Noches para sudar tu miedo y tu sentirte solo: no fue inútil. Ahora te has reconciliado, en el recuerdo, con lo que motivaba aquellos malos sueños. A esa distancia, no te afecta. Y queda todo lo demás, lo que sigues aún reconstruyendo, poniendo en el lugar en el que no es inútil.
viernes, 25 de junio de 2010
La bondad de las estatuas
¿Recuerdas tu primera pesadilla? Ahora sabes de la inutilidad de tus esfuerzos, más allá de lo que comprendía tus esfuerzos, y cuando abandonabas era lo peor. Pero lo disfrutaste en una infinidad de huecos que se abrían en todos esos días.
Noches para sudar tu miedo y tu sentirte solo: no fue inútil. Ahora te has reconciliado, en el recuerdo, con lo que motivaba aquellos malos sueños. A esa distancia, no te afecta. Y queda todo lo demás, lo que sigues aún reconstruyendo, poniendo en el lugar en el que no es inútil.
Noches para sudar tu miedo y tu sentirte solo: no fue inútil. Ahora te has reconciliado, en el recuerdo, con lo que motivaba aquellos malos sueños. A esa distancia, no te afecta. Y queda todo lo demás, lo que sigues aún reconstruyendo, poniendo en el lugar en el que no es inútil.
jueves, 24 de junio de 2010
Una versión libre del primer fragmento de la Alondra de Ted Hughes
La alondra va elevándose
igual que una advertencia:
el mundo no es seguro.
Pecho de bala hecho a la altura
igual que un indio en las alturas de los Andes.
Una cabeza de lebrel, y con espinas:
flecha de cazador.
Plomiza,
con su músculo
se enfrenta al centro de la Tierra.
Plomiza como un lastre
dentro de la tormenta que propulsa
toda respiración.
Su centro pesa igual que el plomo
para fijarla al centro de la vida.
(A partir de la versión de Xoán Abeleira, en Ted Hughes, El azor en el páramo, Bartleby editores)
lunes, 21 de junio de 2010
Bah
Bueno, a ver. Once bomberos accidentales. Un gato sobre un árbol, conversando con la cabeza de un traductor de sánscrito. Alguien que prende fuego al árbol.
Arquitectos conversan a media noche, cien pisos sobre el mundo. "No has terminado ese dibujo", le espeta uno a otro. Un rascacielos recubierto con viñetas. Helicópteros que aprovechan las luces del día para llevar a turistas adinerados a que lean la historieta. No se enteran de nada.
Historietas, armonías, un piano con panecillos dentro, panecillos a medio cocer; y un reloj enorme, en la sala, que corre hacia atrás. Una oportunidad para el ventrílocuo: es la última. El muñeco de un gato, hipnotizando al auditorio con ojos llameantes.
Arquitectos conversan a media noche, cien pisos sobre el mundo. "No has terminado ese dibujo", le espeta uno a otro. Un rascacielos recubierto con viñetas. Helicópteros que aprovechan las luces del día para llevar a turistas adinerados a que lean la historieta. No se enteran de nada.
Historietas, armonías, un piano con panecillos dentro, panecillos a medio cocer; y un reloj enorme, en la sala, que corre hacia atrás. Una oportunidad para el ventrílocuo: es la última. El muñeco de un gato, hipnotizando al auditorio con ojos llameantes.
domingo, 20 de junio de 2010
lunes, 14 de junio de 2010
Avanzar sólo un poquito (más)
domingo, 13 de junio de 2010
Fin del cuaderno: más cuadernos
jueves, 10 de junio de 2010
miércoles, 9 de junio de 2010
La pereza,
el no poder.
Todo lo que me queda por hacer. Y que no tengo fuerzas para hacer.
Ah, este calor. Mis gatos, otra vez -un año más-, persiguen los rincones más frescos de la casa. Yo los sigo.
Allí hacia donde van, es donde se derrumban. Yo los sigo.
(Bueno, esta semana sí he hecho algo: un largo y caótico poema que termina:
"Café, rescátame de aquí").
Todo lo que me queda por hacer. Y que no tengo fuerzas para hacer.
Ah, este calor. Mis gatos, otra vez -un año más-, persiguen los rincones más frescos de la casa. Yo los sigo.
Allí hacia donde van, es donde se derrumban. Yo los sigo.
(Bueno, esta semana sí he hecho algo: un largo y caótico poema que termina:
"Café, rescátame de aquí").
lunes, 7 de junio de 2010
Charo
Tienes dos hijos preciosos aquí abajo, Charo: cuidarás de ellos, estés donde estés.
Un abrazo, Joseda, hermano.
Eres un poema, cierto, pero no uno de ésos
que se pudren en las páginas de oscuras
antologías del siglo dieciocho
o fanzines de los años noventa: tú eres uno
que todo el mundo se sabe, cuyos versos repiten
en la radio y en la escuela, y la gente se dice
ante una chica bonita, o si se hacen unas risas,
o son felices, o, sobre todo, al llegar a casa
mientras fuera está cayendo la tormenta del milenio.
José Daniel Espejo
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