jueves, 10 de enero de 2013

El orador

 
Vivía de mi labia. 

Enmudecí. 

Siempre me fue fácil hablar, expresarme delante de mi auditorio. Lo verdaderamente difícil era permanecer mudo, y un día comprendí que ese era mi reto, mi reto y mi trabajo, mi meta a conquistar.

Tiempo atrás, no fingía mi entusiasmo, y eso todo el mundo lo sentía. De ahí mi éxito, mi fácil ascenso, mi popularidad. Ahora mi tristeza es igualmente sincera. Bueno, supongo que todos se sienten decepcionados; me miran con pena, con incredulidad y con pena. Pronto empiezan a abuchearme, es predecible que tanta gente que te escucha empiece a incomodarse cuando tú los enfrentas mudo e inexpresivo. Se incomodan y se molestan. Me increpan y me insultan.

Esta tristeza es el rostro nuevo de mi entusiasmo. Su rostro definitivo. No entienden que, por fin, estoy haciendo mi trabajo.


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