jueves, 22 de marzo de 2012

Pamemas y Platón




Platón vino a mi boda, y lo pasó tan bien

que decidió quedarse un tiempo en nuestra casa.

Solía entretenerse

jugando con los gatos todo el día.


Todo lo apocalíptico es platónico,

leo en la prensa.

Globos que vuelan, entelequias,

tartas de fresa y chocolate

tan solo por un euro

o poco más:

es un ejemplo.


Oh buenos días, posibilidad:

te amo porque eres amable


Me gustan las terrazas

donde la gente se ha marchado,

los veranos vacíos

donde no queda nadie,

los gatos que vigilan soñolientos

fantasmas de su mundo

antiguo, misterioso,

y aquello que no urge vigilar.


Mira, me dicen antes de dormir:

era la realidad.


Es el olvido un caracol.

Sus babas, la memoria.


Materia oscura, débil

de los cuerpos que atraen

todo lo que sobre sus uñas se desliza.


No contra cada uno de nosotros, ella y yo,

sino que, para siempre, contra todos los demás.


Preferiría no recuperar

esa clarividencia.


Aquí y ahora, sí y no,

incongruencia y discontinuidad.

Disponibilidad total.

Docilidad y sensatez:

no me lo imaginaba.


La realidad no escribe más allá

de sus líneas de realidad.


Articuladamente estéril

para la concatenación,

mi libro veraniego-japonés

llega a su término, o

no estoy seguro:

tendría que esperar, en todo caso, a otro verano.


Mi invisible lectura ineficiente,

solo visible para mí,

útil tan solo para mí.


Qué buen sintagma, si tuviese buen señor.


Escritura automática,

mi vieja amiga: ven a verme

cuando las ranas críen ranas.

No has conseguido que me pierda, pero puedes

intentarlo de nuevo.

Yo te ayudo.


Platón ha regresado ya

a su país del aire:

adiós, Platón, te amamos

y te echamos de menos.


Cuando llega la hora de la siesta,

es decir a cualquier hora del día,

oigo las uñas de los gatos

restallando sobre el parqué.


Que van y vienen,

ya lo suponía.


Que están alrededor,

cómo me gusta.


1 comentario:

El cuentacuentos dijo...

"Me gustan las terrazas

donde la gente se ha marchado,

los veranos vacíos

donde no queda nadie,

los gatos que vigilan soñolientos

fantasmas de su mundo

antiguo, misterioso,

y aquello que no urge vigilar."



"Aquello que no urge vigilar" es un verso enorme. Y el resto es un poema grande.