Escribió Albert Caraco: “La objetividad empieza donde los demás nos apoyan”. Y un siglo y medio antes, un casi desconocido Klingemann -¿fue él? Ah, la autoría de ese texto sigue siendo un misterio-: “Una de dos: o soy yo o son los hombres los que viven en el error. Si ha de ser la mayoría quien decida la cuestión, estoy perdido”.
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