lunes, 5 de enero de 2009

El vuelo


Empiezo a ver la luz. Despacio. Aprendo a respirar. De nuevo, cuánto tiempo.
Lo hago a cada instante: ya la veo. Deletreo un espíritu que viaja si anhelamos una corporeidad. Así nos deshacemos. Y volvemos a hacernos. Despacio.
Digo nosotros para estar más solo, para amarte más tú y que tú seas así, sin mí: volátil, fértil, verdadera. Veo la luz: se desintegra y solo así la puedo ver. Es una luz callada, reverso de los ruidos que viajaron pegados siempre a mí, como un agua: un agua que se puede respirar. Silencio y ruido, sí. La luz, sus oquedades: un océano. Y respiro. Despacio. Espero recordar cómo se hacía.
Quizás lo he estado haciendo, hasta ahora mismo, y aún no sé hasta cuándo. Trato de hacerlo una vez más. La veo: es una luz que no es su luz, que no es de nadie: solo mía. Pero la necesito todavía. Siento unas alas, pero dónde.
Vuela conmigo.
Y aprenderé a reconocerla si concentro mis fuerzas, si prescindo de ellas. Un vuelo que sucede cuando te aprestas a volar, antes del vuelo. Mis pies no pisan firme, ¿ya lo notas? Aún te eriges sobre ellos. Pero ya no los sientes. Como el aire que tomas, lo tomas y lo expulsas.
Lo ves. Y te ilumina. Y eres luz. Un instante.

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