(Iniciamos hace cosa de un mes nueva temporada de nuestra antología apócrifa de poetas murcianos, en la emisora de radio
Onda Regional de Murcia. Cuelgo aquí mi última aportación, aunque les aviso de que gracias al pistoletazo de salida de Antonio Aguilar -que escuchamos solícitos Antonio Lorente y yo para ponernos en carrera-, al fin está en marcha
la bitácora del asunto.
Les sirva de aperitivo, espero:)
GILBERTO SÁNCHEZ
El fruto de mis investigaciones en torno a la vida y la obra de Gilberto Sánchez no se aparta demasiado del ofrecido por los sabios y temperados sarmientos de las de mis compañeros; pero acaso ofrezca algún punto insólito, quizás por no defraudar a la costumbre -que entre nosotros y de algunos siglos a esta parte, de modo general, deviene en ley- de que se espere en mi trabajo una cierta inesperabilidad.
Se han centrado mis pesquisas, fundamentalmente, en un libro aportado en alguna bibliografía por nuestro Amancio Vespertino, Gilberto Sánchez o la ambinomigüedad (sic), debido a la pluma del hijo del conocido poeta surrealista Robert Desnos, el teórico y tenista amateur Roberto Manuel Desnos, actualmente y por otra parte catedrático de Literatura Comparada en la Universidad de Pompillo de Calandria, Albacete.
Mi sorpresa fue mayúscula al tratar de conseguir dicho tomo. Inencontrable en librerías, me desplacé hasta Archena en la suposición de que debía conservarse allí algún ejemplar. Apapucio Bermúdez, periodista archenero, y en la mejor tradición de la novela negra, asisitió a mi desconsuelo en la barra de un bar del pueblo tras cuatro días de búsqueda inútil por mi parte. Afuera tronaba y diluviaba como suele sólo en los menos sólidos argumentos.
-Ese libro no es popular aquí –me dijo-. ¿Cómo reacciona un pueblo como el nuestro, que ama a sus poetas, cuando alguien de fuera cuestiona al vate mayor de la comarca?
Con todas las papeletas perdidas para mi aventura, y además mojadas por la lluvia, me dispuse a cruzar la vía principal camino de la parada del autobús. Sorteando los charcos de una callejuela en sombra, me salió al paso un tipo bajo y encorvado bajo su guardapolvos pasado de moda. Mordía un mondadientes y se autodeclaró ratero. No era un ratero cualquiera. Nunca sabré si, como sospecho, Apapucio Bermúdez movió sus hilos; pero este pequeño diablillo de teatro de títeres se ofreció a entrar en los archivos del pueblo para conseguirme un ejemplar del libro a cambio de un par de golpetazos de ponche Caballero.
El trabajo de Desnos hijo, quizás barriendo para casa, desmonta o parece desmontar en un epílogo confuso la filiación entre Gilberto Sánchez y el famosísimo juego del “binomio fantástico” propuesto por Gianni Rodari en su Gramática de la Fantasía, en el momento en que cita la práctica surrealista de poner en relación ideas o términos absolutamente dispares. No contento con ponerlo más cerca del paragüas y la máquina de coser reunidos sobre la mesa de operaciones de la vanguardia histórica, establece una relación directa entre nuestro autor y su padre, ya no en razón de influencias rastreables en su obra sino en la curiosa costumbre de Gilberto, sospechosamente parecida a la puesta en práctica por Desnos padre en los cafés parisinos de los años 20 para pasmo de la clientela y deliquio del resto de la caterva surrealista, de entrar en una suerte de autoinducido estado de hipnosis o “trance”.
Coincide Desnos hijo en dos datos que aportan mis compañeros: situar a nuestro autor en Italia y calificar su ánimo de huraño. Pero aún más, Desnos hijo afirma que dicho carácter, que le granjea una vida social nula, le hace parapetarse, en triple pataleta idiomática, en la rama patafísica de la literatura francesa.
Y aún más -¿triple pataleta social tras pretender refugiarse en un numen poético que le fue también adverso?-: salpica sus apariciones públicas de raptos hipnóticos o de trance, en los que, para pasmo de los que coinciden en sus pequeños paseos por su barrio –pues en dichos paseos, básicamente, consisten sus “apariciones públicas”-, declama delirantes discursos.
Aquí entran las tesis de Desnos hijo. El tono admirativo de su trabajo, a pesar de que en él abundan los pasajes no poco confusos, ahuyentan el fantasma del plagio. Pero Desnos es categórico en una de sus páginas, acaso la razón de la mala fortuna de sus tesis en Archena, cuando reproduce uno de los mencionados raptos de Gilberto Sánchez.
El bebé gigante que anuncia las pinturas Cadum esperaba a sus visitantes en la isla de Cygnes, bajo el puente de Passy. Se comportaron como gente de mundo y la torre Eiffel presidió el conciliábulo. El agua fluía.
Los peces salieron del río, ya que estaban abocados desde hacía tiempos y tempestades al culto de las cosas divinas y al simbolismo celeste. Por las mismas razones, las palmeras del Jardin d´Acclimation desertaron de las avenidas recorridas por el elefante pacífico del sueño infantil. Pasó algo parecido con las que, aprisionadas en maceteros de barro, adornan el salón de señoritas mayores y el peristilo de las casas públicas. El aire se llenó del ruido de las ventanas al cerrarse y de sus fallebas plañideras. Bebé Cadum nació sin la ayuda de sus padres, espontáneamente.
En el horizonte, un gigante brumoso se estiraba y bostezaba. El muñeco de Michelín se disponía a una lucha terrible cuyo historiógrafo será el autor de estas líneas. A los veintiún años de edad, Bebé Cadum alcanzó el tamaño necesario para luchar con Muñeco Michelín. Todo comenzó una mañana de junio. Un agente de policía que se paseaba tontamente por la Avenida de Les Champs Elysées escuchó de repente grandes clamores en el cielo. Éste se oscureció y, acompañada de viento, rayos y truenos, una lluvia jabonosa se abatió sobre la ciudad. En un instante el paisaje se hizo mágico. Los tejados, recubiertos de una ligera espuma que el viento arrastraba en copos, se irisaron bajo los rayos del sol reaparecido. Surgió una multitud de arco iris, ligeros, pálidos y similares a la aureola de las jóvenes tísicas, en la época en que formaban parte del imaginario poético. Los transeúntes paseaban por una nieve perfumada que les llegaba a las rodillas. Algunos empezaron combates de pompas de jabón que el viento arrastraba con infinidad de ventanas reflejadas en sus paredes translúcidas.
Después una encantadora locura invadió la ciudad. Los habitantes se desnudaron y corrieron por las calles rodando sobre la jabonosa alfombra. El Sena arrastraba capas grumosas que se quedaban paradas en los machones de los puentes y se disolvían en los firmamentos. Tras este ejemplo de rapto poético en prosa -acaso plagiado si no se trata de un caso de posesión lírica y que daría otra dimensión a ese diálogo a través del tiempo que se da entre poetas según quería Eliot-, algunos, tal mis compañeros de tertulia, apuntan al regreso a España y unos últimos años en el psiquiátrico de El Palmar como colofón para la biografía de nuestro protagonista de hoy; otras fuentes, en hipótesis que puede coexistir con la anterior, hablan de una carrera final como prolijo y frustrado novelista infantil, aunque logró ser fugaz best-seller en dicho campo durante un curso escolar en tres pequeños pueblos de Minnesota, donde tres primos lejanos de Gilberto, de profesión maestros, después de traducir y autopublicar un título que a día de hoy desconocemos, lo propusieron con azarosa y fugaz fortuna como lectura obligatoria en sus tres respectivos colegios.
PS: Si acaso nuestro autor, como confusa y ambiguamente se sugiere en
Gilberto Sánchez y la ambinomigüedad, hubiese llegado a plagiar a Robert Desnos en el “rapto” citado, de seguro se habría ayudado de la traducción de ©Lydia Vázquez Jiménez y Juan Manuel Ibeas Altamira (
¡La libertad o el amor!,
©Editorial Cabaret Voltaire SL, 2007; edición original de ©Editions Gallimard, 1962)
(Última ilustración: "
André Breton interrogeant Robert Desnos au cours d'une séance de télépathie transatlantique avec Rose Sélavy alias Marcel Duchamp", Dimatteo)