lunes, 7 de julio de 2008

Aventuras asombrosas


Todo lo lejos que podía, me alejaba. Era una cuestión de vida o muerte, y porque yo vivía todavía prefería no morir: era así de sencillo, vital como un juego mortal, mortal de necesidad. No era una necesidad abandonarme a esa frívola justicia, tampoco era justo: yo ansiaba otra clase de frivolidades.


Lo despistaba con una habilidad fuera de duda que ensayaba tanto como ejercía: cuando aún había cines, en las sesiones de noche, yo me ocultaba mimetizándome con los héroes del cine negro, con los galanes del cine romántico, en los galones de los actores borrachos; después, borracho y en los salones de juego, yo era mi propia apuesta: perdía siempre, por eso mis maneras a las mesas eran las de un perpetuo ganador. Cuando decían mi nombre por megafonía porque él preguntaba en recepción por mí, yo ya me había ido. A otros lugares, con otros nombres.

A veces, en playas o en casinos, en cruceros o desiertos, en climas tropicales, en paisajes helados, yo debía preguntar por el nombre del lugar. También, a veces, por mi nombre. No por el alcohol, el alcohol llegaba siempre: con todos sus nombres, dispuesto a saciar mis dudas. Han pasado los años y sigo huyendo. Tuve hijos, creo que también huyen. Quizás me busca un hijo, quizás mi propio padre. No sé si mi padre murió alguna vez, lo digo porque una vez, en un espejo, creí reconocer un cadáver y no supe si era yo mismo o el fantasma de mi padre. También hace años de eso. Huyo de los espejos, no sé si de mí mismo como mis hijos de su padre. Alquilo coches, tomo aviones; como antes fletaba barcos en la madrugada con la despreocupación furiosamente divertida de mi juventud, hoy paseo por las mañanas con ancianos aburridos, ancianos como yo, desesperadamente aburridos como yo. A estas alturas creo que puedo asegurar el fracaso de mi escapada. Un fracaso sancionado por mi felicidad, por mi aburrida felicidad. Todo fugitivo ansía en secreto el momento de su captura como las viejas vírgenes de los pueblos su noche de bodas, una noche, cualquier noche. Tarde o temprano, mi huida será todo un fracaso. Un éxito, sí.

Será un éxito porque tarde o temprano seré yo quien tenga que venir a preguntar por mí. Y yo diré: me has encontrado. Y me diré: estoy aquí, pero no sé por cuánto tiempo.

Polvo, tierra, sombra, humo. Cógeme, si puedes.

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