jueves, 28 de agosto de 2008

Viaje a septiembre



"Ethal se esforzaba por retener, y retenía de hecho, a Maud White y su hermano que hablaban de marcharse; los cirios ya iluminaban mal, medio consumidos en los candelabros de cuero completamente cubiertos de lágrimas de cera. Algo fúnebre y sin embargo cálido y tibio, como un olor a podredumbre de flores, pero de flores de tumba, estaba en la atmósfera; algo además que se preparaba y no acababa de empezar. Ethal, visblemente nervioso, lanzaba frecuentes miradas en dirección a la puerta y, sugestionadas, todas las miradas seguían las suyas. Alguien esperado no llegaba."

Extraído al azar de El maleficio de Jean Lorraine (traducción de Elena de Amo)

domingo, 24 de agosto de 2008

Viaje hacia septiembre



Tenía algunos, muchos proyectos para este verano; de lectura sobre todo. Tenía.


Mis dos gatos se reparten las esquinas más frescas de la casa, y si digo "frescas" es un decir, para derrumbarse en ellas.


Busco la tercera esquina más fresca. Me derrumbo en ella. Habrá noches robadas al día, en el invierno; y más veranos, espero.


Sic transit gloria mundi
.

Viaje hacia septiembre









Para septiembre, digo.



¿Falta mucho?



Adoro a Roy Stuart.




Resulta que mi chica conservaba, en el fondo de un cajón de su casa de Cartagena, un cómic de Supermán editado por Novaro en 1977.

Como mi cerebro no da para más, a estas alturas de agosto, tiraré de él.

A ver qué sale.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Aventuras asombrosas

Tomé un robot para viajar hasta la costa: resultaba barato, era la moda o a falta de demanda promoción. Los retropropulsores funcionaban con los impulsos cerebrales: iba listo; por el calor, lo digo, aunque el exoesqueleto iba dotado de refrigeración interna: estornudé y las cinco toneladas de armadura temblaron en su vuelo. Un trayecto de apenas media hora: las aves, los aviones se apartaban; incluso los satélites espía se desplazaban invisibles, alertados variaban sus órbitas, dispuestos a registrar el inminente encuentro. Yo aún no lo sabía, disfrutaba del viaje, de todo lo demás; al fin todo el poder era ya mío: poderosos sistemas cibernéticos, nanotecnología punta, monumental; cristal, neurosilicio; el tiempo y el espacio a voluntad de un implante de córtex y una coraza de titanio. Todo para viajar hasta La Manga. "Hemos llegado ya", dijo el robot.
Y al llegar pude verla: desde arriba, no oírla, sólo oía el rugido de los motores del ingenio. Durante mucho tiempo sólo la imaginé, burlando al tiempo y al espacio que insistía siempre en alza, dragón de dos cabezas, con su eterna expansión, en separarnos. Yo satélite ahora, San Jorge paralítico asistido, pude espiar su cuerpo: semidesnudo, semiobsceno, mortal, cuasi sagrado; pequeño desde arriba, desde cualquier otro lugar inaccesible. Ajusté mi visor para hacer zoom.
De hermosura espectral. Exuberante y distraída. Carnal y desalmada. Olvidada del mundo; reina del mundo en el exilio, en su toalla.
Olvidada de mí.
Sentí un vuelco en la parte central de mi robot. La acorazada, la vacía: donde estuvo hace tiempo un corazón.

Variations sur le mannequin (IV)


Tras un largo trayecto en coche llegamos a las cuatro y a las cinco estábamos durmiendo, a las seis desperté pero los demás dormían aún, por lo que leí un rato arrullado por el gemido del mar; a las siete, como cada una de las horas previas, sonó el reloj de pie: ellos seguían durmiendo y yo leyendo, a las ocho fui a la cocina a comer algo y después salí al jardín a echar un cigarrillo, pero sobre todo me concentré en las estatuas, griegas de o por imitación; sólo cuando dejé de mirarlas de reojo para considerar si echar otro cigarrillo y dormirme de nuevo por todo resultado, y serían las nueve, las estatuas empezaron a moverse: quizás dormía en realidad, pero las seguí de cualquier forma a una prudente distancia: no eran estatuas sino maniquíes, se movían de un lado para otro, lentos pero con seguridad, caminaban incansables alrededor la casa: a las diez estaba agotado y a las once quise despertar a estos, no podía yo también abandonarme al sueño, debía ponerles sobre aviso, pero su sueño era extrañamente profundo: supuse que también, a esas alturas, ya indestructible. Sonaron las doce, la hora de las brujas: se me heló la sangre porque si dormía ya nunca despertaría, los maniquíes tomarían el mando, tomarían nuestras vidas, tomarían nuestro lugar; si estaba soñando y despertaba, quizás trajese el horror de sus rostros inexpresivos conmigo; sonó la una y un siglo después las dos, tres siglos más tarde dieron las tres: no lo lograría, el sueño se apoderaría de mí; podía escuchar a esos malditos maniquíes moviéndose allí afuera, mortalmente silenciosos en torno de la casa: no, no podía dormir. A las cuatro caí rendido. Soñé con un viaje en coche y me acompañaban personas sin rostro aunque alguna vez los tuvieran para mí; no sé si en el sueño o en la realidad, pero oí un reloj de pie, el reloj de la casa: daban las cinco. Después las seis y las siete, me incliné despacio: las ocho, ¿desperté?

martes, 5 de agosto de 2008

viernes, 1 de agosto de 2008

Variations sur le mannequin (II)



"Además eran por lo general un palmo más pequeños de lo que habían sido en vida, porque la experiencia de la muerte, afirmaba Evan, nos disminuye, lo mismo que un trozo de paño encoge cuando se lava por primera vez."



W. G. Sebald, Austerlitz