domingo, 12 de febrero de 2012

Una excursión al campo, igual / que una excursión al tiempo


Una excursión al campo, igual

que una excursión al tiempo.


Como si todos los lugares

que nos quedan por visitar

estuvieran en el recuerdo.


Mira, si te parece

dejemos que descansen las palabras.


Ha llegado la hora

de ir adonde sea.



Tu irresistible propensión

a saludar a todo el mundo

falla de vez en cuando,

tan solo quiero que te acuerdes

de esto alguna que otra vez.


Significantes insignificantes

para cualquier gramática,

salvo para gramáticas

del corazón.


El miedo y el amor, primero el miedo

y después el amor –cuando estemos seguros,


mejor ser precavidos,

vamos a hablarlo luego.


Suceda lo que vaya a suceder,

me pillará durmiendo.

Despertaré para su desenlace.


Nadar, nadar ahora.

Duermo y luego trato de despertar,

¿estoy seguro?


Voy a decirlo de otra forma:

Despierto, ¿estoy seguro?


Creo que descansar será una elipsis

allá donde la narración

coge fuerzas y aire, se sumerge

y nada más, mejor.


Despertar tarde

me deja algo confuso.


Placas tectónicas, móviles, pesadillas:

dejan de serlo cuando te mueves con ellas.


Tener aquí las cosas que, de pronto, ya no están.

Busca a tus interlocutores en las cosas.

Beethoven para las macetas.


Voy a viajar ahora

desde la cama a la terraza,


Extenderé los toldos.


El gato insiste con su sinfonía

de una mañana de verano.

Yo no me quejaré

de su monotonía. Ruega tú

por esas variaciones que persigues,

ahora regreso de la variedad

y he afilado mi lápiz:

Temo que hoy no tenga mucho más,

quiero decir que lo celebro,


e igual que los recuerdos vienen de uno en uno

me apaño con la sensación

quebrada, insuficiente:

me da trabajo todo el día

y me invita a salir

en un viaje que, de momento, me

resulta suficiente.


Improvisa, me ruega

la voz que me acompaña todo el tiempo.

Bueno, improviso café.


El gato me persigue

allá hacia donde voy

con su monodia.


Esta tarde hablaremos.

Luego te llamaré.


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