viernes, 30 de noviembre de 2012

Consideraciones sobre una conversación con C.






1.    Hablar con él consiste en defenderse de sus acusaciones.

2.    Hacer de ese tipo de conversación la base de la vida social de uno.

3.    Quizás se trata de un ejemplo perfecto de interlocutor desinteresado. Porque su conversación siempre gira en torno a su interlocutor.

4.    Es un interés incómodo para cualquier interlocutor, supongo: a nadie le gusta que le revelen, si es el caso, lo que a uno le gusta hablar de sí mismo; y, en todo caso, verse obligado a hablar sin cesar de uno mismo.

5.    Siquiera para defenderse.

6.    Tener que hablar de uno mismo  exclusivamente para defenderse de sucesivas, continuas acusaciones.

7.    Lo cierto es que la continuidad de dichas acusaciones, su implacabilidad en el pequeño periodo en el que se extiende una conversación con él, revela un interés meritorio hacia el otro. Un esfuerzo, casi un plan.

8.    Si hablamos de un plan, hablamos también de paranoia, de la sospecha de paranoia.

9.    Digamos que es alguien que logra extender la paranoia allá donde lleva su conversación, cuando se acerca a uno para conversar. Paranoia en torno a aquel que habla e inquiere y pregunta, o sea él, pero también en torno a uno mismo.

10. Supongo que hasta las personas a las que les gusta hablar de sí mismas acaban aburridas de tener que hacerlo sin cesar, en esta suerte de conversaciones trampas que siempre tiende C.

11. Creo que siempre he visto a C. como un trampero. Tratarlo tiene algo de cansado, porque supone el esfuerzo de tener que salir de una nueva trampa, cada vez. Pero en la distancia y el recuerdo, tiene gracia. Me gusta C., me cae bien.

12. Una confesión: en el hecho de que me caiga bien C. juega no poco a su favor haber visto tratando de salir de sus trampas a otros.

13. Sobre todo a gente que te cae mal. C. es un genio para hacerte disfrutar en este sentido.

14. Hablar con alguien cuya concepción de una charla informal consiste en preguntar, alguien que pregunta de forma incesante y ese es su modo de conversar. Preguntas como acusaciones. A menos que todas esas preguntas afloren de forma natural como resultado de una soledad en la que C. piensa exhaustivo en los demás, sus amigos y conocidos, y le surjan dudas que se siente impelido a resolver cuando sale por fin de su soledad y tiene ante sí a los demás.

15. “Cómo concibes tu situación como artista. Porque tú tratas de practicar el arte de forma activa, tiene un papel importante en tu vida, debes de considerarte un artista”. “¿Eres feliz? Porque yo siempre te he tenido por alguien que era feliz. Salvo en algunos periodos, claro, circunstancias inevitables, recuerdo algunas. ¿Eres feliz ahora?”. “¿Te llevas bien con tu hermano? Porque tú siempre te has llevado mal con tu hermano, ¿no?, y me gustaría oír que las cosas se han arreglado entre vosotros”. “Recuerdo que tu adolescencia fue mítica para ti, siempre has hablado con devoción de ella”.

16. Porque eché un vistazo a su colección de libros, desde el sitio en el estaba sentado, él dijo: “No tengo muchos libros, me gustaría tener más. Y tebeos, me gustaría comprar muchos tebeos que he sacado de la biblioteca a lo largo de estos años y que me han gustado mucho, me encantaría releerlos, he buscado algunos pero ya no pueden encontrarse. Tú tienes muchos libros, los compras de forma compulsiva, yo no tengo mucho tiempo para leer, tú habrás leído muchísimos, aparte de todos los que tienes”.

17. Le respondí: habré leído la mitad de mi biblioteca.

18. Diría que me miró burlón, pero lo cierto es que la mirada de C. siempre se te muestra burlona. Añado esto sabiendo que puede ser interpretado como a) un intento de que se me exonere; b) un intento de que se le exonere.

19. L o primero que vi de su biblioteca fue que tenía la novela de Crash de J. G. Ballard, creo que en la clásica edición de Minotauro. Sentí necesidad de tenerla yo también, no la he leído y me gusta mucho Ballard, acaban de reeditarla en una bonita edición con las tapas plateadas.

20. Recuerdo una tarde en la playa, cuando un amigo común nos presentó a un grupo de gente. En medio de la natural incomodidad que se siente en momentos así, él les preguntó de pronto: “¿Tuvisteis una infancia feliz?”.

21. Las marcianadas de C. Es un ejemplo de muchos, que revelan un carácter que al resto de amigos nos pareció siempre marciano. Marciano y divertido.

22. En esta última conversación que he tenido con él, me ha preguntado por mi infancia. En su casa, y rodeados por los numerosos juguetes de sus hijos, me ha preguntado de pronto si tuve una infancia de abundancia o escasez.

23. Sentí de pronto reveladora esa pregunta, porque me impelía, tentadora, a explicar algo que hasta entonces yo solo consideraba una marcianada simpática. ¿Había algún motivo en todas esas preguntas? ¿Por qué todo ese preguntas por la infancia de la gente?

24. Automáticamente, uno tiene la tentación de sacar conclusiones. A lo mejor hay desde siempre una maniobra subrepticia en todas esas preguntas marcianas, a lo mejor él espera que su interlocutor se pregunte ciertas cosas, que llegue a ciertas conclusiones cuando se queda solo, lejos de él, y piense en él.

25. Que piense en él, a lo mejor es ese su plan.

26. Bueno, esto es injusto. Escribir sobre él, quiero decir. Su juego es más limpio, tú estás delante.

27. “Parecías feliz en aquella época, hablabas con gran felicidad de aquella otra época, se te nota que has sido una persona muy feliz en diversos periodos de tu vida”. Que alguien te diga algo así y que tú te sientas molesto, pero tratas de disimularlo porque te vas a sentir aún más molesto si el otro lo nota.

28. Que alguien converse contigo y tú te sientas atacado de continuo, ¿es porque ese alguien solo sabe charlar atacando a su interlocutor,  formulando acusaciones, una tras otra? ¿O simplemente porque pone el acento en ti, porque hay un foco incansable sobre ti, y porque tú debes decirlo todo, y ese todo afecta, básicamente, cosas que tienen que ver contigo?

29. Bueno, contraatacas y le preguntas por cosas suyas. Él responde con rapidez, con evasivas, y antes de darte cuenta ya tienes en la cabeza un nuevo cuestionario contigo mismo como tema estrella.

30. “Hablabas con devoción de los días de tu adolescencia, contando todas aquellas anécdotas, ¿dirías que fue la época de tu vida en la que fuiste más feliz?”.

31. Creo que fue lo que más me molestó, lo que más paranoico me puso, cuando me sentí más atacado: que me dijese eso de mi adolescencia. “Mi adolescencia fue una mierda”, le respondí, “lo pasé muy mal en mi adolescencia”.

32. Basta con que alguien se comporte de forma extraña contigo, para que tú te sientas extraño delante de él. Para que te pongas paranoico.

33. “Tiene una personalidad un poco paranoica”, piensas, y lo que ocurre en realidad es que eres tú quien se ha puesto paranoico perdido.

34. Creo que, al reconocer que mi adolescencia fue el peor periodo de mi vida, me declaré culpable, finalmente, en el juicio que supuso charlar con él durante una hora en su casa.

35. “Supongo que mentí”, le dije finalmente. “Cuando decía todo eso sobre mi adolescencia, supongo que mentía”. Él me miró con los ojos muy abiertos.

36. Viví algunos de mis peores momentos en mi adolescencia. Pero fuera de todo ese dramatismo, también viví momentos fantásticos en ella, que aún me gusta recordar.

37. Es algo que solo ahora se me ocurre, días después de haber mantenido esa conversación con C.

38. Exageré cuando le dije que fue una mierda, exageré cuando le dije que mentía. Llevo rato intentándolo, pero soy incapaz de acabar este texto sin hablar de mí mismo, en vez de hacerlo sobre C.

39. Sigo enredado en la trampa de C.

40. Voy a tardar en volver a quedar con él.