En El inmortal de Borges es el creador, ese Homero perpetuo, el que se proyecta desde las playas de Troya hacia el futuro. Aquí es el creado, el protagonista de la primera obra literaria del hombre, quien queda proyectado desde el futuro hacia el pasado. Como un tiempo al revés, cruzado entre Grecia y Mesopotamia.
Afirma Gilgamesh: "Las vidas se encierran unas dentro de otras como cajas dentro de cajas, como ruedas dentro de ruedas, que jamás dejan de girar. Hay un reloj en una sinagoga de Praga cuyas agujas se mueven al revés, marcando un tiempo eterno de retroceso. Es una noción de vida también. Tal vez he entrado en ella ahora".
Veo a Borges en Gilgamesh el inmortal como lo veo en Mort Cinder de Héctor Germán Oesterheld y Alberto Breccia. Y en la cumbre del cómic argentino y uno de los mejores tebeos que he leído nunca, El eternauta de Oesterheld y Solano López, veo la huella de esa literatura menor que tanto gustaba a Borges, literatura menor asombrosa, para decir mejor todo lo mayor y lo que importa mientras nos entretiene y nos seduce, nos rapta y nos asombra.
En tiempos de aniversario borgiano, ¿por qué no celebrar también la huella del maestro en estos cómics?
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