miércoles, 16 de septiembre de 2009

Hallando endecasílabos en Jacques Lacan


Guardo silencio y son secretos que proclamo mientras me ausento lejos. Lejos de aquí, se entiende; de este blog. Me doy la vuelta: contemplad como mi capa ondea y me acompaña mientras desaparezco.

Trabajo para ustedes en la sombra. Es un secreto, todavía, pero aún puedo salir de vez en cuando con mi traje. Con mi capa y mi máscara. Soy el rey del silencio y de las sombras: ya quisiera después de este calor que ha hecho; una condena aquí, que ya termina. Ese calor. Vienen las lluvias, ya dos días de frío y de granizo, incluso, hoy. Qué hermoso es el granizo, cuando rompe en el infierno. Su corazón de hielo que habita entre nosotros, en días como hoy.

Danos tu frío, cada día. Santificado sea el granizo que los cielos escupen, santificado sea su regalo, este maná furioso que rompe los cristales de todas las ventanas del planeta.

Que siga descendiendo, de aquí al final del tiempo.

Viene la lluvia, el frío. Y la vuelta al trabajo.

Adoro trabajar.

Al fin septiembre. Tío, me siento renacer. Despacio, como todo lo que importa, este proceso. Recuerdo al médico que me operó de la miopía, hace ya un año: me acusó poco menos que de impostor mentiroso cuando le confesé que ansiaba regresar a mi trabajo, a la rutina. Tratar con tanta gente, obligaciones; y no parar más que en paradas de autobuses: transportes una y otra vez. Me llevan más allá, adonde quiera. Aunque deba querer siempre el lugar que debo: qué descanso. Es delegar, así, mis elecciones en algo que es más grande que yo, que me comprende. Es la labor que no es posible posponer: no la pospongo. Al fin. La ruta gris del calendario, que no nos pertenece. Que es más grande que nosotros.

Olvidarme de mí, ser un robot. Servir y ser -sentirme- transportado. Ir y volver, y en el trayecto tomar notas así, algo así como ésta.

Pero entiendo al doctor. Al menos la mitad de la novela que ando corrigiendo esta semana está ocupada por doctores. Pueblan sus páginas, huyen de mi protagonista. Amo a los médicos, esas figuras paternales; me expulsan una y otra vez lejos de ellos. Insisten que no guardan la llave del Edén que ando buscando. Yo amo sus misterios y sus frascos de perfumes mortales, sus libros y sus fórmulas. Sé que saben secretos antiguos como el mundo.

Doctor, quiero vivir eternamente.

Ahora que lo pienso, lo confesaba a la enfermera, más que al médico -aquello del trabajo, de septiembre, del regreso; adoro regresar, ¿lo he dicho ya?- Fue él quien se introdujo en nuestra charla. Quitando la manzana de mis manos, burlándose de ella. Para arrojarla lejos e imponer la razón.

No debió hacerlo, pero bueno. Hizo lo que debía. Recuerdo a la enfermera, todavía. Recuerdo su sonrisa, su cómplice ternura por mis nervios ante la operación y ante las burlas que el furioso doctor dedicaba a mi franqueza torpe, a mi tendencia irresistible a confesar todos mis pensamientos si estoy cerca de un médico.

Amo a las enfermeras. Vuelvo a ellas: nunca debí dejar vuestro regazo, madres desconocidas; solícitas parteras de lo mejor de mí. Me sonreísteis siempre, hermanas, madres. Siempre en la guerra y en la paz, vendando las heridas de este mundo.

Estoy algo exaltado, por la lluvia. El agua que me hace renacer. He terminado ya con la novela. En realidad, le he quitado algunas páginas. Tan solo eso. Por presentarla a un premio. A mi pobre novela, que es tan rara. Que aún busca editor. También la amo a ella. Después de siete años, ya no la siento mía. Le quito páginas y siento que la estoy mutilando. Pero es algo ficticio, momentáneo, solo un archivo nuevo tras copiar y pegar. Una nueva versión, mientras la vieja descansa en su rincón del escritorio. Y crece, intacta, cada vez más lejos de mí.

Entre las sombras, reina del silencio.

Paro un momento. Dos ordenadores encendidos, la impresora escanea mientras echo un vistazo a mi correo en la pantalla grande; en la pequeña añado un par de versos a otro libro. El gato se pasea entre el desorden. Guardo una nueva imagen y, al nombrarla, escribo el nombre en la pantalla errónea. Junto al verso que añado.

La confusión de espacios, de pantallas. Más libretas, también; para seguir pasando a limpio. Es una fiesta, sí. A más trabajo obligatorio, más tiempo aprovechado entre los huecos. Se acaba este compacto: debo poner el otro para escuchar entero el Fairy Queen de Purcell, CD 2. Y con la tapa de la caja del CD me pillo justo ahí, en ese trozo de mi ser también bendito -sea, y santificado.

Ay.

Llama mi chica. Justo ahora.

¿Crees en el azar?

Hablamos por el móvil. Me alejo de esta habitación. Vuelve enseguida, Fairy Queen. Acércate. Te espero aquí, en silencio.

Disculpad que me ausente, una vez más.






PD: Aquí, un endecasílabo que acabo de toparme en Jacques Lacan: "Áreas de excitación privilegiadas".

5 comentarios:

M dijo...

Es cierto, lo había leído, pero no me convence, creo, porque aquí el calor no existe. Entonces septiembre no es la calma, ni la vuelta, ni la construcción necesaria de la rutina para existir a diario, completar una reproducción del infinito a escala mediante la repetición de actos. No. Septiembre es la vuelta y nada más, el final de algo y más bruma, mucha más bruma que antes y la ciudad hace ya días (28 días) desaparecida bajo una masa espesa como la del algodón de azúcar sólo que sin azúcar ni gracia.

Joseóscar dijo...

Me gusta tu descripcion de septiembre, es decir, entiendo que no te guste demasiado. Yo habria compartido esa descripcion hasta hace poco, y es posible que dentro de otros años, vuelva a compartirla. Pero no ahora.

El calor me estresa, me agobia, me paraliza. Y ademas la ciudad me inspira tristeza, tan vacia y tan agotadoramente calurosa. Para mi septiembre es volver a ver a la gente. Me he mostrado algo hiperbolico en esta entrada, pero es verdad que la vuelta a la actividad me da vida.

Te escribo esto bajo la alerta naranja de lluvias en Murcia. Esta mañana, esperando el autobus, un coche me ha calado el pantalon. Es por la tarde y sigue lloviendo. Pero, como cantaban Jesus & Mary Chain, ¡soy feliz cuando llueve!

Joseóscar dijo...

Quiero decir que algo asi, amiga M. -copio y pego de http://salondelospasosperdidos.blogspot.com/2009/09/cancion-de-invierno.html, un poema de Antonio Aguilar:


CANCION DE INVIERNO

De pronto quieres que haga frío,
que la noche te abrace
y que llegue el invierno.

Los dedos de la escarcha,
poco más, quieres,
olor a leña
y un cuento triste.



(Algo asi y con la placentera sensacion que da, entonces, arrebujarse en una manta)

M dijo...

Es verdad, es cierto eso que dices. A mí el calor me recuerda a la muerte (y no lo digo yo, lo dicen entradas asonantes anteriores). La sola razón por la que mi opinión de septiembre no coincide con la tuya es porque septiembre ha perdido para mí su significado estacional, porque mi septiembre de repente no es lo que hasta ahora yo conocía como septiembre. Es nada más porque vivo desde hace meses en un norte frío donde siempre hay la escarcha, y la leña y un cuento triste. Entonces septiembre se convierte en otra cosa. Pero tu septiembre es cierto y creo en él y en que tienes razón.

Joseóscar dijo...

Cuando visito el norte, me encanta el frio, la lluvia y el paisaje verde. Pero siempre me pregunto si no acabaria hartandome del color gris y de verlo todo mojado y frio, de seguir alli mucho tiempo. Nunca he vivido en el norte.

¡Era un detalle importante, saber que vives en el norte! ^_^ Leo tus asonancias poco a poco; las voy descubriendo despacio.

El poema mio aquel que citabas, llamado "Septiembre", era mas bien triste, la verdad. A lo mejor por eso busco ahora nuevos septiembres. Y repito como Bob Esponja: "¡Estoy listo! ¡Estoy listo! ¡Estoy listo".

Gracias por pasarte por aqui.