Junto al taller de motos que hay al lado de tu casa, muy cerca de las vías del tren, el cielo se abría y llegaba un nuevo fin del mundo.
Me dirigí a los ándenes, dispuesto a esperar. Pero pasaba el tiempo y sólo estaba yo . Quizás fueron varias horas y me entró hambre, quizás tan sólo transcurrieron unos minutos y, sencillamente, me sentía absurdo allí esperando; a la vista de aquellos que no se detenían ni mucho menos esperaban nada; que pasaban veloces, preocupados o, al menos, ocupados en sus cosas, y no necesitaban esperar para tener que encaminarse allí adonde debían ir.
Con disimulo, ocultando aquel estúpido lapso, me puse en marcha y, al fin, seguí con lo que debía hacer, con mis tranquilizadoras preocupaciones de siempre, con mis cosas.
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