miércoles, 18 de noviembre de 2009

Miniaturas


Los coleccione durante un tiempo, y ocuparon mi casa: objetos absurdos, diminutos; bagatelas. Paseaba entre ellas y me sentia un relojero de lo inutil, guardian de lo inexacto y lo perecedero.

Un dia desapareci. Lejos, mas libre, busque despacio los fragmentos de aquello que yo fui. Pero no era facil y probe a hacerme como yo quise: la memoria no era, por fortuna, una prerrogativa; quiero decir obligatoria. Lo supe entonces: aquello que creemos ser, y que nos constituye, constituye un obstaculo.

Objetos, como insectos: aun sueño con ellos. Atraviesan mis noches en hileras, construyendo un espacio lentamente -noche tras noche avanzan sin obstaculos- donde yo ya no quepo. Pero me reconforta saber que sigue ahi, ajeno a mi: porque se que me cuento ya entre ellos, y que con ellos atravieso el fondo de las noches

Cada mañana despierto en una casa vacia, mas pequeño cada vez.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Nueva sentimentalidad


¿Por que no me llamas? Crei estar huyendo de ti, pero eres tu quien huye siempre. Los cables de la luz cantan tu nombre mientras los dejo atras en la autovia sin dejarlos atras: aqui delante se prolongan, en este hacia adelante indefinido que construyo pisando el acelerador.

Se que hay un lugar donde permanecemos, como hay un momento que se esta prolongando desde siempre. Conozco ese camino, lo practican aquellos que lo olvidan. Te busco porque quiero enseñarte el camino: aun no lo olvidaste, y te persigue.

Llama. Hazme real el tiempo necesario para que yo te traiga aqui, conmigo, donde las huellas animales vibran con esas cuerdas, vibran y se prolongan mas alla de la vista: donde las huellas no han dejado aun su peso, pero se inscriben lentamente y siguen avanzando, y alejandose.



Tiene que haber un telefono al final de los cables

Cul-de-sac

domingo, 15 de noviembre de 2009

Una marea


Sube la marea y queda atrapado. Abandona el coche junto al rio circular de agua, pero apaga el motor solo cuando comprueba, mirando desde lejos, todo lo lejos que puede, que no parece que el agua vaya a subir mas.
Enciende un cigarrillo y prueba a situarse en el centro de esa isla momentanea, para mirar en derredor. El cigarrillo se le cae, ¿esta mareado? No, es algo asi como una fuerza magnetica: hace saltar las cosas de sus manos. Recoge el cigarrillo, que ha amenazado, rodando, con llegar hasta el agua. Sigue caminando, lo hace en circulos: moviendose sobre sus piernas, sintiendolas moverse -y el encaramado alli, encima-, se siente mas seguro.

Pasan las horas, la noche cae despacio. Se sienta en el suelo, cerca del coche. Maneja con cuidado cada uno de los cigarrillos que, con paciencia, vuelve a encenderse.
Es una forma extraña de sentimentalismo, piensa. Pero aqui y ahora, piensa tambien, no le queda otra cosa.

No es un pensamiento negativo. Es tranquilizador.

martes, 10 de noviembre de 2009

Paris era una siesta


Me levanto de la siesta dispuesto a volcar mis notas para un articulo sobre Thomas Bernhard. Quiero anotar tambien unas ideas que se me han ocurrido sobre Barrio Sesamo -ideas nada serias y mucho menos reveladoras, si es que fuese necesario advertirlo, en torno a una analogia entre el porque ame Barrio Sesamo y el porque amo a mis gatos-, tras ver sobre su aniversario en el telediario y llevar toda la semana viendo los muñequitos de Barrio Sesamo adornando la pagina de Google.

Proyectos, proyectos y la firme voluntad de llevarlos a cabo. Voluntad: es un decir. Mejor llevarlo a cabo todo como un sueño, como la prolongacion de un sueño, el sueño de una siesta, el de una siesta breve. Breve, continuada. Recuerdo ahora a Shakesperare, por todo eso del sueño. ¿Dormia Shakespeare la siesta? No, me dice Bukowski: Shakespeare nunca lo hizo.

O sea, que las ganas de trabajar se juntan con el trabajo. Trabajo: es un decir. Pero el portatil se me fastidia. Y eso no es un decir, sino, mas bien, un no poder decir; no hacerlo hasta ahora, unas horas mas tarde. Todo lo anterior se me ocurre ahora, justo antes de decir lo que queria decir: que llevo desde las cinco de la tarde delante de un portatil que se ha fastidiado y que me muestra una alarmante pantalla en azul llena de numeros y de ordenes y advertencias en ingles. Me muestra esa pantalla justo antes de apagarse. Perdon: de reiniciarse. Y volver a la pantalla en azul. Y volver a reiniciarse.

Ahi estoy yo: ahi delante. Metido en ese bucle. Asisto a el, muy quieto: hipnotizado.

Siento la tentacion de maldecir al ordenador. Pero me siento culpable de sentir tal cosa. No puedes maldecir lo que amas. Yo amo a ese estupido cacharro. No es estupido, estupido. Que culpabilidad. Deja que el se aclare: se arreglara en silencio, por si mismo.

Debo invertir la tarde en algo mas. Me pongo una pelicula en la otra habitacion, en la de arriba. Tokyo Drifter de Seijun Suzuki. Que bien pinta, justo desde el comienzo. Que grandes los primeros veinte minutos. Pero no puedo seguir ahi, ahi arriba. Pues me siento culpable. Disfruto demasiado. Ah, que: la culpabilidad. Como si no disfrutase abajo. Y vuelvo abajo.

Arriba y luego abajo. Aqui. Pruebo a encender de nuevo mi pobre ordenador. Sigue en las mismas. Y llego aqui, a este otro aqui: al viejo ordenador. El que carece de tildes. Reflejo de mi pobre voluntad. Una diccion sin fuerza.

Ies sin tildes y sin puntos, correteando histericas.

Y aqui iba a dejar de escribir todo esto, a contar por que no puedo hacerlo, pero justo entonces y no antes percibo que el gato, entre el teclado y la pantalla, se yergue muy sereno, con los ojos cerrados. Meciendose en su suave ronroneo -se mece: es literal, y puedo verlo; ajeno, asi, a todo aquello que nunca participa de su siesta. De su eterna y continua, breve y continua siesta.

Me recuerda que existe siempre una posibilidad.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Entrevista a Antonio Luque/Sr. Chinarro

(Pinche aquí para saltarse la intro)
Me dio a conocer sus discos mi hermano Álex, y aunque me encantan todos siento especial fascinación por los más raros y herméticos, por los más atmosféricos pero también por sus momentos más verbenero-surrealistas. Hace tiempo que tengo como melodía de mi móvil una canción suya. Hace seis años, no solo escuchaba sus discos, sino que los escuchaba de forma obsesiva: me hipnotizaban. Ya lo conté en una de las primeras entradas de este blog.
No sé si debí contárselo, a lo mejor pensó que estaba como una cabra, pero es que hace seis años escribí las primeras cien páginas de una novela -esa novela impublicable de la que os hablado otras veces, y a la que aún añado, a ratos, frases, párrafos, alguna hoja- escuchando una y otra vez, y otra vez, y otra vez, su El porqué de mis peinados.
Pues se lo conté. "Estaaás como una cabraaa", pudo haberme cantado con una de las melodías de ese disco. Conocerlo en Blanca estuvo muy bien, había ido allí a presentar su libro de relatos Socorrismo en el marco de la semana de edición de libros independiente. Y además, qué regalo, a la noche se subieron él y su guitarra en el escenario en el que la típica banda verbenera de pueblo iba a amenizar en breve las fiestas del lugar, y ante quince o veinte de nosotros nos tocó en primicia absoluta varias canciones de su próximo álbum.
Un regalo, sí. Y un marco imcomparable, como quien dice: por el precioso valle del Ricote a nuestra espalda y por el coro de viejas que, hacia el final del pequeño recital de Luque, coreaban ya zumbonas: "¡Queremooos bailaaaaaar!".
Y que conste que allí solo bailaron al final los escritores, con Jesús Ferrero a la cabeza del cortejo dionisíaco y pidiendo canciones y más canciones a la banda verbenera a pie del tablado.
Todo esto lo cuento ahora por la entrevista. Bueno, pues que antes de conocerlo ya me lo avisaban Juan de Dios y sobre todo Zoraida, que con el entusiasmo que le caracteriza me gritaba:
"¡Que le hemos hablado de ti y le hemos dicho que lo vas a entrevistar!".
"¿Cómor?", aventuré sin entender nada.


(Además de las exclamaciones y su perpetuo y maravilloso entusiasmo, es de Zoraida Angosto también la fotografía)