jueves, 7 de junio de 2007
Filatelia, tresillo, billar
Los que escribimos para nosotros mismos sin esperanza apenas de llegar al público grande, ni al pequeño, sostenemos nuestro entusiasmo literario o por una gran fe, la cual generalmente no responde a lo deleznable de la obra, o por un espítitu de curiosidad mezclado con un tanto de egotismo.
Yo, por mi parte, no tengo fe alguna en mi obra; pero, en cambio, siento una gran curiosidad por todo lo que está cerca de mí, y nada tan cerca de mí como yo mismo.
Por este espíritu de curiosidad contemplo el modo de representarse en mi inteligencia las cosas del mundo, como quien asiste a una función de magia, unas veces amable y jovial, otras pesada y aburrídisima.
Comprendo que la ocupación no es muy útil ni beneficiosa; pero, en calidad de sport, no está muy por debajo de la filatelia, del tresillo o del noble juego del billar.
Todo esto dejó escrito Pío Baroja a la altura de 1904. Me entero a través de la bitácora de Manuel Vilas que Kafka, coetáneo de don Pío, tenía moto. Lo cual no implica que necesariamente fuera un macarra ni un hortera ni fuese a toda hostia por la carretera, pero mola pensar que sí, que va camino de esa tasca del Sr. Chinarro, la de la mejor rima del año ("yo miraba al castillo/y me creí Franz Kafka/y escribí una canción/que acabé en una tasca"). Los meto a todos en dicha tasca, después de que canden sus respectivas motos en la puerta, para que pasen el resto de la tarde jugando al billar, entre tresillos y aguardiente, de espaldas a esos espejos art-decó que, tal y como filmó Jean Cocteau en Orfeo y así lo saben quienes la han visto, son puertas al infierno.
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