Toda la corte ha prorrumpido en una larga ovación celebratoria. Aún me han quedado fuerzas para tratar de protestar, pero mi señor ha sacado su espada y me ha ayudado a levantarme. Acompañados por todos los demás, me ha acompañado hasta la puerta.
Dejando atrás el reguero de mi sangre, hemos atravesado el foso exterior. Extraños y delgados castillos de cristal se levantaban hasta perderse entre las nubes, y cientos de caballos metálicos se deslizaban a una velocidad imposible allí donde antes había un bosque, nuestro bosque. “Por fin has conocido la verdad”, me dijo mi señor. Y añadió: “Todos estamos muertos hace mucho, bienvenido”.
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