lunes, 4 de febrero de 2013
Nana del niño que inventa su nana
Yo fui el hombre que exigió
las bragas de Catalina de Austria
porque perdió sus calzoncillos en Belgrado.
Hizo tanto frío, aquel invierno,
que los campos de arroz
los cubrían con mantas.
¡Qué noches delirantes
corriendo por valles peludos,
para llegar a tiempo al vals
en el castillo del monarca del arroz
y de las golosinas!
Ositos de peluche hacen la recepción,
anuncian a los invitados, ¡tan solemnes!
¡Una fiesta fantástica, Su Majestad!
¡Como un cuento infantil que no termina,
como un invierno interminable
para la noche de los cuentos y de las chimeneas!
Una noche muy agradable, desde luego.
Estuve en el país donde tapaban
las montañas con mantas
para que durmiesen en paz,
¿puedes creerlo?,
voy a decirle a Catalina
cuando por fin la encuentre.
Ardí como las teas en las noches románticas
de estudiantes borrachos y perdidos
en los libros de Kant.
Pronto será Sissí la emperatriz
de nuestra amada Jena.
Me condecorará como El niño Que Nunca Duerme,
aunque debiera hacerlo, va a decirme,
¡si ya la estoy oyendo!
Yo soy la luz que no deja dormir
a los niños de los cuentos de hadas,
el guisante de la filosofía
(popular),
y digo palabras que suenan mal
porque estoy aburrido:
Caca, culo,
bragas y calzoncillos.
Reyes, política, política.
No sé lo que me digo,
he sido un niño malo
y el adulto que soy va a castigarme
quitándome la tinta y el papel
para que no termine este poema
y me vaya a la cama sin cenar,
para que sueñe con dragones y princesas,
con todo lo que yo
quiera, pero sin molestar.
Pero persiste mi ebriedad.
Yo quiero levantarme.
Yo quiero buscar algo, lo que sea:
unas bragas para mi dama,
mis bravos calzoncillos
y una armadura reluciente
para marchar en busca de aventuras,
para buscar aquel cuento que no me cuentan hace tiempo,
no me lo cuentan de la forma en que me gusta,
dije, augusto. Proclamé.
Y vino Catalina de Austria para darme
una rosa, la rosa
de la delicadeza y la imaginación,
la rosa de las casas
reales de una Europa imaginaria
y sonreí. Mamá
suspiró con alivio.
Al fin iba a dormirme.
sábado, 2 de febrero de 2013
Conspiración sin fin
La conspiración ajena vuelve a ser la
construcción sobre el vacío en la que os aplicáis, Mariano. La realidad es una gran conspiración contra todos
nosotros, porque se empeña una y otra vez en contradecir aquello que
queremos que los demás piensen de nosotros. Somos pequeñas ficciones
hostigadas por el asedio de lo real, Mariano.
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