martes, 23 de noviembre de 2010

Al fin, el frío


"Ahora que el invierno está próximo, el cuerpo rehúye las calles pero la mente las busca con alivio, feliz de haber dejado atrás el embotamiento del verano", escribe Jordi Doce en "Invernal", última entrada de su blog. "Cuerpo y mente prefieren estaciones distintas", continúa, y remata un poco más adelante: "El invierno es para él, desde hace mucho, el espacio para el juego del pensamiento". Lo primero que pienso es en la extraña, por dilatada, duración en nuestras latitudes del verano. Hace tiempo que me pregunto cuándo dejó de ser el verano, para mí, la estación ansiada; la estación del éxtasis, valga el oxímoron.

Pero esta tarde he estado echando un vistazo a todos los poemas que he ido rescatando de mis cuadernos, estas últimas semanas, y que he compuesto desde principios del verano pasado. Y me he sorprendido mucho. Nunca he compuesto, creo, poemas de una manera tan unitaria. Tampoco esperaba un libro, porque creo que tengo un (breve) libro, sino tan solo un montón de versos dispersos. Es, eso sí, un conjunto de poemas extraño, pero que tiene la capacidad de sorprenderme, porque es como si lo hubiera escrito otro. Como si las imágenes se hubieran ido construyendo sin mi ayuda, esquinando un sentido que ni les pertenece ni, claro está, me pertenece nunca a mí. Como si lo hubiera escrito otra persona mientras yo, durante todo ese calor, sencillamente, hubiese estado ausente.

Vuelvo a las palabras de otro, porque las palabras de otro son las que mejor explican lo que uno quiere explicar, cuando debe o quiere explicar algo. En la revista on-line Filosofía para llevar, y cuando se le pregunta por el sentido de la vida, Félix de Azúa afirma: “La religión ha desparecido, tiene una función privada. Una función privada, prácticamente como la sexualidad. […] ¿Ciencia? La ciencia, qué voy a decir, se ha convertido en una especie de efecto de atracción de inversiones a través de enormes compañías. Lo que funciona como ciencia, Hawkins, etcétera, son efectos mediáticos. […]Y [el] arte lleva el mismo camino. El camino no sólo de desaparecer sino un poco de convertirse en la representación de su propia desaparición. Si estos tres grandes mecanismos acaban deteniéndose, estaremos viviendo por primera vez en una sociedad que no tiene recursos de significación, recursos de sentido. Y ahí se abre una incógnita apasionante. El experimento de vivir en una sociedad que no sólo carece de sentido o significaciones sino que en cierto modo se sustenta sobre eso, una sociedad asumidamente nihilista, es un experimento fantástico. […] Ése es el desafío ahora, el desafío es ese: ¿Podemos o no podemos subsistir por nosotros mismos, sin ayudas externas?”.

Pienso en ese libro, otra vez, y sí, es como si lo hubiera escrito otra persona. Mientras yo me ausentaba durante ese calor. Pero también pienso que escribir esos poemas no ha sido mi forma de ausentarme, de irme a un rincón apartado, por así decir, para escribirlos. Sino que era, exactamente, en esos lapsos en que los anotaba en mis cuadernos, cuando yo me ausentaba de verdad.

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