Hace unos días asistí a la presentación de una novela. Sus dos presentadores leyeron sus textos insertando la novela en múltiples referencias, abriéndola a otras muchas novelas y obras críticas, sociológicas y ensayísticas y haciendo ambos, por lo demás, dos textos perfectamente creativos. Pero su hiperreferencialidad levantó en armas a dos de los espectadores, durante el turno de preguntas. Se quejaban de la densidad de la presentación, y de los elevados presupuestos de conocimiento literario que los presentadores introducían para entenderla.
¿Esa novela está escrita para nosotros?, se quejaban, y acaso con razón.
Quede dicho, una vez más, que eran textos competentes, perfectos ejercicios de lectura de esa novela y a la vez textos en diálogo tanto con la novela que se presentaba como con lo que podríamos llamar temperatura actual de lo literario y lo exegético. Pero la paradoja del caso está en que la novela que se presentaba es, desde luego, una novela accesible para cualquier lector. Accesibilidad total y asegurada.
Y eso que no hay en ella conjuras pseudohistóricas ni una historia de amor con sexo en momentos claves de la trama. A pesar de todo ello, sí, una novela magnífica.
Definitivamente –pero no sé si ya es demasiado tarde para afirmarlo-, estaba escrita para ellos.
De la novela fragmentaria, o la literatura hiperliteraria, una suerte de hipernovela, sobre la que se ha estado elucubrando estos últimos años, se pasó esa noche a los textos que ensayan la hiperreferencia, una lectura comentada mediante el hipertexto –si no como presentaciones públicas de un proyecto que posee, en última instancia, un propósito comercial, dichos textos hubieran sido y seguramente serán, muy pronto, excelentes artículos publicados en revistas literarias o libros recopilatorios de crítica o teoría.
Hace poco he tenido acceso a un libro de ensayos sobre el que había leído mucho, mucho y bien. Pero la exégesis mayoritaria en torno a ese libro –ensayos, en definitiva, sobre un ensayo- me ofreció un dibujo mucho más caótico, sugiriéndome una posible experiencia lectora más caótica de lo que finalmente ha resultado. Aquí, de cualquier forma, quizás fui yo quien lo malentendió todo por su cuenta. Un libro espléndido, en cualquier caso. Podía haberme resultado igualmente espléndido si el libro hubiera sido tan inextricable como la crítica me lo pintaba, muchos de mis libros preferidos son difíciles y aun inextricables.
Se me ocurre, de repente, un nuevo desplazamiento, evolución o mutación: ya no el texto novelístico ni el texto que, de forma paralela, lo desentraña para presentarlo en sesgo crítico, sino que serán muy pronto los lectores de novela quienes operarán en sí el salto. Y cuando hablo de lectores lo hago de los virtuales lectores de novela, es decir toda la ciudad, cada uno de los habitantes de la polis: zizagueantes en sus desplazamientos por las calles; sumidos en mudos o tartamudeantes soliloquios, mientras centenares de bolsas de la compra quedan olvidadas por doquier; en conversaciones fragmentarias, sin principio ni final, con desconocidos que actúan como hipervínculos súbitos, tan intensos como brevísimos, y que ya se alejan…
Tanto los novelistas como los críticos y teóricos, ya evolucionados hacia una transparencia total, van cargados con sus libros tras sus lectores ahora babeantes y con los ojos en blanco, que parecen caminar sin rumbo. Cansados de zarandearlos y de que no respondan, o porque responden de forma incomprensible, empezarán a preguntarse si esos lectores no están ensayando alguna clase de ironía; algún tipo de estúpida venganza. Y acaso los autores, creadores, críticos, volverán a encerrarse en sí mismos, indagando en su perplejidad con sus viejos procedimientos retomados, antes de que la ciudad recupere su viejo continuuum de aburrida normalidad y el proceso hasta ahora descrito, en última ironía, se perpetúe.
Creo que he introducido en este texto demasiadas palabras raras. No sé si autoimponerme alguna penitencia.
1 comentario:
No, no, está muy bien, solo he tenido que acudir al diccionario un par de veces, jejeje. María.
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