lunes, 13 de junio de 2011

A la caza del último escritor salvaje -un ensayo que empezó siendo un relato y acabó siendo ambas cosas, creo, en torno a Mario Bellatin


Alejandro Hermosilla ha urdido uno de sus proyectos más desmesurados, un gigantesco monográfico sobre el escritor peruano/mexicano Mario Bellatin.

Lo ha coordinado para la revista El coloquio de los perros. El monográfico se llama El experimento infinito.

Alejandro me pidió hace año y medio un ensayo sobre Mario Bellatin y yo empecé a escribir una ficción, algo así como un relato, que acabó siendo un ensayo a la vez que un relato, para tratar de desentrañar lo que no necesita ser desentrañado más que leyéndolo de forma directa.

La liebre temblorosa del corazón de lo literario jamás será televisada.

Pero bueno, no se dirá que no lo intento. Aquí, mi contribución: "A la caza del último escritor salvaje".

Copiopego los dos primeros capítulos, solo iba a copiopegar el primero, pero es que el segundo, extrañamente -túneles imprevistos: hay diferencia de meses entre ambos textos- me rima con la entrada anterior de este blog:


1

Camino a través de una canción del desierto
cuando la heroína muere

‘The secret life of Arabia’
David Bowie


Quiero ir a otro lugar, es la única manera de saber dónde estoy.



2

Quiero ir a otro lugar © Mario Bellatin

Fuimos convocados al congreso diez personas, en concreto diez especialistas en la obra de un escritor. Las otros nueve, al menos, eran especialistas. Yo había estado leyendo sus novelas y relatos de forma febril, atenta y febril, desde que se me comunicó la noticia de que estaba invitado a dicho congreso. Mi lectura era febril porque aquellas narraciones me entusiasmaban, no podía parar de leerlas. Pero era un entusiasmo que no mitigaba mi inseguridad ante el reto.

Al llegar al hotel, la misma tarde en que el avión tomó tierra en el lejano país del escritor, y a pesar de que había pasado la mayor parte del viaje durmiendo, me senté un instante en la cama de la habitación y me quedé durmiendo. Soñé que las diez personas, todos aquellos especialistas, era yo. Que me levantaba de diez camas distintas, en diez hoteles diseminados por la ciudad extranjera, para encaminarme hacia el congreso por diez rutas distintas, rutas que atravesaban una ciudad en la que nunca había estado.

Supe que soñaba. Supe que cerca de mí pero del otro lado, del lado de la vigilia, me esperaban varios libros más, muchos de ellos a medio leer, en la mesita de noche y dejados de forma apresurada sobre la ropa de la maleta a medio vaciar. Libros como rutas distintas, en dirección hacia un lugar al que acaso yo intentaba acceder ahora, a través del sueño, como una forma de enfrentar mi inseguridad para hacerlo, acceder a ese lugar, a través de la escritura.


(Seguir leyendo)



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