Por Rodrigo Fresán
Si hay un día más trascendente que el día en que uno comienza, emocionado, a leer una nueva novela de Thomas Pynchon, ése es el día en que uno termina de leer, ¿emocionado?, una novela de Thomas Pynchon que ha dejado de ser nueva para convertirse en otra cosa. Digo “¿emocionado?” entre signos de interrogación porque –si bien hay mucho de emotivo en el hecho de haber arribado a la última página del último mamut de Pynchon– se trata de una sensación rara, difícil de definir, pynchiana. Digo que “ha dejado de ser nueva para convertirse en otra cosa” porque las grandes novelas en general y las grandes novelas de Pynchon en particular tienden a mutar a otra cosa. A algo que se parece un poco a esos raros artefactos de museo que nadie se atreve a catalogar y precisar su origen y utilidad del todo. Dicho esto, de todas las novelas de Thomas Pynchon, Against the Day (la más larga de ellas y, también, la más ambiciosa y quizá la más divertida y, además, la más duramente criticada en toda su carrera) es también la que más rápida y radicalmente asume esta condición de objeto histórico y conmovedor y fuera del tiempo y del espacio a pesar de tratarse de la más histórica de sus novelas. Y es una novela histórica verosímil porque –a diferencia del sospechoso orden y la precisa claridad de las novelas históricas– aquí se apuesta y se gana jugando a la inevitable condición entrópica del según pasan los años y al desorden de los calendarios y efemérides. Against the Day es la Gran Novela Histérica-Histórica. De más está decirlo, un resumen de la trama es tarea difícil que, de llevarla a cabo, requeriría por lo menos de la extensión de una nouvelle que bien podría titularse La subasta del lote 49, aquel único ejemplo de lo que puede llegar a ser un Pynchon híper-concentrado. Pero intentemos trazar unas breves coordenadas: Against the Day cubre las distancias que van de la Feria Mundial de Chicago de 1893 hasta los primeros años luego de acallados los cañones de la Guerra Mundial de 1914-1919 y se desplaza –siguiendo y persiguiendo las idas y vueltas de los hermanos Traverse y la bella Dally Rideout, como empujada por el mismo viento que arrastra al dirigible Inconvinience del primer capítulo– por Colorado, Nueva York, Londres, Göttingen, Venecia, Viena, Asia Central, los Balcanes, Siberia, el México revolucionario, la elocuente y vanguardista París de posguerra y el Hollywood del cine mudo y “uno o dos lugares más que pueden o no figurar en los mapas tal y como los conocemos”. Sumarle a semejante euforia geográfica un elenco casi circense en su potencia freak que incluye a anarquistas, magnates, científicos locos, shamanes, matemáticos, apólogos de las drogas (bautizados pynchonísticamente, por citar unos pocos, con nombres como Ruperta Chirpingdon-Groin, Ellmore Disco, Stilton Gaspereaux, Yashmee Halfcour, Chevrolette McAdoo, Ewball Oust, Lord and Lady Overlunch, Cypria Latewood, Eusapia Palladino y, por supuesto, el Bodine de rigor así como siglas del tipo L.A.H.D.I.D.A. (Las Animas-Huerfano Delegation of the Individual Defense Alliance) y, ya que estamos, el archiduque Franz Ferdinand, Bela Lugosi, Nikolai Tesla y Groucho Marx. Y, por supuesto, abundan las inesperadas pero previsibles cancioncillas marca de la casa. Así, pensar en Against the Day como en una versión de la enciclopedia Lo Sé Todo que cuando era chica se cayó no a un caldero lleno con poción mágica sino a un barril de LSD. Against the Day es también la película de 50 horas de duración que filmaría David Lynch de contar con un productor alucinado y un presupuesto multimillonario.
Y preguntes pertinentes e inevitables: ¿Es divertida? Sí, mucho. ¿Su lectura resulta laboriosa? Sí, mucho (pero, atención, pynchonianamente laboriosa; lo que equivale a decir que cuesta pero que el esfuerzo es más que recompensado). ¿Es la mejor obra de Pynchon hasta la fecha? Difícil de decir y a quién le importa, porque lo que importa es que sea de Pynchon. A la crítica más o menos especializada no le pareció así. Al lector de Pynchon, en cambio, le costará distinguir entre esta y las demás porque la gracia está en que cada título de Pynchon parece, de algún modo, conectar con los anteriores y, secretamente, anunciar en código lo que vendrá teniendo muy en cuenta, como bien afirmó alguien, que “las novelas de Pynchon se diferencian de las novelas de cualquier otro del mismo modo en que las novelas de cualquiera se diferencian de los relatos de cualquiera”. Digámoslo así: a Pynchon no le interesa la novela redonda como no les interesó a sus claros antecedentes (Sterne & Melville) y no les interesa a sus sucesores (el DeLillo de Submundo o el Neal Stephenson de Cryptonomicon o el David Foster Wallace de La broma infinita o el Bolaño de 2666). Lo que le interesa a Pynchon es proponer y predicar una idea del mundo y una versión conspirativa de la Historia en la que, de un modo u otro, todo está conectado. De ahí que aquí Against the Day sea una nueva y contundente visita al Mondo Pynchon que ya conocemos y al que hay que entrar respirando profundo y aguantando la respiración teniendo claro que su lectura es más una inmersión a gran profundidad que otra cosa.