He agotado todos los caminos
que conducen del silencio
hasta el aburrimiento que provoca
estar callada tanto tiempo,
dijo mi pequeña tortuga,
mi anciana maestra zen.
He sentido que, a veces,
conversar es cansado,
continuó. Malentenderse
no es una bicoca,
¿quién no detesta los malentendidos?
He charlado con taquilleras
de cines y con pacientes parquímetros,
con todo aquel que yo creí
hubiese visto mucho mundo,
mas ¿quién ha visto el mundo, amigo mío?
Yo lo vi muchas veces, y también
me harté de verlo muchas veces.
Creo que, en ocasiones,
el mundo fue un lugar
muy poco agradable.
Le guardé cierto rencor, pero tarde o temprano
tienes que regresar, chico, me dijo,
para arrimar el hombro.
Arrima tu caparazón, chaval.
he agotado todas las especias para el arroz de los gusanos,
los gusanos voraces que me piden lecciones
como quien pide arroz, como quien vuelve a casa cada tarde
y exige su ración de sueño, algún lugar donde tumbarse y descansar,
una montaña gigantesca de arroz y de guirnaldas,
toda una cordillera mullida, confortable
para el descanso y la reparación
de la espalda del mundo, tatuada
con ideogramas y papel de arroz,
con letras muy antiguas, jeroglíficos que fabulan
con la creación del mundo, de algún mundo que sobrevive
a nuestras ganas de charlar y a nuestras ganas de dormir,
una espalda gigante cubierta por guirnaldas,
Las traemos nosotros y tú vas ayudarnos,
vamos, supongo, ¿no?
Y yo le respondí:
claro que sí, mi tortuguita,
te amo, tortuguita,
y el mundo es necesario.
2 comentarios:
Hola José.
Me está gustando lo que leo en tu blog, con tu permiso te sigo.
Saludos.
Muchas gracias, Acróbata, ¡bienvenido a bordo!
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