domingo, 5 de abril de 2009

Aventuras asombrosas (7): una carta


Despierto en medio de una tarde inmensa, con este sol que baña ahora mi cuarto y continúa la irrealidad del sueño más allá del sueño, en la misma realidad.

He terminado al fin con las tareas que me roban el tiempo, agotadoras sobre todo en su recta final hasta este mínimo oasis. Y me quedan, al fin, algunos días por delante; para volver al sueño y ver pasar el tiempo en la vigilia; para espiar los días desde mi casa protegida por venecianas entornadas, por el canto de unos pájaros que delatan el día más allá de esta casa y acaso con paseos allá afuera, sin rumbo por las calles que invento desde cuándo y que transcurren sin que sospechen la secreta suplantación que ejerzo en ellas los habitantes de esta ciudad aún real, aquella que se superpone a la mía, aquella a quien la mía va minando y que lo hace sin apenas perturbarlos, para que ellos a su vez no perturben la mía, que va también minándose, a pesar de todos mis esfuerzos. Ya noto cómo pasa, siempre lo hice. Y no me importa.

Ya puedo al fin continuar con su invención, con este esfuerzo placentero; esta continuación.

Al fin todo este tiempo. No es mucho. Es suficiente. Para leer en condiciones, novelas extensísimas, unos pocos poemarios; un puñado de ensayos que devienen el mismo ensayo diferido: eternamente, sin final posible. Mejor me pongo ya, el tiempo vuela.

Así que tengo que dejarte. Perdona, no te escribo tan a menudo como antes. También te prometí seguir mandándote mi historia, quizás no la recuerdes dado que la he omitido en estos últimos envíos. Esa novela te la debo, nuestra historia: Aventuras asombrosas. Si pienso en ti lo hago en esos días en los que me trajiste aquel vestido sorprendente y que esta adormilada remitente aún se pone para venir aquí y recordar los días que pasamos hace tiempo, como hermanas, en la aventura juntas; contra el monstruo.

Me pongo mi vestido holgado tras prender mis cabellos para que no se los lleve esta radiante y nueva brisa que ha traído esta nueva primavera. Me pongo aquel vestido que tú me regalaste; me siento vieja en él, por ello nueva: renuevo esta alianza contra el tiempo. Y así sentada una vez más frente a la máquina, doy vida a los robots que avanzarán impasibles y altivos por las páginas de mi pequeña historia.

Te debo esa novela y no confieso que la sigo hace tiempo, que tiro de sus hilos cuando nadie me ve. Que será mi sorpresa: emergerá como un robot gigante de las aguas, como las aguas de este sueño, de mi siesta cansada; renovando su vuelo.

Y volará hasta ti, para llevarte lejos.

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