viernes, 18 de julio de 2008

Aventuras fantásticas en los transportes públicos


Subí a un autobús porque debía ir a las afueras, abandonando el centro para vivir así nuevas y fantásticas aventuras.

La conductora era nueva además de rubia y joven, era su primer servicio aunque de eso me enteré, nos enteramos sus viajeros, un poco después; enseguida. Estupenda y nueva conductora, condúzcanos a través de las paradas reglamentarias, de una en una, hacia la perifera; y ahí empezaron los problemas, en las paradas, porque no recuerdo si fue la tercera o la cuarta, pero ante las protestas de quienes debían hacer uso de ella nuestra conductora la pasó de largo.

Se excusó entre risas nerviosas. “Disculpen”, dijo, “soy nueva y aún no tengo claras las paradas. Pararé en ese semáforo”.
Lo hizo, pararse; bajaron. Seguimos nuestro camino. Pero la historia se repitió. Excusas cada vez menos ostensibles y risas cada vez más nerviosas, por su parte; las protestas también, también a más, nerviosas pero en firme. Paramos, bajamos, seguimos. Entré en alerta, porque vi que era lo que hacía todo el mundo: ¿en qué parada debía bajar yo? Después miraba a través de las ventanillas, trataba de reconocer las paradas antes de llegar a ellas; en realidad creo que me preocupaba más el resto del paisaje: mi mente no hacía paradas, como acostumbraba: avenidas y rotondas, iglesias y hoteles, casas casi en ruinas, gimnasios y ferreterías, chinos; callejas con tipos exoftálmicos detenidos en ellas, guardando acaso su secreto; mercadillos en las esquinas más improbables, atestados de compradores que imponen un tráfico lento para las hileras de coches que tratan de atravesar la zona por carriles provisionales. Pasado un tiempo también miré dentro, al resto de viajeros, y comprobé que a esas alturas todos lo que debían bajar ya habían bajado; donde debían o donde buenamente pudieron, también los que quisieron; de cualquier forma, todos ellos bajaron. Sólo quedábamos los dudosos, incluida la conductora: dudaba, se excusaba, reía. Yo la miraba de reojo, creo que el resto del pasaje también.
Las paradas se sucedían de forma más y más espaciada, en nuestro viaje. ¿A dónde vamos ahora, conductora? ¿Llegaremos al fin a la periferia y regresaremos después, alguna vez, al centro? Ella sujetaba su volante, por toda y consecuente respuesta a una pregunta no verbalizada. Miraba a uno y otro lado de la calzada, precavida; sobre todo en los cruces: con eso nos bastaba, porque quizás a esas alturas ya no parásemos nunca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Autobús con ruta hacia el éxito. Enhorabuena que paraste finalmente.