Una excursión al campo, igual
que una excursión al tiempo.
Como si todos los lugares
que nos quedan por visitar
estuvieran en el recuerdo.
Mira, si te parece
dejemos que descansen las palabras.
Ha llegado la hora
de ir adonde sea.
Tu irresistible propensión
a saludar a todo el mundo
falla de vez en cuando,
tan solo quiero que te acuerdes
de esto alguna que otra vez.
Significantes insignificantes
para cualquier gramática,
salvo para gramáticas
del corazón.
El miedo y el amor, primero el miedo
y después el amor –cuando estemos seguros,
mejor ser precavidos,
vamos a hablarlo luego.
Suceda lo que vaya a suceder,
me pillará durmiendo.
Despertaré para su desenlace.
Nadar, nadar ahora.
Duermo y luego trato de despertar,
¿estoy seguro?
Voy a decirlo de otra forma:
Despierto, ¿estoy seguro?
Creo que descansar será una elipsis
allá donde la narración
coge fuerzas y aire, se sumerge
y nada más, mejor.
Despertar tarde
me deja algo confuso.
Placas tectónicas, móviles, pesadillas:
dejan de serlo cuando te mueves con ellas.
Tener aquí las cosas que, de pronto, ya no están.
Busca a tus interlocutores en las cosas.
Beethoven para las macetas.
Voy a viajar ahora
desde la cama a la terraza,
Extenderé los toldos.
El gato insiste con su sinfonía
de una mañana de verano.
Yo no me quejaré
de su monotonía. Ruega tú
por esas variaciones que persigues,
ahora regreso de la variedad
y he afilado mi lápiz:
Temo que hoy no tenga mucho más,
quiero decir que lo celebro,
e igual que los recuerdos vienen de uno en uno
me apaño con la sensación
quebrada, insuficiente:
me da trabajo todo el día
y me invita a salir
en un viaje que, de momento, me
resulta suficiente.
Improvisa, me ruega
la voz que me acompaña todo el tiempo.
Bueno, improviso café.
El gato me persigue
allá hacia donde voy
con su monodia.
Esta tarde hablaremos.
Luego te llamaré.
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