domingo, 22 de septiembre de 2013

Al fin, caballero


¿Qué mal he hecho al rey, después de todos estos años de leal servicio a su corona? ¿Acaso no he defendido con esfuerzo, con todo mi empeño, nuestro pequeño castillo en el corazón del bosque? ¿Por qué entonces justo hoy, que esperaba mi ordenación como caballero, en vez de apoyar sobre mi hombro su real espada ha atravesado con ella, de parte a parte, mi cuerpo arrodillado frente a él? 

Toda la corte ha prorrumpido en una larga ovación celebratoria. Aún me han quedado fuerzas para tratar de protestar, pero mi señor ha sacado su espada y me ha ayudado a levantarme. Acompañados por todos los demás, me ha acompañado hasta la puerta. 

Dejando atrás el reguero de mi sangre, hemos atravesado el foso exterior. Extraños y delgados castillos de cristal se levantaban hasta perderse entre las nubes, y cientos de caballos metálicos se deslizaban a una velocidad imposible allí donde antes había un bosque, nuestro bosque. “Por fin has conocido la verdad”, me dijo mi señor. Y añadió: “Todos estamos muertos hace mucho, bienvenido”.



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