tras su pecado y su culpa, su crimen, camino del infierno.