miércoles, 17 de marzo de 2010

Francisco Ferrer Lerín, Fámulo (Tusquets, Barcelona, 2009)


(Reseña publicada en Deriva)



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Francisco Ferrer Lerín fue siempre un misterio. Durante muchos años, novísimo perdido y encontrado en una novela de Félix de Azúa, y después censado definitivamente para la leyenda en el inventario de Enrique Vila-Matas como uno de nuestros más ilustres escritores del no. De tal forma que Ferrer Lerín, siempre a la contra, decidió volver a las librerías.
Lo hizo con Níquel (Mira, Zaragoza, 2005), novela donde se esconde una autobiografía entre los hallazgos de sus imágenes y la sorpresa de sus anécdotas, en un paisaje y un paisanaje rural y urbano que en breve, si no ya mismo, devendrá ciencia-ficción o fantasía de espada y brujería; allí están, eso sí, detalles fehacientes por ya conocidos de la leyenda del autor/protagonista: trasiego de fragmentos –“porciones”- de cadáveres más allá de la sala de disección de la facultad de medicina, su etapa de jugador profesional de póquer, utilitarios de los años setenta llenos de alimento para preservar perdidos núcleos de aves necrógafas… Volvió más tarde con el libro de relatos Papur (Eclipsados, Zaragoza, 2008), en una de las primorosas ediciones que de forma casi artesana expide, desde Zaragoza, Nacho Escuín: prueben a buscar también a Ferrer Lerín entre estas breves –algunas brevísimas- narraciones, agazapado en esos inventarios de judíos y esas miniaturas primorosas, entre guiones de cine experimental y recuerdos inventados o reales –todos, de cualquier forma, parecen inventados-, gitanos y científicos, y perros vagabundos, y nombres propios como pequeñas islas que esconden grandes novelas y películas que se escribieron o filmaron una vez desde la luz del sueño o de la pesadilla. Aquí su estilo cristaliza esta vez en su brevedad, la que siempre practicó en su poesía, hasta alcanzar el fulgor del diamante aquilatado.
En Bestiario (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007) se nos brinda la imagen de un Ferrer Lerín agazapado entre las páginas de enciclopedias del pasado, rastreando y fatigando bestias tan imposibles como sus definiciones. Pero a veces la bestia es posible: es un compendio y una síntesis de glosarios olvidados. No olvidemos en esta lista de sus obras, en este inventario, la recopilación de su poesía completa, Ciudad propia (Artemisa, La Laguna, 2006), donde a los libros de este género que escribió en los años 60 se añadía Cónsul, compuesto a finales de los 80 y en cuyo prólogo Pere Gimferrer lo declaraba pionero y padre fundador de la poesía novísima.
Ahora Tusquets nos trae, al fin, una nueva entrega obra poética, Fámulo (Tusquets, Barcelona, 2009). Poesía donde convive el fonetismo y la animalidad: de uno a otro extremo, la sonoridad pura y la carne, delicada o en canal, latente o muerta; arcaica, en el recuerdo, en ambos casos, y rabiosa y presente a la vez. La sucesión de nombres propios, nombres conocidos y nombres extraños, donde la erudición, de tan extraordinaria, colinda con el disparate; nombres como islas, con su pequeña historia y su gran novela, su extraña película, ocultas o plegadas en el propio nombre. Ferrer Lerín como un Bukowski nieto del barroco y aficionado a los diccionarios etimológicos y las viejas enciclopedias, espiando desde Jaca, con sus prismáticos, buitres y a curas, y a fabricantes holandeses de microscopios. Pienso en Bukowski, por ejemplo, porque en Fámulo encontramos pequeños relatos en verso – “Se describe una vida extraña”, texto del 65, y recogido como poema en el citado Ciudad propia, ya constituía y constituye una obra maestra de lo que hoy denominaríamos relato hiperbreve-, donde la poesía la aporta la tensión de su forma, el preciosismo con el que se engastan palabras desusadas del diccionario con especies animales y humanas, y demoníacas -muchas de estas especies también raras, o en desuso.
Decíamos que Ferrer Lerín va a la contra: no fue poca contra abandonar la escena literaria cuando sus compañeros de generación se disponían a entrar en la historia literaria, y no es poca contra volver para insistir en unas formas, llámense novísimas, venecianas o culturalistas, que esos compañeros de generación aparcaron hace tiempo. Acaso la poesía más cercana a la que practica Ferrer Lerín sea la de los últimos libros de poesía de Antonio Martínez Sarrión -al menos desde Horizonte desde la rada-, cuyas formas novísimas, emparentadas con el surrealismo y las vanguardias históricas, encontraron, como en Ferrer Lerín, alianza clásica en un depurado barroquismo.
Ferrer Lerín es también una bitácora en Internet actualizada con frecuencia con relatos diminutos, recensiones, noticias imposibles y reales, pinturas y fotografías de un pasado que se proyecta hacia lo eterno desde la perplejidad; inscripciones barrocas que codifican de forma diáfana, en condensada y nutricia literatura, la cripticidad de la vida, exquisita y vulgar, extraña siempre: la vida pura y dura. Rastros e inventarios que se van sucediendo y multiplicando pero no para revelar ningún misterio, sino para que el misterio siga creciendo día a día, tranquilo y sin misterio. Ferrer Lerín solo parece ir publicando, volviendo de donde nunca se marchó, para hacer ese misterio más perfecto, más presente entre nosotros –hecho carne, es decir sonido: narración, presencia-, posibilidad imposible, irresoluble.


[Segunda imagen vía]

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