Era el caso más difícil al que se había enfrentado, tenía apenas quince líneas para obtener toda una novela negra. Y en casos en los que tanto el tiempo como el espacio apremia, lo mejor era actuar de forma sistemática: se encajó una larga peluca rubia y corrió a enfrentarse al espejo con una mezcla de atracción y vértigo. Ya tenía a su mujer fatal, y el móvil, su novela, se resolvió en el momento en el que se clavó un cuchillo en un costado. Abandonó su casa y dejó un reguero de sangre por toda la calle, hasta llegar a la comisaría. He aquí al asesino y también a la víctima, dijo ante unos policías atónitos. Hemos venido los tres, si cuento a quien les cuenta todo esto. Los cuatro, añadió tras comprobar que el policía más joven miraba la peluca que aún sostenía en una mano.
-Pero toda novela negra que se precie, debería usted saberlo, ha de transmitir cierto contenido social -arguyó el policía al mando, aficionado a la literatura y a dicho género en concreto.
-¿No le parece suficiente denuncia, estas casi quince líneas que he venido a manchar hasta aquí, con mi propia sangre?- repuso antes de caer muerto.
2 comentarios:
me recordó algo terrible, que pensandolo bien, puede ser sólo cianuro para volver
Publicar un comentario