jueves, 29 de mayo de 2008

O(h),ración para mañanas como Ríos


"Al primer lector-cyborg, también llamado cyborges, que al despertar una mañana, tras un sueño inducido, encontróse ante una pantalla convertido en un mostruoso palimpsesto".

Julián Ríos (dedicatoria para la Feria del Libro, en el diario El Mundo de hoy)


(Recogido por Fundación Y No Olviden Sicilizarse E Hipertextualizarse).

martes, 27 de mayo de 2008

Soneto para Batman: segunda versión (y definitiva, creo)


Cuando llega la noche, Bruce se enfunda
su traje de murciélago. Conduce
su batmóvil, furioso, contra el cruce
de noche y día en la ciudad inmunda.
"Obsérvala: cerqué esta barahúnda
al llegar la mañana, mas no luce
mucho aquí la limpieza así que azuce
Lucifer su embajada inverecunda".
Más ensayos de danza y estertor:
histrión perseguidor y perseguido.
Cabezas de dementes sobre estacas
arden: persiguen héroe y forajido
linderos para el baile en su interior.
Acompáñame, ven a las cloacas.

lunes, 26 de mayo de 2008

Soneto para Batman



Cuando llega la noche, Bruce se enfunda
su traje de murciélago. Conduce
su batmóvil, furioso como el cruce
de noche y día en la ciudad inmunda.


"Obsérvala: cerqué esta barahúnda
al llegar la mañana, mas no luce
por mucho tiempo la limpieza: azuce
su embajada el infierno aquí, rotunda".



Este ensayo de danza y estertor
perseguidor y perseguido ensayan.
Cabezas de dementes sobre estacas

ardiendo: héroes y villanos hallan
linderos para el baile en su interior.
Acompáñame, ven a las cloacas.

jueves, 22 de mayo de 2008

Fragmentos de un mundo flotante


a) Al borde del colapso. Hace una semana que no renuevo el blog; va a pasar más de un mes (poco más, espero) antes de que vuelva a hacerlo después de esta entrada. Ya son más de ciento setenta, y en las últimas hay un buen montón de microrrelatos: quien llegue nuevo puede entretenerse un rato con todo eso (y disfrutar con alguno de estos fragmentos flotantes, espero, ojalá); la afición que ya me sigue espero, ojalá, que me disculpe la desaparición. Con suerte, cuando vuelva, todo el mundo estará lejos de sus casas y de sus terminales de internet y yo volveré a entonar aquello de "¿dónde están mis amigoooos?".

b) En la entrada anterior hablé de un recital; finalmente, como avisaba Joseda en comentario, no fue Jesús de la Ossa sino José Alcaraz. De repente, los tres empezamos a ver con estupor cómo la carpa se llenaba de madres con sus niños: alguien había corrido el bulo de que íbamos a leer literatura infantil. Una vez abrimos el acto, Juan de Dios tuvo que explicar que estábamos allí para presentar y hacer una breve retrospectiva de "El coloquio de los perros", una revista literaria, literaria a secas, no un espectáculo de títeres ni nada parecido; las madres se levantaron y se fueron con sus chavales. Si llegan a avisarnos, a mí al menos no me hubiera importado preparar cuentos o poemas para niños. Raro, incómodo...: en fin.



c) Yo no debería estar aquí ahora, escribiendo esto, pero es que sobre todo quería decir que en los intervalos de los intervalos de los descansos, o sea diez minutos al día, vuelvo a los cómics de Jack Kirby (curioso, con él arranqué esta bitácora). Porque amo sus tebeos entre la sci-fi y lo telúrico, sus personajes entre el clown, el fool y el príncipe shakespereanos en uno -¿Hamlet?-, y el mito inca; sus perpectivas imposibles, las máquinas e ingenios inspirados sólo en parte en el mundo que compartió con nosotros: la mayor proporción de todo eso la sacó de un mundo que sólo existió en su cabeza, y cuyo secreto se llevó a la tumba; la fuerza hipnótica del avance de sus narraciones, de los encuadres con que se nos sirve. Se me ocurre que es el William Blake de la era atómica.

viernes, 16 de mayo de 2008

El contraataque de la gente burbuja



Esta tarde, a las 18:00, recito poemas y microrrelatos aquí, burbuja-iglú sita en la Alameda de las Columnas, Lorca, junto a Juan de Dios García y Jesús de la Ossa.


Estáis invitados.

jueves, 8 de mayo de 2008

La vida es sueño


Me compré un patinete, así que patiné. Aterricé en unos rosales, quiero decir que me di de bruces contra ellos, que me comí las rosas, vamos. Me dejé las espinas, no soy tonto del todo. No me gustaban especialmente. Las rosas, digo. Pero seguí comiendo. Me puse enfermo con tanta rosa, y quién no; pero la enfermedad debía quedarme bien porque tres muchachas hermosas como rosas, jóvenes como rosas, rosas no enfermas, vinieron en torno de mí con sus risas y sus prendas holgadas, olorosas como rosas, miré por si tenían espinas, no lo parecía.
Me sacaron de paseo, me llevaron a un acto público, había mucha gente, yo necesitaba aire fresco, enfermo de empacho aún, por tanta rosa, no sé si aquello era lo que yo necesitaba pero ellas se empeñaron, ¿cómo negarme? Enfermar, empachar, empeñar. Vino alguien que conocía, un crítico literario, ¿por qué un crítico literario? Porque estábamos en un acto literario, en un recital, una presentación: ah, bueno. ¿Por qué tanta gente, en una acto así? La literatura estaba de moda, la poesía, todo eso: todo el mundo estaba loco. La gente saca a pasear a la poesía y eso está bien. A mí también me sacan. Me sacan y me encierran, me vuelven a sacar. Luego me encierran. El crítico, mi amigo -¿crítico y amigo? ¿Cuántos locos más hay en esta historia?- miró la rosas que me orbitaban, riendo como locas rosas, y yo en medio, enfermo, por las rosas, loco por las rosas, por las de verdad, no las metafóricas: las flores; las muchachas eran simpáticas pero no eran para enfermar, sí para llevarlas de paseo; como ellas me llevaban a mí. Mi amigo el crítico, digo, las miraba y luego me miraba a mí. Después a ellas, después otra vez a mí. Como yo de la torre al palacio y del palacio a la torre. Una y otra vez. Sin fin. Mucho menos feliz. Creo que me envidiaba. Él también debía de estar loco.
-¿Vas a inventar el Don Juan ruso, chico? -me espetó; yo quise decirle que ruso no, que polaco en todo caso, ¿a qué huelen las rosas en Polonia? Pero mi cerebro, como acostumbraba, funcionó por su cuenta, sin contar conmigo, y dije (o quizás balbuceé):

-Ya existe: Eugenio Oneguin.

Se dio la vuelta, parecía enfadado, como si lo hubiese pillado en falta. Reía, también, no sé. Gritó:

-¿Qué dices? ¡No se te entiende! ¡Habla en cristiano!

Quizás balbuceaba, ya digo. Pedí a mis chicas mi patinete, pero no sabían dónde estaba. Seguí preguntando alrededor y nadie parecía haberlo visto. Debía volver a mi torre, de vuelta una vez más. Ir andando hasta allí aseguraba que no me comiese otro parterre de rosas, o tampoco era seguro. Di un paso y después otro. La fiebre empezaba a bajarme. Di otro paso más. Ojalá saliese pronto. Salir de la torre: sí, ¿pero hasta cuándo?

(La locura abofetea, obscena, las rosas

José María Corbalán)

martes, 6 de mayo de 2008

Un poema de Louise Glück


EL LIRIO SALVAJE


Al final de mi sufrimiento
había una puerta.
Escúchame atentamente: eso que llamas muerte
yo recuerdo.

En lo alto, ruidos, ramas de pino en movimiento.
Luego nada. El sol mortecino
parpadeó sobre la superficie reseca.

Es terrible sobrevivir
como conciencia
sepultada en la tierra oscura.

Luego se acabó: eso que temes, ser
un alma y no poder
hablar, terminar bruscamente, la tierra rígida
combándose apenas. Y lo que me parecieron
pájaros arrojándose a los matorrales.

A ti que no recuerdas el tránsito desde el otro mundo
te digo que pude hablar de nuevo: todo aquello
que regresa del olvido regresa
para encontrar una voz:

del centro de mi vida surgió
un manantial inmenso, sombras
de azul abisal sobre agua de mar celeste.




(Traducción de Adolfo Gómez Tomé,
en El coloquio de los perros nº20)

lunes, 5 de mayo de 2008

Trilogía de la inactividad (I)


Para llegar a los grandes almacenes debo atravesar toda la ciudad, no voy para comprar, sólo a mirar y por pasear, salir de casa; a veces, al llegar, miro al reloj y me sorprendo de lo poco que he tardado. Cruzando la avenida a tales velocidades debo de parecer un títere en manos de un epiléptico, procuro ir más despacio en la vuelta, dicen que la prisa es capitalista, en Marruecos que la prisa mata, casi nunca lo logro; pase lo que pase, al llegar a casa me tumbo en el sofá y miro al techo, dejo la mente en blanco: así pueden pasarme horas, las que quedan hasta la noche, y en ocasiones, muchas, la noche se prolonga de la misma forma, con la novedad de que puede que conecte la tele, con o sin volumen, en ocasiones me limito a abandonar los ojos sobre la pantalla apagada.

"¿Control de de Tierra, Control de Tierra?". No: conquistadores bostezantes sobre los campos de un país conquistado hace tiempo. No.
Mis gatos pasean sobre mi cuerpo inerte como astronautas aburridos en un planeta muerto.

domingo, 4 de mayo de 2008

Trilogía de la cena (I)


Me costó bastante adelgazar, como dos años de verdura, ensaladas, gazpacho, alguna pequeña rebanada de paté de vez en cuando, muy de vez en cuando; por fin lo conseguí, sólo me quedaba lanzarme a por una mujer. Que encontré casi en el mismo momento en que decidí que ya estaba físicamente preparado. Fue en la calle, bajo mi casa, prácticamente. Se me quedó mirando de forma descarada, normal, me había estado cuidando mucho. Quedamos esa noche, le dije que si para cenar, por recurrir al tópico, ¿qué otra cosa podía proponerle?, nunca tuve mucha imaginación. Lo importante es que ella respondió que sí, que por supuesto; se me comía con la mirada, creo.
Y así llegamos hasta ahora, que estamos en este restaurante italiano, ella no deja de pedir un plato tras otro y yo me aflojo la corbata por el calor, ¿no hay aire acondicionado en este maldito sitio? Miro a mi alrededor: los adolescentes que nos rodean no parecen sufrir menoscabo alguno por la temperatura y devoran ufanos, sin asomo de sudor alguno en sus rostros, sus trozos de pizza, sus ensaladas césar, sus raviolis. “Este solomillo te va a encantar”, aventura ella, que tampoco parece sudar, que hace sonar sus carcajadas estentóreas una y otra vez, también mientras la camarera hace sitio para el solomillo, para los tomates con mozarella, para el provolone, desalojando los otros platos ya vacíos. Paso de nuevo la servilleta por mi frente, también me seco la nuca; ¿nunca cesarán estos ríos de sudor? Pronto aflojaré mi cinturón. Hago esfuerzos: por tragar, por sonreír. Antes de que la camarera termine de salir del comedor mi compañera de mesa le grita que unos gnocchi, que unos tallarines, que un poco más de parmesano. Los adolescentes nos miran, creo que nos miran. Yo, por si acaso, sonrío.
Creo que voy a desvanecerme, pero prefiero no pensar en ello: aprieto mi servilleta bajo la mesa con el puño, sin que nadie pueda verme. Con la otra mano aso mi tenedor, lo aprieto entre mis dedos; miro a mi comensal, sonrío: sigo comiendo.

sábado, 3 de mayo de 2008

"El enemigo es aquel cuya historia aún no hemos oído"


Dos maravillosos lapsus linguae de la traductora simultánea, automáticamente corregidos por ella, pero que yo ahora les regalo a Vds:

"Heterógeno"

"Obscénico"

PD: Ayer por la tarde/noche paseaba con mi chica por Trapería cuando me topé casi de bruces con Zizek. Quise justificar ante mi chica mi cara de estupor balbuceando apenas: "Soy fan suyo desde que leí Bienvenidos al desierto de lo real".

Conferencia al canto: esta misma mañana -de 12:00am hasta las 4:30pm, junto a Simon Critchley -. Llamadas de Diego y Antonio aparte, buscando en Google encontré anoche más información aquí. Les dejo un fragmento de mi cuaderno.

viernes, 2 de mayo de 2008

Al fin (moría)


Al fin moría, para qué seguir viviendo. Me desprendí de mi cuerpo como quien abandona una reunión tediosa y busqué una luz, aquella de la que hablan, la que te guía hacia el más allá, pero sólo veía la amarilla intermitente de un semáforo, a la vuelta de la esquina en la que las pastillas hicieron efecto. Caminé un poco más y vi otra, otra intermitente, la luz intermitente y descascarillada de los rótulos de un video-club. ¿Aún existen los video-clubs?

Miré hacia atrás: si no veía luz alguna, delante, vería al menos mi estúpido cuerpo quedando atrás. Pero mi cuerpo no estaba. Me detuve: eran mis piernas de siempre las que me sostenían sobre el suelo encharcado por la lluvia de la tarde; miré mis manos, las palmas abiertas de mis manos, encharcadas por las lágrimas: eran mis manos de siempre, las que ahora buscan en los bolsillos de mi chaqueta acostumbrada el tarro de las pastillas para arrojarlo lejos.

Rebota contra el suelo pero desvía la trayectoria que mi mano le imprime por la inercia de un cuerpo que se acerca a gran velocidad, un coche que pasa ya casi junto a mí, casi a mi altura; me arrojo contra su guardabarros: frenazo, el ruido de la colisión, mi sangre, alguno de mis miembros (¿un brazo, una pierna?) se desprende huyendo de este infierno de tedio; creo, parezco percibirlo (al dejar de percibirlo), pero no puedo verlo: veo borroso y después pierdo la consciencia. ¿He muerto al fin, he muerto, he muerto?

Dejo atrás un cuerpo, lo miro por el espejo retrovisor y creo reconocer mi viejo cuerpo, destrozado y desmembrado, junto a unos contenedores en sombra. La sangre que mancha el parabrisas, supongo, es mi antigua sangre. Voy a tercera: meto la cuarta. Miro el espejo interior y sigo siendo yo. Pero algo ha cambiado. La marcha entra suave, acelero despacio. Llueve otra vez. He llegado al fin de la ciudad. Es de noche, no hay luna y adivino a mi alrededor centenares de árboles.

Podría estrellarme contra cualquiera de ellos. Son hermosos. Espectrales, hermosos. Subo de marcha y sigo acelerando.