Entro cansado en la tienda del barrio donde doy mi último paseo del día. Vengo de comer con diez extraños y volveré a tratarlos enseguida, en la cena. Hasta entonces, doy rienda suelta a mi afán coleccionista. Buscando con mi mapa de tiendas para coleccionistas las mejores tiendas para coleccionistas de esta ciudad. Entro y saludo al dependiente, que me responde de forma distraída: parece hablar, más bien, con los personajes que se agitan espasmódicos en su pantalla de televisor.
Paseo entre largos y estrechos pasillos de anaqueles atestados de libros de ajadas pastas, de tebeos de páginas amarillentas, de carteles y juguetes antiguos, muebles viejos, samovares. Todo huele a moho, a cultura de saldo, al fracaso de cualquier afán humano. Reparo en una colección de figuritas, de once figuritas, que nos representan a mí y a las otras diez personas a las que acabo de conocer: trato de ocultar mi turbación fingiendo que sigo considerando más compras, lo hago portando entre mis manos las figuritas, miro aquí y allá convertido de repente en un impostor. Después pago por ellas en el mostrador, tratando de ocultar al tendero el rostro de la figurita que me representa a mí, sobre todo esa, pero también las demás.
Esa noche, en la cena, parecemos acceder a una esfera de incómoda intimidad que habíamos evitado muy bien durante la comida. Al despedirnos todos parecemos lamentar que no vayamos a volver a vernos, lo cual provoca en mí un cierto sentimiento de culpa que llevo en secreto y arrastro hasta el dormitorio del hotel, donde planeo esta operación.
Envío, ya de vuelta en mi ciudad, un correo electrónico con este texto a cada uno de los diez desconocidos. Ellos publican mi relato, esta historia, en internet: vuelven, así, a la anonimia, en el momento en que, si yo los tengo a ellos, cualquiera que pase por aquí me tenga a mí: dando vueltas para siempre en esa ciudad extraña; opaco y reducido, sin nombre. Hermético y absurdo a un precio irrisorio, igual de inútil que este afán coleccionista que aún conservo, y que atesoro. Incomprensible.
[Imágenes tomadas en ARCO 2010: obras de Ji M. Kim]
"Aquí iba a subir un pequeño relato, algo que ideo diminuto mientras lo estoy escribiendo; pero al terminarlo veo que encaja a la perfección en mi relato largo, en mi novela. En ese archivo oculto, por ahora". Escribe en su blog. Una vez más, sucede. Amontona despacio, en su novela. Pero ahora, ¿qué decir, en esa suerte de diario? En su lugar. En el lugar de ese pequeño relato.
¿Cómo suplir esa demora, esa postergación?
¿Diario? ¿Qué contar de la vida de uno que no suceda mejor mientras se vive, que se escribe solo y lo hace mejor cuando te está sucediendo?
Anotar, publicar. Y a la vez demorar, y postergar. Vivir aquí un poco, y después volver aquí afuera: a estos relatos en los que uno se esfuerza una y otra vez.
Pienso, lo escribo. Vago por mis preocupaciones.
Y me detengo. Sucede algo mejor, al detenerme. Pero no debo detenerme demasiado. Debo seguir vagando.
De un tiempo a esta parte se ha sentido con especial intensidad cómo los poetas jóvenes se están lanzando sin red a, según palabras de Wallace Stevens, “descubrir en sus propios pensamiento y sentimiento qué creen que es la poesía de su tiempo”. Son palabras que ya eligiera José Ángel Valente para abrir su libro de ensayo Las palabras de la tribu, y fue Valente un poeta que se situó en el ojo del huracán o, al menos, en unos de los polos de un debate anterior que devino en no pocas ocasiones agrio. Hoy parece imperar un saludable crisol de tendencias y de estilos donde impera la renovación, y en la que los poetas eligen de forma heterogénea, sin complejos, su propia tradición; mezclando herencias que no hace mucho podían parecer irreconciliables, y formulando así lo que creen que es la poesía hoy, y mañana: la que les dice. Incluso dentro de esas nuevas direcciones, parecen abrirse camino proyectos aún más extraños y problemáticos: al margen, incluso, de ese margen que últimamente han construido necesarios manifiestos programáticos y prácticas poéticas. Así el autor de Dentro, que ha elegido su propia vía, acusadamente personal.
Óscar Curieses construye con paciencia una obra sólida y arriesgada, difícil, que no teme herir al lector con imágenes crípticas y sensaciones extremas de una carnalidad que se siente a sí misma insoportable, desde un impulso casi místico pero que vuelve una y otra vez a la carne, a sus límites, y también sus orificios: sexo y excremento. Hay mística en estos versos por todo lo que hay de amor, un amar que es participar de lo amado, y gozar, por ejemplo, de sentirse castrado de lo femenino: “a pesar de la pérdida de útero, a pesar de la carencia de ovarios, la naturaleza madura me embriaga con deseos que quedaron pendientes”. En su primer libro, Sonetos del útero (2007), abundaban los lugares de lo que Eugenio Trías denominaba primera e inaugural categoría simbólica de las edades del hombre, la del Magna Mater o lo material, lo matricial: la cueva-útero y también el toro-cuerno. Aquí reaparecen las dualidades madre/padre, madre/amada, y el nudo familiar pre-cultural –uno de los apartados del libro alude, por ejemplo, al incesto: “Incestare, abortare”-. El correlato etimológico madre-matriz-materia, privilegiado en el primer libro, da paso aquí, merced a la aventura de la palabra poética, a esa etimología inventada llamada paronomasia, al correlato piedra-padre, por ejemplo (“caigo como piedra en padre”). Suenan, así, recreados, los eslabones que Óscar Curieses ha elegido para su propia tradición: la herencia barroca que Vallejo maridara en Trilce con las vanguardias y, sobre todo, con el cubismo y su simultaneidad de perspectivas; o las maneras críticas con respecto a lo que otrora fuera denominado “burguesía” -esto es, la creadora y receptora mayoritaria del producto cultural- que también se hallan en las películas de Ingmar Bergman: no en vano el autor hace constar cuidadosamente al final de sus dos libros, entre los agradecimientos, a los nombres de la heterodoxa tradición que ha elegido. Y este libro, además, esta dedicado expresamente a la obra del cineasta sueco: rastros y algunos de los nudos de sus películas aparecen a lo largo de los poemas, perfectamente integrados en la voz ya inconfundible del autor.
Que no se ha servido tanto, esta vez, de los juegos de palabras y de la tipografía, las amalgamas bisémicas y las homofonías para forjar palabras nuevas y personales, aunque sigue apareciendo algún ejemplo con la misma y acertada expresividad; así como de aposiciones como “hierro manzana” o “boca ciruela” donde antes, en su primer libro, era la “carne azúcar” o el “dolor almendra”: la materia, lo comestible, así como aquello de lo que no podemos huir; tanto como aquello que nos libera: las “venas cuerdas” y también el “agua-sangre”. Hipóstasis gramatical y también mística, en una mística material en la que el dentro y el afuera se confunden, confusión que sirve para ex -poner ahí afuera, en el poema, el dentro: “Y el llanto del niño dentro de la amada, como una fruta en el hueso”. Maridaje natural, podemos pensar, entre Ingmar Bergman y Juan Ramón Jiménez, por ejemplo en el poema “Te vengo a visitar como recuerdo”.
El mito clásico, desde Freud, pasa por ser un caso clínico, se renueva para convertirse en formas de nombrar la enfermedad. Curieses bucea en el mito y la enfermedad, con una suerte de psicoanálisis salvaje para un visionarismo salvaje, procedimientos en los que caben los fecundos experimentos que ya llevara a cabo en su primer libro: en el primer poema de este Dentro, y en su primera estrofa, es el protagonista quien ve nacer de entre sus muslos un pájaro manchado de sangre y excrementos; pájaro al que el protagonista poemático le corta el cordón umbilical. Hay un proceso dialéctico, también presente en Sonetos del útero, especialmente terrible en la parte final de ese libro, que acoge los poemas de datación más temprana del autor, la serie llamada “Biolencias”: todos ellos terminaban con el verso “-Tan cerca ciñes tu abrazar que me desuellas”. Es un proceso experimental y dialéctico que reaparece en Dentro y pasa, por ejemplo, por la permutaciones al estilo del Bronwyn de Juan Eduardo Cirlot pero dentro de un sentido más accesible, menos cerrado (en el poema “Para estar / sola / vuelvo / a la locura”) y que va alcanzando su remanso en el capítulo titulado, precisamente, “Contralenguaje”, donde el símbolo del mar, que parece ir sustituyendo los símbolos de la atormentada interioridad, alcanza su clímax: así el primer poema de este apartado, que termina: “El océano nos arroja eternamente en el vacío de los nombres para decirnos una sola vez” y en el segundo y último, de título “Traducción de Ulises o los heroicos buzos de piedra”, que desde una expresión ya más “tradicional” –traducida, si se quiere- marca la inflexión hacia cierta narración en el apartado “Carne”, y el final en “Transparencias marinas” donde tienen cabida, como en el resto de su producción y como resultado de ese proceso, los procedimientos de ruptura aliados con un aliento de rotundidad clásica, hallando en ambos por igual resultados de altura: “marea de caballos transparentes”, termina el primer poema de esta ultima sección; y “Toda vida es barco. Todo capitán es ciego. ¿Qué es el mar?”, termina el segundo. Y encontramos, cerrando el libro, un definitivo “amamos la mar muerta hasta el naufragio”.
Cuentan que los pintores impresionistas miraban espejos negros para descansar su mirada de la búsqueda incesante del color y el movimiento. “Quiero lavar mi culpa en aguas negras”, dice el protagonista poemático de este libro: el buen salvaje lava su sangre en la mística, en la confusión de voces y personas maridadas por la sangre, por el dolor, por lo inevitable, y en la biolencia expresiva. El niño que aparece al principio de Persona de Bergman ha crecido, heredando el dolor insoportable de la protagonista de la película. El hijo toma el lugar de la madre y la madre de la hija, del padre, el niño del anciano: la comunidad del ser, dolorosa como negación del individuo, pero también la negación de la comunidad y la individualidad dolorosa que se sabe irremediable y trágicamente sola. La voz de este libro enfrenta su mirada una y otra vez, en desafío, al sol: un sol negro, un sol de estiércol. Es la mirada que aún conserva la inocencia en su querer forjarse humano, que en su renacer continuo enfrenta su pura animalidad, lo excrementicio que nos queda y que nos constituye, la jaula contra la que luchamos.
La presencia del excremento en la poesía de Óscar Curieses nos lleva a la alquimia, en la que lo de-pósito, lo podrido, representaba un eslabón fundamental de este proceso esotérico que, como Jung recordaba, simboliza una transustanciación/proceso de sublimación espiritual. No en vano la poesía de Curieses invoca una y otra vez la materialidad, la jaula de carne, en su anhelo materialista-místico: un descenso que es una recapitulación sobre un ascenso, estudio del devenir y el renacer justo antes de que este sea posible, para acceder así a lo que Jordi Doce, refiriéndose a la poesía de nuestro autor, ha denominado como su perpetua posibilidad: “En la no-zona, en el vacío, en el no-ser, nuestro amor es sólo pérdida. Pero algún día será orificio de lo eterno”.
A uno de los proverbios del infierno de William Blake, “Guía tu carro y tu arado sobre los huesos delos muertos”, los versos de Óscar Curieses pudieran añadirle: y sobre los huesos del padre y de la madre, y de la amada, de los vivos, que son, sin solución, los de uno mismo. Antes hablábamos de debates y polémicas en anteriores promociones poéticas, y pareciera que, al menos en la obra de Curieses, ya no hubiera tanto una necesidad de “matar” al padre, -de luchar contra él para conquistar un espacio propio- como un luchar contra uno mismo. Además de que Edipo, aquí, debe vérselas con la enriquecedora y culminante confusión de los sentires masculino y femenino, ese viejo proyecto para el hombre que ya se preconizara, por ejemplo, en algún evangelio apócrifo; matar al padre o a la madre, así como amarlos, se convierte para el sujeto poemático de nuestro autor en una cuestión interiorizada y consciente. Con la consciencia tanteadora, tensa, de luz y oscuridad, de la poesía: sabedores del nombre de la enfermedad y del mito, solo nos resta luchar contra nosotros mismos y ayudar a nacer a ese pájaro sangriento con el que se abre este libro. Si el entusiasmo es salir de uno mismo, hundirse en un autismo de imaginación desatada es también una forma de entusiasmo, contradicción que desemboca en el éxtasis problemático de la expresión poética de Curieses. Dolor de soportarse a uno mismo en ese éxtasis y, finalmente, sostenerse a uno mismo en lo que uno hace, como “el árbol cuelga de su fruto” en este Dentro igual que en Sonetos del útero leíamos: “la madre yace muerta ante su madre”, y aun en las “Biolencias”: “el martillo es la abstracción de sus martillazos”.
Cuando la poesía no se produce, sino que produce a quien la sostiene. Y la inventa de nuevo, necesaria.
Mañana jueves, a las 20:30, en la residencia de estudiantes del Instituto de la Juventud de Murcia (plaza islas Baleares, frente a Biblioteca Regional).
Rossy de Palma leerá los poemas "C.S.I." y "Locus amoenus-Barrius Sesamus", de Diego Sánchez Aguilar, e "Informes" de Alfonso García-Villalba.
Juan Nicolás leerá los poemas "Sunday morning" y "Tareas de un escéptico", de Juan de Dios García, y "Camino cada tarde por los límites / entre los centros comerciales y las fábricas" de José Óscar López.
La inteligencia siempre se yergue, a su pesar. Recuerdo que vi un documental en la tele sobre un pollo sin cabeza que vivió varios años, aquello me impactó. Luego, al comentar el caso con amigos, ¡ninguno me creía! ¡Habrase visto!
Meses después de la -escasa- discusión generada por mi entusiasmo, uno de ellos leyó más noticia sobre el caso: el dueño del pollo -y a la sazón, claro, feriante- guillotinaba cada noche un pollo distinto para el show.
Adiós a mi monopóllico estandarte: saludemos a la multiplicidad.
El azúcar de los esqueletos, el cántico frisado, mímesis de la bestia enjaulada.
Vida de espaldas, por miedo a darlas; cuerpo fracturado, de trozos centrífugos. Gimientes de enajenación, ciego a las invasiones.
Vocación de libertad que se escapa en la red de encrucijadas.
(Encontrado entre páginas primera y segunda de la novela La región más transparente, de Carlos Fuentes; he cortado del principio y del final, pero el fragmento, aunque versificado, no está manipulado ni he cortado en medio).
(Murcia, 1973). Licenciado en Filología Hispánica, con másteres en literatura comparada europea y en escritura de guión para cine y televisión. Sus dos primeros libros de poemas fueron Los nuevos dioses (finalista del premio Voces del Chamamé, Asturias, 2001; Los cuadernos portátiles, Murcia, 2001) y Agujeros (Tres Fronteras, Murcia, 2002), aunque hoy, como suele suceder con los primeros libros, salvaría solamente algunas páginas de ellos.
Más recientemente ha publicado un largo y alucinado poema épico, o road movie en verso, de título Vigilia del asesino (Celesta, Madrid, 2014); el libro misceláneo de poemas y fragmentos narrativos Llegada a las islas (Baile del Sol, Tenerife, 2014); y la plaquette Animal fabuloso de veintisiete letras (Mursiya poética/Colectivo Iletrados, Murcia, 2012).
Como narrador es autor del libro de relatos Los monos insomnes (Chiado, Lisboa, 2013), la plaquette en formato electrónico Nosotros, los telépatas (Suburbano, Miami, 2013). y la novela breve Armas de fuego místico, incluida en el volumen colectivo Extraño Oeste (Libros del Innombrable, Zaragoza, 2015).
Ha colaborado como crítico y ensayista en revistas como El coloquio de los perros, Deriva o Quimera, y en la antología de relatos Los Supremos. Superhéroes y cómics en el relato hispánico contemporáneo (El Cuervo, Bolivia, 2013), donde firma el ensayo “Encuentros con entidades. Mis experiencias con los superhéroes”, que sirve de epílogo al volumen. Sus relatos y poemas han aparecido en revistas como La bolsa de pipas (Mallorca) o Hache (Murcia), y en websites como Los noveles, Las afinidades electivas o La nave de los locos.
Mi último libro de narrativa
Antología que incluye mi novela breve `Armas de fuego místico´, western postnuclear
"Elimínese la sabiduría, rechácese la inteligencia, y las gentes obtendrán cien veces más beneficio. Elimínese la benevolencia, rechácese la rectitud, y los hombres retornarán a la piedad filial y al amor. Renúnciese a la industria, arrójese el interés, y no habrá ya bandidos ni ladrones. Pero estas tres razones, tomadas como normas, serán insuficientes. Mejor es que el hombre actúe libremente, es menester que sepa a qué atenerse: ser modestos por fuera y conservar la simplicidad interior, ser menos interesados y con escasos deseos".
"Eliminado el estudio, ya no hay preocupaciones. Entre un respetuoso sí y una bronca respetuosa, ¿cuánta es la diferencia? Entre lo hermoso y lo horrendo, ¿dónde está la diferencia? Los demás me temen, mas también yo no puedo dejar de temer a los demás. ¡Cuán grande es su vaguedad, que no conoce límites! Desborda la multitud de alegría, como si participara en el banquete del sacrificio y de la ofrenda, como cuando sube a las terrazas de primavera. Yo, en cambio, indiferente de nada me preocupo, cual recién nacido que aún no sabe llorar. Sin ánimos, como quien no tiene a dónde ir."