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La historia arranca con un acto de bondad anónimo y desinteresado, sin móvil aparente.
Se busca al responsable, se barajan sospechosos que acaban revelando en su caracteres pequeñas manchas, maldades que los desacreditan como responsables. ¿Qué móviles ha podido tener alguien para actuar de esa forma?
Los investigadores se devanan los sesos, los investigadores se sienten impotentes y, finalmente, los investigadores lloran reconociendo que, al menos, toda esa bondad se esconde en alguna parte, también en un lugar profundo de ellos mismos, acaso inaccesible. Lloran de tristeza porque no pueden llegar hasta allí, lloran de felicidad porque esa bondad, al menos, existe, está ahí: lejos, muy lejos y a la vez desesperantemente cerca, a su alcance. Se emborrachan. Amanece. Despiertan en una cuneta. El sol les deslumbra pero ellos insisten en mirarlo. Mirar toda esa luz blanca.