domingo, 26 de febrero de 2012

Cuando fui poeta


CUANDO FUI POETA


Así que diré que

sobreviví a aquel verano

viendo tan sólo a los amables

fantasmas de las hortalizas.



E imaginé, como solía,

el resto de mi vida ahí tumbado,

entre mis aficiones y un puro aburrimiento

puramente aficionado,

tratando de escarbar también en dirección

a lo que no me gusta,

aunque no me gustase,

y aunque tampoco me gustase

aquel calor tan pegajoso,

pero, chico, es lo que había

y siempre es bueno prevenir.


Los gatos a lo suyo y tú también,

mientras recoges.


¿Cuántas veces te demostré que mis capacidades

son superiores a la fe que en mí malgastas?


Chico, el señor te ama

y el demonio también.

Mientras tanto, el agnóstico

trata de imaginarlo.

Quiero decir que va a pensárselo despacio.


Días para leer

y días para caminar.


Siempre estamos a tiempo

para volver a ser los raros de la fiesta.


Te lo diré de otra forma:

¿Dónde están los amigos

de los que no tienen amigos?


Qué bonito es tener

bonitos sentimientos.

Pon tus moléculas al aire.

Sigue camino abajo, atravesando

aquello que se trenza.


A ti se te ha acabado la paciencia,

la mía no ha hecho más que comenzar.


En esos horizontes de campaña

hay un arcón donde ancianos chinos conversan

desde hace tres milenios.


Será la tumba, amor,

de mi locuacidad.


En una narración perfectamente china, que no basta

para hacerme dudar, signo insoluble,

gigantes de colores balancean

sus enormes zapatones

mientras todo decide

crecer, hostil a la renuncia.


Ven con nosotros, me decían

mientras un chorro de aire fresco delataba

una trampilla ahí debajo

de todo ese sopor.


Sí, ya lo supe.

Sobreviví a aquel jardín.


Sigo pensando así:

vendría un día como hoy y, aquí, lo contaría.


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