sábado, 5 de julio de 2008

Aventuras asombrosas

El futuro ya está aquí. Bueno, las rebajas.

Miré los escaparates de reojo, largo tiempo: en realidad, pasaba sin detenerme, pero pasaba una y otra vez. Necesitaba ropa, llevaba meses sin salir; al mirar de reojo y de continuo a todos aquellos flamantes individuos a los que no les costaba atestar las calles a pesar del calor sospeché que la que acumulaba en casa ya no serviría para nada más allá de caracterizar a quien la llevase, a mí, de mendicante anacronismo. Necesitaba ropa, sí, y miraba al pasar, con mi prisa por parecer con prisa a lo largo de mis trayectos que sólo me llevaban a esconder que no tenía ningún sitio donde ir, fuera de ir a aparentar que iba a alguna parte; miraba esos escaparates que en realidad no exhibían ropa alguna sino unos gigantescos carteles de blanco sobre rojo donde se podía leer, en caracteres enormes, que “50%”. Detrás, la perfecta opacidad del misterio; misterio invitatorio porque anunciado en la metonimia de su valor favorable.

Meses sin ver a nadie, apenas sin salir. ¿Qué fascinante novedad en prendas podía esconderse ahí detrás? Por lo que una tarde entré: camisas, pantalones y tal, nada nuevo, pero la gente. Ya en serio: había mucha gente, demasiada, y un alto porcentaje ostentaba las nuevas formas que afloran en verano, peor en las playas, aquí no hay aún, mejor así. Detesto el calor extremo, mi cuerpo sufre y el sufrimiento no me gusta, mi mente se licua, una mente líquida es beneficiosa en buena parte pero también, en otra no menos importante, debo considerar la conservación de partes sólidas en ella, y tierras emergidas, siquiera islotes; pequeñas, suficientes. Dicho todo eso, el calor no es excusa, no puedo permitirme el perder las formas, ¿por qué ellos sí? Es una exageración, quizá. ¿Me hicieron algo? No, fue un temor, una atmósfera y una indudable actitud de fondo en muchos de ellos, en algunos, sí, pero sobre todo una prevención y un temor de lo que podía suceder pronto, cuando algunos de los que allí se agolpaban ostentasen sus nuevas formas por las playas: ufanos y malencarados, ¡eh!; recuerdos aflorando o emergiendo nítidos, derrelictos, de días pasados en las playas: Son mis vacaciones, tío, así que lo mismo te llevas una hostia.

Exagero: volver, entrar de nuevo. Música ostentosamente nueva para la nuevas formas: el nuevo estar. No. Volver, volver.

Futuro, rebajas, ropa. Verano: una porción de tiempo razonable para invertirlo en pasear, en comprar, en matar tiempo. Salir, no salir, salir, entrar. Mucha gente: sólo eso. Mucha ropa y no me decido. Vueltas y vueltas: indecisión. Mirar, mirar. Quinta vuelta sobre el eje de la tienda y sigo mirando, sin decidirme. Llega más gente. Cuesta trabajo seguir moviéndose. Moverse: ¿para qué? Emprendo la sexta vuelta. Quizás salir, huir, pero llevo demasiado tiempo dentro y alguien se va a dar cuenta: debo comprar algo, lo que sea. Veo un gorro a tres euros, con eso bastaría. Es bonito. No lo es. ¿Apropiado para estas temperaturas? Multicolor, me gusta. No.

Agotado de los colores miro a la gente, pero se darán cuenta. Cada vez son más. Abandono el local al fin porque tengo una idea. Volver por la mañana, a primera hora: apenas habrá gente.

Al fin. Salgo con las mano vacías, pero creo que he vencido. Mañana volveré: habrá un final feliz. Planificar, pensar, diferir el triunfo en un futuro más o menos próximo: todavía es posible. Creo que he vencido, sí, pienso al salir a la avenida donde coches y coches y más gente atraviesan el calor como especies abisales en el fondo de un océano de lava. Van rápido, remueven veloces el fuego nadando: soy yo quien les imprime lentitud con mi mente en recesión.

Aún me costará recuperarme de la aventura.

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