Llevo mucho tiempo sin actualizar el blog porque me siento como al final de una larga maratón. Un final que es un principio, espero, como siempre lo fue: seguir corriendo, no caerse, correr, correr, y estar cansado como señal: de que lo estás haciendo, de que te mueves. Para seguir aquí. Aunque a veces canse. Y falten fuerzas. Llevo dos semanas cayéndome aquí, sin moverme, sin mover esto; y resulta raro, tras dos o tres años renovando este espacio de forma constante. El año pasado creo que alcancé alguna clase de paroxismo, improvisando y subiendo acto seguido, de forma compulsiva, relatos breves, o hiperbreves, varias veces por semana. Quizás porque dos horas de tren todos los días daban para mucho.
Estos últimos dos meses he andado transcribiendo de mis cuadernos dos libros de poemas. Pasándolos a limpio, como quien dice, y corregir, corregir; de forma obsesiva, sigo haciéndolo. Esta semana he escrito dos poemas nuevos: es una larga maratón. Extraño, que la creatividad te asista a borbotones, de improviso y aprovechando cualquier lugar, cualquier momento. Hoy se me ha ocurrido un verso comiendo con mis padres y mi tía, y he tenido que apuntarlo porque duele más perderlo que dejar un segundo el tenedor para sacar de la bolsa el cuaderno.
Les queda mucho trabajo a esos dos poemas: son bocetos, aunque me alegran: veo cosas allí, hilos de los que seguir tirando; cortar los deshilaches, tirar hilos enteros. Y seguir tirando.
¿Qué he leído mientras tanto, esta semana que termina ya -en media hora-? La mitad de
La imagen-movimiento.
Estudios sobre cine 1 de Deleuze, la mitad de
Testo Yonki de Beatriz Preciado -con mi despiste habitual, me entero tarde de que justo en el momento en que devoraba su libro en mi sofá, a apenas quince minutos de casa Beatriz Preciado daba una charla incendiaria: lo vi esa tarde en el programa y me lo contó añadiendo el adjetivo "incendiario", o quizás era "guerrero", el sábado por la mañana, porque coincidimos en el kiosco, Miguel Ángel Hernández-Navarro: cuánto debemos en Murcia a las magníficas iniciativas del Cendeac, por ejemplo que Zizek estuviese aquí también justo hace un año y aquella vez mi despiste no fue obstáculo, porque me enteré de que venía al tropezarme al filósofo ¡de forma casi literal! en la calle Trapería. Hablaba de lecturas:y la última, que he terminado esta mañana:
Por favor mátame. Una historia oral del punk de Legs McNeil y Gillian McCain: se me han saltado las lágrimas con sus últimas páginas; yo qué sé: también lloré con
Los increíbles y con
Lilo y Stitch.
Dos libros de poemas, decía: pudiera parecer mucho. Pero llevo trabajando en ellos cuatro años. Simultáneamente. Desde que publiqué
Agujeros hasta que empecé con estos últimos escribí otro; bueno, su corrección me llevó hasta el año pasado, que es cuando decidí parar con él antes de que me volviese loco. Cuento con el entusiasmo de mis amigos, para dejarlo ya quieto; y con el mail de una editorial que me llegó en septiembre, ofreciéndose a publicarlo en 2010: sé que justo
antes le echaré un último vistazo, antes de dejarlo irse flotando para siempre de mis manos; si todo sale bien y no hay obstáculos imprevistos de última hora, claro, de cara a su publicación: soy pesimista, soy optimista, soy pesimista.
Quizás sea buena idea contar aquí por qué no estoy aquí, para volver aquí. Me queda un rato antes de dormir, voy a ver si trabajo en mi novela de los robots: antes de la siesta he apuntado un hilo del que tirar, ayer apunté otro cabo en mitad del concierto de
Underworld. Versos, más versos. Y líneas de escritura. Correr. Gran concierto, por cierto, el de
Underworld. Y poco después de escuchar y ver en directo, y disfrutar, a Jason Pierce y sus
Spiritualized. Puedo ver bloques espacio-tiempo: puedo verlos, tío. Desplazándose sin fin.
Take me for a ride, take me to the other side. Estoy en ello. Como hasta ahora habéis hecho y aún seguís haciendo, llevadme también, vosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario