Me eduqué en una comunidad religiosa
que contaba con monjas muy inteligentes.
Los jueves se exhibían en los claustros.
-Dame la manita,
les decían los visitantes
ofreciéndoles bombones y monedas.
Pero ellas no daban nada: al contrario,
pedían continuamente.
En domingo tocaban las campanas.
Era hermoso mirarlas, tan lustrosas,
lamiéndose los velos cuando en marzo
el sol de mediodía presagiaba tormenta.
Había una, sobre todo, que era muy cazadora.
Perseguía a las niñas más allá de las tapias
y las traía sujetas por el pelo
hasta los breves pies de la madre abadesa.
Al caer la tarde paseaban
por una carretera sombreada de chopos.
Se cruzaban con carros y rebaños,
caminaban ligeras, y el murmullo
de sus voces
el viento lo llevaba y lo traía
volando por los campos
entre esquilas y abejas,
como un tierno balido gregoriano.
Si oían a lo lejos la bocina de un coche,
se dispersaban hacia las cunetas,
ruidosas, excitadas y confusas.
Cuando el aire
quedaba limpio de polvo y estrépito,
se las podía ver, al fin tranquilas,
picoteando moras en las zarzas.
A la hora del ángelus,
fatigadas y dóciles,
ellas mismas volvían a las celdas,
como si las llevase del rosario
-tironeando dulce y firmemente-
la omnipresente mano de su Dueño.
Ángel González
(Acabo de enterarme a través de la blogosfera que Ángel González ha muerto. Hasta siempre, maestro)
3 comentarios:
Pues en la prensa y tv han dado mucha importancia a su fallecimiento.
Y sí, la blogosfera se ha hecho (nos hemos hecho) eco de esta triste noticia.
Pero como ya he escrito en alguna otra parte, siempre nos quedan sus poemas.
Un saludo... desde este otro lado
Fíjate lo aislado que llego a estar -estuve a punto de comprar el periódico del sábado, pero al final se me pasó-. Ángel González es de esos autores que te enseñan, prácticamente, a leer y escribir...
Un abrazo.
Estoy contigo, Tropi.
Un abrazo de versos hacia lo alto.
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