sábado, 5 de abril de 2008

Hacia el jardín de los filósofos y más allá


Arrojo una manzana y choca contra una pera, la pera repele a la manzana y la manzana a la pera pero al mismo tiempo sucede un imprevisto, un estallido de energía invisible mediante el cual, de forma imperceptible al menos al principio, la masa y las dimensiones de los objetos que tenemos delante se multiplican por mil millones de millones, poco más o menos, una fuerza expansiva que te arrastra, acaso, a ti también, pero tú no importas porque te limitas a mirar: si llega a ocurrir unos segundos, imperceptibles milésimas de segundos antes, habrías visto un estallido de proporciones cósmicas, mundos en colisión, pero ahora basta para que la fuerza que ha hecho multiplicar la gravedad del espectáculo cree un campo de atracción también instantáneo o casi instantáneo -¿existe algún suceso instantáneo?- dada su celeridad, que no permite que la manzana o la pera prosigan sus caminos individuales, cayendo en sendas órbitas la una respecto a la otra, aparte de que el mismo hecho de que hayan entrado en contacto hace que se contagien entre sí -véase De Selby y su estudio fenomenológico en torno a los irlandeses y las bicicletas.
Usamos el verbo contagiar a instancias del Departamento Ana Botella de Manzanas y Peras, organismo que sufraga los gastos de nuestra investigación. Por mor de ella, de nuestra investigación, la cámara que representa a observador u observando, en plano subjetivo -risas contenidas en la sala, carraspeos y los ecos cercanos de una canción, acaso desde el pasillo: cole-coleccióoon... ¡uno!- se aleja y así el resto de satélites del observador, sus orbitandos, sus vampiros de sangre dulce y vida tranquila aunque a ti querría yo verte en la tormenta, tra-la-rí, y el vaivén dentro del barco, tra-lo-rá, podemos ver, en vaivén eterno y tal y cual, manzanas y peras a millares dando vueltas en un espacio inmenso, dibujando círculos una y otra vez, "o"s perfectas que con los dos puntos de tus ojos terminan por asemejarse a un emoticono de asombro -¿uno?: mil millones etc., aprox.-; bastaría que abriéramos un poco el campo de visión para que percibiéramos también a plátanos, aguacates y cocos (departamento tropical), mandarinas y naranjas (de la China) y el resto de especies y variedades que dan pie a las murmuraciones acerca de la diversidad frutal. Sí que vamos a permitir que la cámara baje o suba o vaya un poco hacia no sabemos muy bien donde para ver a Sir Isaac Newton vestido de colegiala, vestido de escocés, vestido de tirolés, vestido de azafata del Un Dos Tres, vestido de heavy, vestido de buenrollista perroflauta, pero en todos y cada uno de los casos a) tocado con la característica peluca dieciochesca, que no entra en colisión con la melena heavy, las coletas de colegiala o las rastas porretas sino que se sitúan, en simbiótica armonía, sobre ellas; y b) saltando a la comba, jugando a la pídola, jugando a la rayuela, jugando a la gallinita ciega o saltando a la pata coja, después de haber tomado su ración de metadona y pasar en las distintas formas reseñadas el resto de la tarde con sus compañeros en el patio del Proyecto Hombre.

-¿Este hombre era drogadicto?

-Peor: esotérico.

No por este último motivo, seguramente, primero porque desconfío de cualquier motivación aducida por mi madre para justificar tanto sus actos como los de los demás, y en segundo lugar porque fue otra persona quien me lo contó, pero allí le acompañaban Descartes y Spinoza, éste último dibujando formas geométricas en su compota, el primero quejándose de que en su yogur había ojos mientras la canción de antes continúa: cole-coleccióooon... ¡dos!; Kant y Hegel, que discutían acaloradamente por la síntesis final de los resultados de la liga de fútbol; Schopenhauer, que harto de que los dos anteriores le hiciesen el vacío jugaba solo, apartado, en un rincón del jardín; Nietzsche, el único que tenía cojones para incumplir las normas y echarse a escondidas, de vez en cuando, un canuto; Sigmund Freud y Juan José López Ibor, que la mitad del tiempo espiaban a las chicas que hacían gimnasia en el patio del instituto de enfrente y la otra mitad se enfrentaban al ajedrez hasta que dejaron de hacerlo porque Ibor acusaba a Freud de pervertido tramposo y Freud, harto, lo mandó a que a) se fuese a la mierda, y b) le diese allí recuerdos a Carl Gustav Jung; y Louis Ferdinand Céline, que se pasaba todo el día lloriqueando y quejándose a los monitores de que los demás le robaban las ideas y el bocadillo.
-Eso te pasa por meter a un novelista entre tanto filósofo -ataca otra vez mi madre mientras avanza nuestro tren.

Coño con mi madre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

pero bueno!!

entra al blog de mr. vilas, anda.
muak!

Joseóscar dijo...

:O :D ;)

Anónimo dijo...

que te ha enlazado vilas?