Pareciera que tratase de recuperar una fórmula mágica y perdida, perdida para él, mientras su paseo lo hacía atravesar la zona en que los muchachos atendíamos a nuestro ocio y lo escuchábamos un instante allí, junto a nosotros, hablando solo; antes de perderse en ese mundo de locura que quizás, pensaba yo, era el que trataba de conjurar con esas fórmulas; de conjurar y de expulsar, llenando así su tiempo con sus raras letanías.
Esos conjuros que para nosotros eran fáciles, pues los hacíamos sin palabras o con palabras vanas, felizmente no memorables. Yo lo escuchaba y luego escuchaba el ruido de la calle, de la gente que volvía de la playa, el ruido de los coches y los pájaros, y volvía a todo ello como lo hago ahora: feliz, no memorable, hacia ese deslizarse que aún escucho y que me arrastra.
2 comentarios:
me gustan mucho estas últimas entradas. Dibujitos y textos. (pronto, muy pronto, devolveré la lectura que te debo)
Gracias, chato. Y no me debes nada, leer tu guion fue un placeraco, porque es muy bueno.
Publicar un comentario