martes, 6 de enero de 2009

El vuelo (II)

Llevaba tanto tiempo detenido allí, en los estantes, entre estatuas de Budas y cuadros de tosco amateurismo, que no podía conjurar el vuelo. Tampoco lo intentaba, ni lo voy a hacer durante un tiempo. Tratar de hacerlo, ¿para qué?
Tender esta quietud hacia otra parte, reconstruirla allí despacio. Soportar una nueva presión: lidiar con sus ajustes, buscar un nuevo hueco: ¿así encontrarme? Más tiempo, en otro espacio. El mismo tiempo. ¿Por qué intentarlo ahora, tender las mismas cuerdas, lavar las mismas ropas? Plegarlas y guardarlas: maletines de viaje hacia qué lugares tensos, hacia qué tensión nueva.
Mejor tender a la caída.
No conjurar más vuelos. Conjurar: pues menuda cosa; concuerda con aquello que se me dijo alguna vez: no jures.
No más cuerdas. No ames, no me apuntes. Sigo en mi estante.
Volaré cuando no mires.

1 comentario:

Esther Cabrales dijo...

este no es nada cutre

o sea que...


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