lunes, 21 de enero de 2008

Momentos definitivos de la historia de la literatura




[Marzo de 1911: interesado en la teosofía, Kafka decide visitar a su fundador, el Dr. Rudolf Steiner, quien en ese momento está dando una serie de conferencias en Praga:]


¿Así que es usted el Dr. Kafka? ¿Hace mucho que se interesa por la teosofía? Pero yo me apresuro a pronunciar el discurso que llevo preparado: siento como una gran parte de mi ser tiende a la teosofía, pero al mismo tiempo le tengo un miedo enorme. Temo de ella, en efecto, una nueva confusión, que para mí resultaría muy desagradable, pues ya mi desdicha actual se debe únicamente a la confusión. Esa confusión consiste en lo siguiente: mi felicidad, mis capacidades y toda posibilidad de que yo sea útil de alguna manera están desde siempre en la literatura. Y sin embargo en ella he vivido situaciones (no muchas) que en mi opinión están muy cerca de los estados de clarividencia descritos por usted, señor doctor; durante estas situaciones yo habitaba completa y totalmente en cada una de mis ideas, y hacía realidad cada una de mis ideas, y en esos momentos me sentía no sólo rozando mis límites, sino los límites de lo humano en general. Lo único que faltaba en esas situaciones, aunque no del todo, era la serenidad de la fascinación de la que a buen seguro goza el clarividente. Eso lo deduzco del hecho de que mis mejores trabajos no los he escrito en esos estados. -Ahora bien, el caso es que no puedo entregarme por completo a esa actividad literaria, como tendría que ser, y no puedo hacerlo por diversas razones. Dejando aparte mis circunstancias familiares, yo no podría vivir de la literatura, a consecuencia de la lentitud con que van surgiendo mis obras y de su singularidad; además, también mi salud y mi carácter me impiden entregarme a una vida que en el mejor de los casos sería incierta. De ahí que me haya buscado otra ocupación. Ahora bien, esas dos profesiones son totalmente incompatibles entre sí y no es posible ser feliz con ambas al mismo tiempo. El más pequeño triunfo en una de las dos tiene como contrapartida un desastre en la otra. Si una noche escribo algo bueno, al día siguente en la oficina estoy que ardo y soy incapaz de hacer nada a derechas. Ese continuo vaivén me resulta cada vez más desagradable. En la oficina cumplo aparentemente mis deberes, pero no mis deberes interiores, y cada falta a mis deberes interiores se convierte en una desdicha que ya nunca podré sacudirme. ¿Y cómo sumar a estas dos aspiraciones inconciliables una tercera, la teosofía? ¿No se convertirá en un obstáculo por ambos lados, y no será obstaculizada ella también por ambos lados? ¿Podré yo, que ya actualmente soy tan desdichado, llevar a buen término las tres? He venido, señor doctor, para preguntarle, pues imagino que, si usted me tiene por capaz de ello, podré realmente echarme esa carga a los hombros.

El Dr. Steiner escuchaba con mucha atención, pero, por lo que parecía, sin observarme lo más mínimo, pendiente sólo de mis palabras. De vez en cuando asentía con la cabeza, cosa que aparentemente le ayuda a concentrarse mejor. Al principio lo incomodó un moqueo silencioso, los mocos le salían por la nariz, se introducía continuamente el pañuelo hasta bien adentro de la nariz, con un dedo en cada uno de los agujeros.



Franz Kafka, Diarios

1 comentario:

Anónimo dijo...

habrá que leerlos.