Los más sensatos animales,
vaya noche.
Decisiones y veredictos.
Un discurrir que agota al más pintado,
un escurrir
de la pintura mientras tanto:
luego vuelvo.
Volveré chorreando.
Seres humanos, al jardín.
Primero ella y luego yo,
y luego yo, con ella, en todas partes.
Contigo, y a diario.
Te pintas, otra vez, cerca del cielo.
No era saliva, eran más bien nuestras pinturas.
Un baño de saliva, una constelación
pintada en frescos y murales:
la bóveda celeste.
El cielo es un lugar del que se vuelve.
Miras el cielo, es un océano
que se derrama en ti.
Te pones de puntillas, chapoteas.
Las cicatrices no son cremalleras.
El auditorio del jardín abre sus puertas
y la asamblea de los pájaros
emite su juicio ininterrumpido.
Y las flores, allí,
construyen catedrales.
Si el mar es de color azul,
¿de qué color es la saliva?
Y ¿cómo regresar del babear?,
preguntas, ladras.
Tiras el hueso dentro
de ti, porque esperas seguirlo.
Piensas, formulas, dices,
pero no.
Es tranquilizador.
Es un regreso
algo más lejos, siempre,
de allí donde estuvimos una vez,
este lugar no sospechado.
Abro la casa donde está lloviendo siempre.
La lluvia fija todo lo que importa
aquí, en el interior
de mi casa mental.
Escucho cómo caen las lecciones, una a una.
La tristeza, aparente,
es solo la fachada
de mi colegio psíquico:
persiste seria y triste
pero solo porque toda alegría
acaba disipando
lo que permite la alegría.
Paso allí muchos años.
Ahora estás vestida.
No, espera.
Faltan aún algunos años.
Ahora te veo de espaldas
y no puedes oírme.
Tu tiza dibujando
vías en la pizarra.
Todo lo que me enseñas permanece.
Tú, tus maneras,
en todo lo que veo,
y que se mueve
igual a ti.
Tu deslizarse, profesora.
La lluvia, el ruido que haces,
el ruido de tu mente.
Incluso tú, lejana:
todo, dentro de mí,
persiste todavía.
Fuerzas oscuras: no
tienen que ver conmigo.
Y las sombras se explican, elocuentes,
a espaldas de la luz.
Es lo que piensan de la luz,
pero la luz se va
y todo se hace sombra, que es lo mismo
que decir: ya no hay sombras.
Y la elocuencia de todas las cosas
se hace interminable,
quiero decir: no se detiene.
Y podemos hablar, ahora, tú y yo,
allí, en medio,
de todo lo que insiste en explicarse
y sin miedo a que nadie nos escuche.
Puedes imaginar que el gato
idea sonetos en su siesta.
¿Qué hacer?
Chica, yo lo que diga el gato.
¿A dónde vas de viaje este verano?
Yo no viajo.
Ni en verano ni nunca
porque viajar es vulgar.
No estoy siendo sincero con mi ojo interior.
Despierto sin saber dónde lo hago.
Qué mañana más agradable,
voy a tratar de disfrutarla.
Debo decirte, es importante, que en el patio
no estoy jugando solo.
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