jueves, 24 de septiembre de 2009

Tildes, tildes, ¡tildes!



Igual que se fueron, vuelven. Es placentero, sentirlas ahí arriba. Sentir mejor el suelo, así, bajo su peso.

Atando a las volátiles vocales al suelo de la línea. Un cielo y luego un suelo: que sientan ambas cosas, las vocales, cuando las reconduzco a este redil momentáneo. Pasasteis demasiado tiempo con ese aspecto de bobas que da tener la boca abierta demasiado tiempo. Tanta abertura insulsa, las tildes la modulan. Alean esa fuerza.
Son, con ellas, monóculos inversos. Le dan a las vocales aires de mundo y sofisticación. Le dan pautas, propósitos.

Trueno de la vocal. Que la ilumina

Yo creo que es la venganza a la que me han sometido por querer sujetarlas en periodos más estrictos. Periodos métricos. Pero ya no más, amigas. Releo lo que acabo de escribir y localizo un heptasílabo. Fuera heptasílabo.

Relámpago del orden, sé benigno.

Me acaba de salir otro endecasílabo. Pero ellas lo han querido así. A partir de ahora, son ellas quienes deciden: haced lo que queráis, hermanas.

Pastad sin sujeción, libres.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Un poema de W. S. Graham


LA TIERRA DE MALCOLM MOONEY


5



¿Por qué elegiste este lugar
para que nos citásemos? Bien, siéntate
conmigo aquí entre esta
palabra y la de acá, mi reina en cueros.
Pero no las confundas
con lo real. Aquí,
en la tierra de Malcom Mooney,
he oído a algunos
intrusos que, a lo lejos,
gritaban. Cazadores que, temprano,
se deslizaban por el hielo
repletos de entusiasmo.

Alzando el vuelo dentro del oído,
el alarido del arpón se deslizaba
hacia la verdadera presa, la adecuada
presa para el momento.
El coro de graznidos, temeroso,
deja inclinado el témpano de hielo;
resbala entre las aguas.
Sobre los icebergs, las insensatas
voces encienden lámparas
y todos sus sonidos
hacen de este diario
un lugar que, escribiéndonos,
nos incluye a ambos.
Ven y siéntate. ¿O no
es correcto que aquí permanezcamos
mientras, allí afuera,
más allá de la tienda, los barbados
ciegos se van para calmar a sus chiquillos
a los hornos de escarcha?
¿Qué novedades hay? ¿Por qué viniste
aquí a través de los canales
de primavera que se abrían?

Elizabeth, el niño y tú
habéis estado aquí conmigo
muy a menudo, en especial
en estas últimas etapas. Cuéntale
alguna historia, cuéntale
que me crucé con un anciano
oso de azufre, y que serraba
su tronco de dormir,
atronador, bajo la nieve.
Que soplaba la luz, y que la luz volaba,
en polvo, hacia esta página
y aquí cayó su aliento fétido, en astillas;
dentro de estas palabras.
Era un buen roncador.
Elizabeth, en cueros
sobreviniste reina mía, y te senté
aquí conmigo. Te aparté
de las fatigas adecuadas.

Ahora debo hacerme a estar ya solo.
Más allá de las tiendas infinitas,
las cimas de los montes continúan
su deriva. Palabras
a la deriva sobre más palabras.
La verdadera nieve, nunca abstracta.



PS: Me gustó mucho este poeta, al que descubrí en La isla tuerta. 49 poetas británicos (1946-2006), publicado por Lumen. Releyéndolo, me asaltaba la tentación de practicar yo mismo una traducción rítmica y, por lo tanto, algo libre. Es la primera vez que intento algo así y solo he conseguido el ritmo en algunos tramos; mi inglés no da para mucho -mayor razón para el carácter algo libre de mi interpretación del poema-, y me he apoyado en el traductor original de la edición, Matías Serra Bradford, y en un uso algo imaginativo del Word Reference.
Donde dice "Furry Queen" (reina peluda, "lanuda" en la versión argentina de Serra) es posible que Graham haya hecho un juego de palabras con el clásico de la poesía narrativa inglesa Faerie Queene (la Reina de las Hadas) de Edmund Spenser. Porque he querido interpretar que, más allá del juego de palabras con el título de Spenser, Graham quería decir que estaba desnuda, he estado a punto de traducirlo como "mi reina a pelo". Luego recuperé la cordura, pero no lo suficiente como para no terminar de perpetrar la traducción de este fragmento.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Hallando endecasílabos en Jacques Lacan


Guardo silencio y son secretos que proclamo mientras me ausento lejos. Lejos de aquí, se entiende; de este blog. Me doy la vuelta: contemplad como mi capa ondea y me acompaña mientras desaparezco.

Trabajo para ustedes en la sombra. Es un secreto, todavía, pero aún puedo salir de vez en cuando con mi traje. Con mi capa y mi máscara. Soy el rey del silencio y de las sombras: ya quisiera después de este calor que ha hecho; una condena aquí, que ya termina. Ese calor. Vienen las lluvias, ya dos días de frío y de granizo, incluso, hoy. Qué hermoso es el granizo, cuando rompe en el infierno. Su corazón de hielo que habita entre nosotros, en días como hoy.

Danos tu frío, cada día. Santificado sea el granizo que los cielos escupen, santificado sea su regalo, este maná furioso que rompe los cristales de todas las ventanas del planeta.

Que siga descendiendo, de aquí al final del tiempo.

Viene la lluvia, el frío. Y la vuelta al trabajo.

Adoro trabajar.

Al fin septiembre. Tío, me siento renacer. Despacio, como todo lo que importa, este proceso. Recuerdo al médico que me operó de la miopía, hace ya un año: me acusó poco menos que de impostor mentiroso cuando le confesé que ansiaba regresar a mi trabajo, a la rutina. Tratar con tanta gente, obligaciones; y no parar más que en paradas de autobuses: transportes una y otra vez. Me llevan más allá, adonde quiera. Aunque deba querer siempre el lugar que debo: qué descanso. Es delegar, así, mis elecciones en algo que es más grande que yo, que me comprende. Es la labor que no es posible posponer: no la pospongo. Al fin. La ruta gris del calendario, que no nos pertenece. Que es más grande que nosotros.

Olvidarme de mí, ser un robot. Servir y ser -sentirme- transportado. Ir y volver, y en el trayecto tomar notas así, algo así como ésta.

Pero entiendo al doctor. Al menos la mitad de la novela que ando corrigiendo esta semana está ocupada por doctores. Pueblan sus páginas, huyen de mi protagonista. Amo a los médicos, esas figuras paternales; me expulsan una y otra vez lejos de ellos. Insisten que no guardan la llave del Edén que ando buscando. Yo amo sus misterios y sus frascos de perfumes mortales, sus libros y sus fórmulas. Sé que saben secretos antiguos como el mundo.

Doctor, quiero vivir eternamente.

Ahora que lo pienso, lo confesaba a la enfermera, más que al médico -aquello del trabajo, de septiembre, del regreso; adoro regresar, ¿lo he dicho ya?- Fue él quien se introdujo en nuestra charla. Quitando la manzana de mis manos, burlándose de ella. Para arrojarla lejos e imponer la razón.

No debió hacerlo, pero bueno. Hizo lo que debía. Recuerdo a la enfermera, todavía. Recuerdo su sonrisa, su cómplice ternura por mis nervios ante la operación y ante las burlas que el furioso doctor dedicaba a mi franqueza torpe, a mi tendencia irresistible a confesar todos mis pensamientos si estoy cerca de un médico.

Amo a las enfermeras. Vuelvo a ellas: nunca debí dejar vuestro regazo, madres desconocidas; solícitas parteras de lo mejor de mí. Me sonreísteis siempre, hermanas, madres. Siempre en la guerra y en la paz, vendando las heridas de este mundo.

Estoy algo exaltado, por la lluvia. El agua que me hace renacer. He terminado ya con la novela. En realidad, le he quitado algunas páginas. Tan solo eso. Por presentarla a un premio. A mi pobre novela, que es tan rara. Que aún busca editor. También la amo a ella. Después de siete años, ya no la siento mía. Le quito páginas y siento que la estoy mutilando. Pero es algo ficticio, momentáneo, solo un archivo nuevo tras copiar y pegar. Una nueva versión, mientras la vieja descansa en su rincón del escritorio. Y crece, intacta, cada vez más lejos de mí.

Entre las sombras, reina del silencio.

Paro un momento. Dos ordenadores encendidos, la impresora escanea mientras echo un vistazo a mi correo en la pantalla grande; en la pequeña añado un par de versos a otro libro. El gato se pasea entre el desorden. Guardo una nueva imagen y, al nombrarla, escribo el nombre en la pantalla errónea. Junto al verso que añado.

La confusión de espacios, de pantallas. Más libretas, también; para seguir pasando a limpio. Es una fiesta, sí. A más trabajo obligatorio, más tiempo aprovechado entre los huecos. Se acaba este compacto: debo poner el otro para escuchar entero el Fairy Queen de Purcell, CD 2. Y con la tapa de la caja del CD me pillo justo ahí, en ese trozo de mi ser también bendito -sea, y santificado.

Ay.

Llama mi chica. Justo ahora.

¿Crees en el azar?

Hablamos por el móvil. Me alejo de esta habitación. Vuelve enseguida, Fairy Queen. Acércate. Te espero aquí, en silencio.

Disculpad que me ausente, una vez más.






PD: Aquí, un endecasílabo que acabo de toparme en Jacques Lacan: "Áreas de excitación privilegiadas".

martes, 1 de septiembre de 2009

Pacific Ocean Blues


Los sueños deben de ser la cloaca donde acaba lo que nos sucede durante el día, se me ocurre: debo investigar esto, a lo mejor alguien ya lo ha estudiado.

Allí circulan, fluyen. Se reciclan. Siguen fluyendo.

Paso las últimas noches en tensión, despertándome a menudo y con pesadillas. Durante el día trabajo mano a mano con mi chica en la mudanza; el traslado de todo aquello que hemos acumulado en nuestra casa anterior lo simultaneamos con la compra, el traslado y, ay, el montaje de muebles y cachivaches. Mi chica se asoma entre cables, tornillos y brocas para espetarme que se me ve muy tranquilo, demasiado tranquilo. ¿No me estresa saber que debemos entregar la llave del otro piso en tres días? ¿No me estresa vivir entre dos pisos que están patas arriba, ambos? ¿No me estresa la broca funcionando noche y día?

Sí, tía. Pero va todo derecho al sueño.

Miraré a ver en el apartado de psicoanálisis, me suena que alguien dijo algo de esto. Por fin un cierto orden en los libros, que fue lo primero que trajimos y acomodamos entre estantes: un cierto orden futuro, que pospongo con placer; aunque a ratos, para descansar de la broca, ya voy haciendo agrupaciones. Se acaba el verano; ningún proyecto de maratón lectora, esta vez: sabía lo que tocaba. Me propuse leer, en torno a julio, la Historia de Genji, pero no he pasado de cien páginas; postergado queda. No me urge. Esa falta de urgencia es un placer. Empecé Nova Exprés de Burroughs, hace semana y media; por echarme al cuerpo algo breve; me quedan pocas páginas; algunas frases memorables, sí, pero no en tanta proporción como en otros libros del viejo Lee. Qué más da. Demorar, postergar una vez más.

Domingo treinta, ocho treinta de la tarde. Salgo a mi pequeña nueva terraza, me abro una cerveza, cerveza de abadía; pongo el Pacific Ocean Blues de Dennis Wilson. Septiembre es el mejor mes del verano, me digo. El sol se va ocultando en mi nuevo skyline, impregnando de color naranja el esqueleto de la gigantesca caldera de gas que tengo por vecino.

Gigante, gigante, ¿de qué me suena eso? Debo volver al trabajo. Hace unos años, exactamente hace dos casas, imaginaba en situaciones similares -el calor, el calor- un relato en el que el océano anegaba la ciudad. Me acuerdo ahora por el título del disco de Wilson. El disco sigue, fluye; como yo. By this river. Sigo fluyendo, ahora consciente del fluir. Pensando en el fluir, más que ejerciéndolo, y también. Abro el portátil: una semana sin escribir; siquiera en mi nuevo cuaderno, aquel que compré a principio de verano y que ya casi he consumido. Antes me hubiese causado desazón pensar en toda esa escritura para nada; ahora me tranquiliza: es lo que hay; pienso contarlo en un poema, tengo la idea y ya voy entrando en calor: lo estoy haciendo ahora, dadme tiempo. Ahora que el calor inmenso de la tarde se disipa despacio, con las rachas de corriente que llegan hasta aquí. Voy acabando mi cerveza, cerveza de abadía. Yoshimi viene a contarme sus cosas –una pìsta: dice “Miau” - tras la pantalla del portátil; su hocico contra ella, en ella lo restriega. Antes de terminar la frase anterior ya se ha ido al otro extremo de la mesa, a darme la espalda por la nula atención que le dedico.

Demorar, demorarse así. Más tragos de cerveza. Lentos, sin prisa. Volver a la escritura así, sin prisa. Sale Isolda con nosotros, vuelve a entrar. La mudanza ha terminado. Solo queda terminar de construir aquí nuestro pequeño hogar. Sale Isolda otra vez, para dirigirse a Yoshimi. Miau. Yoshimi pasa de ella y vuelve conmigo. Insiste tras la pantalla. Con sus cosas. Miau, etcétera.

Permitidme que las siga.