sábado, 10 de febrero de 2007

Presentación de "La Hermogeníada"



Ayer viernes presentamos la última novela de Javi en la Biblioteca Regional de Murcia. Justo antes de que él realizase lo que él mismo denominó un "trailer" de la misma, yo leí el siguiente texto (por cierto, el sábado 24 de este mes, por la mañana, quedáis invitados a la que realizaremos en La Central del Reina Sofía, en Madrid):


Conocí a Javier Moreno en una reunión de la revista Thader o, más exactamente, al salir de dicha reunión. Era un tipo poco más o menos como ahora, sólo que sin barba ni pelo largo, y a pesar de que parecía casi tan tímido como yo se me acercó para decirme “Rimbaud”. No recuerdo lo que dijo antes de eso, y de todo lo que dijo después sólo recuerdo que repitió “Rimbaud”, Rimbaud”, “Rimbaud”. Un tipo interesante, Moreno. Le gustaba Rimbaud y había escrito un cuento, “El teorema de Fermat”, que Joaquín Baños, director de la mencionada revista junto a Cristina Morano y animador de la entonces joven literatura murciana, le había alabado.
Al llegar a casa leí el cuento y pensé: “Borges”, “Borges”. Era un buen cuento y además estaba protagonizado por un matemático, un aviso de lo que vendría. Pocos años después tuve oportunidad de leer un poemario suyo titulado “La elocuencia del azar”, en un volumen del Murcia Joven en el que yo figuraba con un relato en el que no dejaba de decir “Burgess”, “Burgess”, mezclado quizás con Jesús Ferrero. En esos versos había ya no un matemático, sino matemáticas, y física cuántica, muchos otros elementos, pero ante todo poesía de alto voltaje. Moreno era un tipo osado, sin duda. Yo fui a la entrega de premios -gloriosa fiesta en el Casino, por cierto, allí conocí por ejemplo a este tipo- pero él no. Tuve que esperar otros pocos años para volver a encontrármelo. Cuando eso sucedió, de hecho, no lo reconocí, y él creo que tampoco a mí. Yo trabajaba en un bar y él cenaba y cerveceaba en la barra con una chica de aspecto hindú. Él parecía más bien griego, ya con su barba y melena características. Delante de unas botellas, en un lugar bien visible y a pesar de la prohibición expresa de mi jefe, yo había dispuesto un ejemplar del fanzine que por aquel entonces hacía con unos amigos, Casa Subterránea -el consejo editorial, por decirlo de algún modo, lo formábamos Diego, que es decir el tipo de la foto de la derecha, Antonio y yo; los textos literarios los aportaban, además, otra mucha gente-. En realidad, un ejemplar de prueba, impreso esa tarde. Las prisas que impone la ilusión, supongo. Ambos se interesaron por ese montón de páginas mal grapadas, y hablando nos dimos cuenta de que ya nos habíamos conocido.
Pero en realidad todavía no nos habíamos conocido. Aunque ya no pasaron años, siquiera pocos, para volver a encontrarnos, creo que hubo una tercera vez para encontrarme con Javier, y ésa fue cuando leí su primera novela: “Buscando batería”. Una novela en verso que cita en el inicio a Heidegger, siquiera con ánimo de choteo, eso era demasiado para mí. ¿He dicho demasiado? Qué va, eso no era nada. En el intercambio de mecanoscritos que acostumbramos a hacer cuando él venía de Madrid para pasar el fin de semana, a mí me tocó en suerte un momento dado un taco bastante grueso intitulado “Títeres”. Javier, tengo que confesártelo: no me enteré de nada. Volvía las páginas hacia atrás para retomar un hilo que no sé si había llegado alguna vez a coger y era como si hubiese avanzado en realidad. Al avanzar, parecía retroceder Aquello era como una cinta de Moebius: creías estar dentro y te quedabas fuera. Parecía como si, tras el costumbrismo alucinado y a ratos psicótico que, a golpe de letanía eléctrica, había llevado a cabo con su primera novela, quisiese quemar definitivamente la Stratocaster y dirigir sus preguntas y perplejidades a un terreno de pregunta indefinida, infinita, definitiva.
Pero no me hagan mucho caso. No entendí aquella obra y además aquellos folios sin coser, tras caerse al suelo, quedaron desordenados. Intenté devolverlos a su orden original un par de veces y me apercibí que la numeración era imposible: la aludida cinta de Moebius o, más aún, un acto de pura magia. ¿Cómo fiarse de alguien que ha crecido entre números? ¿Y si, además, les digo que a este chico le va, entre otras muchas cosas, el esoterismo?
Empezaba a revelarse el caosmos. Si la novela ha sido definida como un género en el que cabe todo, Javier estaba empeñado en que, efectivamente, así fuera. Y yo me sentía como si me hubiesen requerido para un viaje interestelar y sólo contase para hacerlo con un patinete. Discutíamos mucho por aquella época, como ya he sugerido en el prólogo a la novela que hoy presentamos. Yo decía “Vila-Matas”, “Vila-Matas”, y él respondía: “Gombrowicz”·, “Gombrowicz”. Y luego descubríamos que a Vila-Matas le apasionaba Gombrowicz. Las brumas se iban disipando. De mi última novela, él decía que se parecía por su sentido del humor a Kurt Vonnegut. Yo, sencillamente, no sabía con qué demonios comparar las suyas. Empezó una tercera y me aseguró que esta vez la entendería. Es la novela que nos ocupa, pero antes de hablar de ella aclaro que después ha escrito dos más, “Autómatas” y “Museo” y un libro de cuentos, “Atractores extraños”. Quiero dejar esto claro para que ustedes se hagan una idea de la clase de tipo que tienen delante. Dejaremos para otra ocasión su poesía. Uno no deja de conocer tipos distintos de Javier Moreno. Todavía no hace mucho llegué incluso a ponerme nervioso cuando supe que hubo una vez un Javier Moreno de quince años que leía obsesivamente libros sobre ovnis. Digo nervioso porque yo, con quince años, padecía una obsesión similar. Tuve que tomar distancia. Cuando él decía “Charles Berlitz”, yo le replicaba “Erich von Daniken”, “Erich von Daniken”. Pero dejemos en paz los misterios del universo y volvamos al género novelístico. Centrémonos en “La Hermogeníada”.
¿Qué decir de ella, sino que él único comentario posible de ella, tal y como quería Roland Barthes, sería el de repetir, una a una, todas las palabras que la conforman? Recurramos a la analogía: imaginemos a un personaje de los tebeos de Ibáñez aficionado a la filosofía, al mismo y camaleónico Mortadelo disfrazándose ya no de distintos filósofos, sino de la misma filosofía, o filosofías, puras o impuras, porque filosofía, y tú me lo preguntas, filosofía eres tú; imaginemos o mejor, y para sacar a pasear al fantasma, fantaseemos, que en lugar de emprenderla a martillazos, dicho personaje, para auscultar la realidad, se valiese de una pajarita de papel. Pensemos en Leopold Bloom cantando a Nino Bravo en su letrina, o más lejos de Joyce y más cerca de Miguel Espinosa, en los personajes de la “Escuela de Mandarines” rulándose un peta o en los de la “Tríbada” siendo protagonistas de un video-juego en el que el monstruo de la pantalla final es el principio cuádruple de la razón suficiente. Pero cuidado, porque el monstruo puede aguardar en cualquier lugar de la partida. Cuando a Godard le recordaban que toda historia debía tener planteamiento, nudo y desenlace, él respondía: “Sí, pero no necesariamente en ese orden”. Cuando a Rimbaud le requerían para que se explicara, él siempre respondía: “¡No sé hablar!”. Nuestro Hermógenes, sencillamente, diría: “Tralarí-tralará”.
Javier quiere que yo ahora le presente a ustedes a Hermógenes. Pues eso: que qué quieren que les diga. Que tralarí, que tralará. Que como toda presentación esto es un principio y lo que hay que hacer es empezar por donde importa, que es, tal y como quería Deleuze, por enmedio. Y que, en tiempos en los que si todo no es lo mismo desde luego sí que parece ser lo mismo, estamos ante una novela que no se parece a nada de los que está a disposición de ustedes en las librerías. Si el grado cero de la escritura no existe, Javier Moreno está dispuesto a elevar dicho grado a la potencia que ustedes, como lectores, tengan a bien dejarle. Pero cuidado, porque en la paradoja de Schrödinger, ustedes podrían acabar convertidos en el gato, tal y como le sucede al protagonista de uno de sus últimos cuentos. Uno de los muchos anuncios que se insertan en esta novela, una oferta concretamente, reza: "100x1, / ¡acabamos con la unidad! / (hasta agotar existencias)". Avisados quedan.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Jo, qué bueno.

Tucuman 846 dijo...

Intentaremos estar allí en 24. Esta vez yo invito a las cañas.

Anónimo dijo...

AHORA ENTIENDO EL SUBIDÓN DE VISITAS QUE HE TENIDO EN LOS ÚLTIMOS DÍAS.
GRACIAS POR TU ENLACE. POR MI PARTE, HE ARREGLADO EL TUYO, QUE ESTABA OBSOLETO.
BESOTES

Joseóscar dijo...

He logrado arreglar también el desaguisado de los comentarios, que podréis a dejar a partir del siguiente post.
Un abrazo, neng.