sábado, 1 de octubre de 2011

Maquinaria


Fue mi hijo quien me avisó entre lágrimas:

-La tostadora, papá -dijo-. La tostadora.

Subí las escaleras, con sueño todavía, en dirección a la cocina. Allí, sobre la mesa, dos trozos de pan yacían amarillentos y temblorosos. No era el amarillo de la mantequilla, mi hijo no había logrado embadurnarlas. ¿Quién iba a atreverse a hacer tal cosa sobre ellas, temblando como lo hacían? Era el amarillo de la enfermedad.

Miré el viejo aparato con desolación. Durante años, nos había acompañado y servido de manera diligente. Mi mujer lo había comprado en Melilla, cuando en Melilla confluía todo tipo de sorpresas tecnológicas, a precios bastante bajos y venidas de cualquier parte del mundo. Solo por los detalles y las formas, cambios insignificantes en los electrodomésticos y el menaje más ordinario que otorgaban a todos ellos un plus de extrañeza, leve pero definitivo, ya era una aventura acudir a sus bazares.

-Tendremos que llevarla al médico -dije sombrío y confundido como un currelo que no ha desayunado todavía.

Al salir de la fábrica, mi hijo me recogió en su coche y fuimos a la clínica. Mi mujer había pasado allí toda la mañana; se le notaban las ojeras y los surcos de las lágrimas cuando nos recibió. Las autorizaciones para la operación estaban todas firmadas, nos dijo.

-¿Tienes hambre, papá? -me preguntó mi hijo. No me atreví a responderle, a decirle que sí. Pero me acerqué hasta la máquina de café de la entrada a la planta, junto a los ascensores. La máquina llenó mi taza de café con fría diligencia.

Estúpida lobotomización de la maquinaria industrial, pensé con injusticia. La máquina, profesional, terminó de servirme el café sin inmutarse, no respodió a mi provocación; pero oí gemir, a mis espaldas, a otras máquinas expendedoras: máquinas de bebidas, de chucherías. Les rogué me disculpasen. El médico salía del quirófano en ese momento. Nos dijo que los cirujanos harían todo lo posible a lo largo de la tarde.

Disculpad, volví a decirles mentalmente. A todas ellas. Disculpad.

Ellas también saben qué es el amor. Puedo oír cómo lloran.

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