domingo, 14 de octubre de 2012

Traducción corregida




“Traducción corregida”, “traducción revisada”, “la traducción definitiva”: son rótulos que uno encuentra en libros que se reeditan, libros que conviven con nosotros desde hace tiempo. Muchos de ellos ya merecieron su calificación de clásicos, y por eso resulta especialmente feliz que lleguen hasta nosotros mediante una versión fiel, finalmente fiel: un final feliz, por tanto. Tanto para esos libros como para nuestra relación con ellos. Pero, ¿qué impedirá que sigan apareciendo traducciones aún  más corregidas dentro de unos años, traducciones renovadamente definitivas? Es un proceso, imagino, sin fin, y está bien que así sea. Porque si esos libros merecen realmente la pena, ganarán nuevas lecturas prolongadas en el tiempo. El futuro franqueará sus puertas para ellos. El hecho de que devengan clásicos no significa más que su lectura se ha convertido en un proceso ininterrumpido.

Pienso en los libros de nuestros contemporáneos que se traducen por primera vez: todos nos abalanzamos sobre ellos en versiones que, tarde o temprano, deberán renovarse, revisarse, corregirse, hacerse definitivas. ¿Qué hay de revisable en ellas, cuánto de erróneo? ¿Hasta dónde abarca el malentendido, dentro de esas pequeñas cosmogonías subjetivas, sino hasta nuestra propia visión del mundo, con nosotros mismos incluidos dentro? Pues dicha visión de nosotros mismos y de los demás la construimos a través de una experiencia del mundo en la que se incluye nuestra experiencia lectora.

Son lecturas, por tanto, insuficientes, pienso y, acto seguido, siento durante un momento una infundada alarma. Comprendo que hay un espacio inevitable de malentendidos, de comprensión insuficiente abierto entre los libros y nosotros. Pero también es una alarma necesaria, uno de tantos índices con los que contamos para comprender que habitamos un presente siempre precario y erróneo, por corregir mientras seguimos construyéndolo.


(Ilustración de Shintaro Kago).
 

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