CUANDO FUI POETA
Así que diré que
sobreviví a aquel verano
viendo tan sólo a los amables
fantasmas de las hortalizas.
E imaginé, como solía,
el resto de mi vida ahí tumbado,
entre mis aficiones y un puro aburrimiento
puramente aficionado,
tratando de escarbar también en dirección
a lo que no me gusta,
aunque no me gustase,
y aunque tampoco me gustase
aquel calor tan pegajoso,
pero, chico, es lo que había
y siempre es bueno prevenir.
Los gatos a lo suyo y tú también,
mientras recoges.
¿Cuántas veces te demostré que mis capacidades
son superiores a la fe que en mí malgastas?
Chico, el señor te ama
y el demonio también.
Mientras tanto, el agnóstico
trata de imaginarlo.
Quiero decir que va a pensárselo despacio.
Días para leer
y días para caminar.
Siempre estamos a tiempo
para volver a ser los raros de la fiesta.
Te lo diré de otra forma:
¿Dónde están los amigos
de los que no tienen amigos?
Qué bonito es tener
bonitos sentimientos.
Pon tus moléculas al aire.
Sigue camino abajo, atravesando
aquello que se trenza.
A ti se te ha acabado la paciencia,
la mía no ha hecho más que comenzar.
En esos horizontes de campaña
hay un arcón donde ancianos chinos conversan
desde hace tres milenios.
Será la tumba, amor,
de mi locuacidad.
En una narración perfectamente china, que no basta
para hacerme dudar, signo insoluble,
gigantes de colores balancean
sus enormes zapatones
mientras todo decide
crecer, hostil a la renuncia.
Ven con nosotros, me decían
mientras un chorro de aire fresco delataba
una trampilla ahí debajo
de todo ese sopor.
Sí, ya lo supe.
Sobreviví a aquel jardín.
Sigo pensando así:
vendría un día como hoy y, aquí, lo contaría.