martes, 10 de noviembre de 2009

Paris era una siesta


Me levanto de la siesta dispuesto a volcar mis notas para un articulo sobre Thomas Bernhard. Quiero anotar tambien unas ideas que se me han ocurrido sobre Barrio Sesamo -ideas nada serias y mucho menos reveladoras, si es que fuese necesario advertirlo, en torno a una analogia entre el porque ame Barrio Sesamo y el porque amo a mis gatos-, tras ver sobre su aniversario en el telediario y llevar toda la semana viendo los muñequitos de Barrio Sesamo adornando la pagina de Google.

Proyectos, proyectos y la firme voluntad de llevarlos a cabo. Voluntad: es un decir. Mejor llevarlo a cabo todo como un sueño, como la prolongacion de un sueño, el sueño de una siesta, el de una siesta breve. Breve, continuada. Recuerdo ahora a Shakesperare, por todo eso del sueño. ¿Dormia Shakespeare la siesta? No, me dice Bukowski: Shakespeare nunca lo hizo.

O sea, que las ganas de trabajar se juntan con el trabajo. Trabajo: es un decir. Pero el portatil se me fastidia. Y eso no es un decir, sino, mas bien, un no poder decir; no hacerlo hasta ahora, unas horas mas tarde. Todo lo anterior se me ocurre ahora, justo antes de decir lo que queria decir: que llevo desde las cinco de la tarde delante de un portatil que se ha fastidiado y que me muestra una alarmante pantalla en azul llena de numeros y de ordenes y advertencias en ingles. Me muestra esa pantalla justo antes de apagarse. Perdon: de reiniciarse. Y volver a la pantalla en azul. Y volver a reiniciarse.

Ahi estoy yo: ahi delante. Metido en ese bucle. Asisto a el, muy quieto: hipnotizado.

Siento la tentacion de maldecir al ordenador. Pero me siento culpable de sentir tal cosa. No puedes maldecir lo que amas. Yo amo a ese estupido cacharro. No es estupido, estupido. Que culpabilidad. Deja que el se aclare: se arreglara en silencio, por si mismo.

Debo invertir la tarde en algo mas. Me pongo una pelicula en la otra habitacion, en la de arriba. Tokyo Drifter de Seijun Suzuki. Que bien pinta, justo desde el comienzo. Que grandes los primeros veinte minutos. Pero no puedo seguir ahi, ahi arriba. Pues me siento culpable. Disfruto demasiado. Ah, que: la culpabilidad. Como si no disfrutase abajo. Y vuelvo abajo.

Arriba y luego abajo. Aqui. Pruebo a encender de nuevo mi pobre ordenador. Sigue en las mismas. Y llego aqui, a este otro aqui: al viejo ordenador. El que carece de tildes. Reflejo de mi pobre voluntad. Una diccion sin fuerza.

Ies sin tildes y sin puntos, correteando histericas.

Y aqui iba a dejar de escribir todo esto, a contar por que no puedo hacerlo, pero justo entonces y no antes percibo que el gato, entre el teclado y la pantalla, se yergue muy sereno, con los ojos cerrados. Meciendose en su suave ronroneo -se mece: es literal, y puedo verlo; ajeno, asi, a todo aquello que nunca participa de su siesta. De su eterna y continua, breve y continua siesta.

Me recuerda que existe siempre una posibilidad.

1 comentario:

Taimadox dijo...

Te sugiero hagas una visita al pc box más cercano.Saludos.